Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Luiz Inácio Lula da Silva dijo en México que quiere postularse a la presidencia de Brasil en las elecciones del 22 de octubre de este año. Fue el primer anuncio formal de esa decisión, pero era inimaginable que no volviera a ser candidato al cargo que ya ejerció de 2003 a 2011.

Hace más de un año que encabeza con comodidad todas las encuestas de intención de voto, y sería realmente muy extraño que el Partido de los Trabajadores (PT), que lidera en forma indiscutida desde su fundación en 1980, promoviera a otra persona, pero esta no parece ser la razón más poderosa.

Quien le sigue en las encuestas, a muy considerable distancia, es el actual presidente, Jair Bolsonaro, cuyo gobierno no sólo ha impulsado políticas de derecha crudamente regresivas, sino que además ha ingresado con frecuencia en el terreno del desvarío, acerca de la pandemia de covid-19 y de varias otras cuestiones muy relevantes.

Que Lula aparezca como el único capaz de evitar la reelección de Bolsonaro también juega con mucha fuerza en su favor, no sólo desde el punto de vista del PT sino también para una amplia gama de fuerzas políticas, no necesariamente izquierdistas. Lo mismo se puede decir sobre vastos sectores populares no comprometidos de antemano con un partido, pero quizá ni siquiera esta sea la razón más poderosa.

Durante los últimos cuatro años, la política brasileña puso en escena una historia dramática y potente, que parece un gran guion de película, serie o (ya que hablamos de Brasil) teleteatro.

Tras la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, también del PT y sucesora de Lula, este era claro favorito para las elecciones de 2018. Los procesos judiciales en su contra, liderados por Sérgio Moro, determinaron que fuera encarcelado y se le prohibiera postularse. El PT tuvo que elegir a otro candidato a menos de un mes de las elecciones y Bolsonaro ganó en segunda vuelta.

Muchos pensaron que Lula, ya con 73 años y tras perder a su pareja durante más de cuatro décadas, lo había perdido todo. Pero no fue así. “Cuanto más me atacan, más crece mi relación con el pueblo brasileño”, había dicho en su último discurso público antes de entregarse. Pudo parecer una bravata, pero no lo fue.

Lo que Lula había logrado en sus gobiernos determinó que no perdiera un apoyo popular apasionado. Multitudes lo rodearon antes de que fuera encarcelado en abril de 2018, y cada uno de los 580 días que permaneció preso. Los procesos y condenas fueron anulados, y el Supremo Tribunal Federal dictaminó finalmente, el año pasado, que Moro había actuado con parcialidad contra el expresidente. Antes, Brasil y el mundo habían conocido múltiples evidencias de esto, divulgadas por el medio periodístico The Intercept.

Ahora llega el enfrentamiento electoral entre Lula y Bolsonaro que fue impedido con malas artes hace cuatro años. Desde el punto de vista simbólico, tiene una carga semejante a la de la pelea de boxeo en la que Muhammad Ali recuperó el título de campeón mundial, que le habían quitado porque se negó al reclutamiento para la guerra de Vietnam. Desde el punto de vista social y político, lo que está en juego es ‒no sólo para Brasil‒ muchísimo más importante.

Hasta el lunes.