Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

En política internacional, como sugería la “Fábula de los tres hermanos” de Silvio Rodríguez, puede ser tan malo fijarse sólo en lo inmediato como atender solamente los procesos de largo plazo, e incluso es riesgoso tratar de mirar ambas cosas a la vez. De todos modos, peor es no intentar la comprensión de tales cuestiones, y esto se aplica a los nuevos conceptos estratégicos acordados en Madrid por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en especial acerca de Rusia y China.

La OTAN, alianza militar en la que participan desde 1949 Estados Unidos y las grandes potencias de Europa occidental, es un producto de la Guerra Fría. Se apoya en un compromiso de defensa colectiva ante el eventual ataque contra cualquiera de los Estados que la integran por parte de uno ajeno a la organización. Era una alusión obvia, en su momento, a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y sus aliados.

Cuando pareció que esas hipótesis de conflicto podían desvanecerse, debido a la crisis del “bloque socialista” entre fines de los 80 y comienzos de los 90, el diálogo entre Mijaíl Gorbachov y sus pares de los países europeos más poderosos de la OTAN avanzó hacia un nuevo esquema de alianzas entre esos países y la URSS (cuya desintegración no se consideraba inevitable), que disminuiría la incidencia estadounidense al este del Atlántico.

Sin embargo, Estados Unidos logró desbaratar esos planes y desactivar compromisos ya asumidos con Gorbachov. Los motivos fueron expuestos con honestidad brutal por Zbigniew Brzezinski, exasesor sobre seguridad nacional del Poder Ejecutivo estadounidense, en su libro El gran tablero de ajedrez. La primacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, publicado en 1997.

Allí decía, sin disimulo alguno: “Si hay que elegir entre un sistema euroatlántico más extenso y una mejor relación con Rusia, lo primero debe situarse en una posición incomparablemente más alta en la escala de prioridades de Estados Unidos”. También afirmaba que los intereses estadounidenses requerían, para evitar que Rusia se convirtiera en una amenaza, que Ucrania se separara de la URSS, como lo hizo en 1991, y terminara ingresando en una OTAN expandida.

Este proceso de décadas no es, por supuesto, lo único en que hay que fijarse. También exige atención y decisiones la invasión rusa a Ucrania, que Vladimir Putin insiste en presentar como un movimiento inevitable para la defensa de su país, pero que claramente tiene también, además de un altísimo costo humano, otras intenciones estratégicas nada inocentes.

En todo caso, la cuestión es que la OTAN está adoptando orientaciones que también invocan sólo su propia defensa, pero se adecuan ante todo a los intereses de Estados Unidos, que trata de recuperar terreno en el mundo y, pese a su declive como potencia económica y cultural, mantiene un terrible poderío militar que es su principal carta.

En Madrid se acordó definir a Rusia la “amenaza más directa” a la OTAN, y a las “ambiciones” de China como un desafío a los “intereses, seguridad y valores” de la organización. Es la voz de Washington, y lo que dice nos acerca un poco más a conflictos en gran escala.

Hasta mañana.