Las relaciones internacionales son sumamente complejas; lo que parece obvio desde afuera y desde abajo no necesariamente lo es desde dentro y desde arriba. A los cargos de gobierno electivos se llega en nombre de posiciones ideológicas y políticas, pero los Estados tienen, además de doctrinas que invocan principios, intereses estratégicos y coyunturales. No siempre resulta viable que todo esto se articule sin contradicciones.

La Organización de Estados Americanos (OEA) trató el viernes la situación creada por el ataque de Rusia a Ucrania. Se presentó una propuesta de condena a la invasión y fue aprobada, pero no por unanimidad, sino por mayoría, y entre los países que no la votaron estuvo Uruguay, según instrucciones del Ministerio de Relaciones Exteriores. Pero ayer, por orden directa del presidente Luis Lacalle Pou al canciller Francisco Bustillo, nuestro país comunicó al organismo internacional que cambiaba su posición y adhería a la declaración.

El episodio causó desconcierto, y rápidamente hubo quienes lo evaluaron en función de presuntos alineamientos ideológicos en el eje izquierda-derecha, destacando que la delegación de Uruguay en la OEA había votado de la misma forma que las de Nicaragua, Bolivia y Argentina. Sin embargo, y con independencia de lo discutible que resulta etiquetar como izquierdista al gobierno presidido por Vladimir Putin, quienes realizaron esos comentarios no repararon en que Brasil tampoco había votado la declaración.

Tampoco parecieron registrar que el jueves, luego de que el vicepresidente brasileño, Hamilton Mourão, dijera que su país no era neutral y opinara a favor del uso de la fuerza contra Rusia, el presidente Jair Bolsonaro divulgó un mensaje en el que señaló que no era competencia de Mourão hablar del asunto, y se abstuvo de definiciones sobre la cuestión de fondo.

La posición de la cancillería de Brasil fue mucho menos tajante que la del vicepresidente: pidió el cese del fuego y el comienzo de una negociación, sin atribuir responsabilidades y afirmando que es preciso tener en cuenta “los legítimos intereses de seguridad de todas las partes involucradas”.

Bolsonaro, que no tiene nada de izquierdista, se había reunido la semana anterior en Moscú con Putin. Brasil es el principal socio comercial en la región de Rusia, que le vende sobre todo fertilizantes y le compra sobre todo alimentos. En la cumbre se habló de que una empresa rusa construya centrales nucleares en territorio brasileño. En plena escalada hacia la invasión de Ucrania Bolsonaro afirmó que su país es “solidario” con Rusia.

Brasil ocupa en la actualidad uno de los lugares rotativos en el Consejo de Seguridad de la ONU, y allí apoyó, bajo presión, una moción contra la “agresión rusa”, pero estuvo entre los países que lograron moderar la propuesta inicial (que tuvo mayoría pero fue vetada, como cabía esperar, por Rusia).

Uruguay no votó la declaración de la OEA porque Argentina y Brasil no la apoyaban y, pese a la retórica conflictiva de nuestro gobierno en el Mercosur, la cancillería consideró -en el acierto o en el error- que lo mejor era actuar en forma coordinada con el bloque. Lo demás es política local.