Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

El Senado recibió ayer el pedido de renuncia a su banca de Danilo Astori, y aprovechó la oportunidad para dedicarle un par de horas de reconocimiento y homenaje a su trayectoria, con intervenciones desde los cuatro partidos allí representados y a cuenta de una futura instancia similar, probablemente en la Asamblea General.

Los elogios fueron tan abundantes como merecidos, y seguramente se pueden agregar muchos otros (por ejemplo, los referidos a su apreciación bien informada de la cultura artística, muy inusual en el elenco partidario). En el espacio breve de esta columna, apenas es posible referirse a dos malentendidos frecuentes en relación con Astori, y a dos admirables defectos suyos.

El primer malentendido tiene que ver con el brillo de sus exposiciones, tanto por escrito como en la expresión oral (tan precisa que parece la lectura de un texto muy meditado). Hay personas cuya principal virtud es el estilo, pero Astori no es una de ellas. En su caso, lo central es la claridad del pensamiento, producto de la inteligencia y del estudio riguroso.

Su reconocida capacidad docente nunca fue la de quienes se destacan por el efectismo y disimulan debilidades argumentales con retórica. En él, la claridad de la forma, sin duda muy cultivada, surge del contenido y está a su servicio.

El segundo malentendido es el de quienes lo han acusado a veces de soberbia, sin tener en cuenta que su itinerario político se caracteriza mucho más por una destacable forma de la humildad: la de quien tiene, en momentos cruciales, la valentía y la lealtad de aceptar que queda en minoría y seguir aportando lo mejor de sí. No rendirse ni protegerse callando, sino secundar y complementar posiciones que no son del todo las suyas, en beneficio de proyectos colectivos.

Los admirables defectos se vinculan con su desempeño como dirigente político, en el que ha carecido de dos mañas tan frecuentes que se las suele considerar indispensables.

Una de las mañas que no posee es la malicia, tanto para recelar del resto de la humanidad como para hacerle zancadillas a quienes piensan distinto; la otra, que sí tiene que ver con la soberbia, es el ocultamiento de los cambios de opinión.

Astori fue víctima en varias ocasiones de su excesiva confianza en otras personas, incluyendo a colaboradores cercanos, y su mencionada lealtad al discrepar y competir a menudo no fue retribuida.

En lo que tiene que ver con los cambios de opinión, los conductores de sectores y partidos tienen, por lo general, especial cuidado en mostrarse como tótems infalibles y protectores. En las últimas décadas, una forma vil de cuestionar esta actitud ha desembocado en la noción de que “nadie resiste un archivo”, mediante la cual se iguala a los veleidosos y cínicos con quienes se esfuerzan por estudiar, valorar nuevas evidencias y reflexionar, sin miedo a revisar sus convicciones previas.

Astori ha recapacitado más de una vez, con la intención declarada de mantenerse fiel a valores y objetivos estratégicos, pero dispuesto a reconsiderar cuáles son los mejores caminos para alcanzarlos. Por supuesto, se pueden compartir o rechazar sus decisiones, pero su actitud merece un gran respeto.

Hasta mañana.