Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Niko Besnier, docente de antropología cultural, dijo a la diaria que “el deportista se ha transformado en un sujeto neoliberal muy individualista, que tiene que vender lo que es capaz de hacer a la institución que le dé más dinero”. Pero quizá, más allá de la referencia al neoliberalismo, la cuestión no es que gran parte de los deportistas profesionales tengan esas características en los últimos tiempos; lo raro ha sido y es que tengan otras. Hablemos un poco, por ejemplo, del planeta fútbol.

La reciente muerte de Pelé trajo consigo toneladas de comentarios y, como en las comunicaciones sociales de hoy siempre aparece la contraposición, se discutió mucho si fue mayor o menor que otros jugadores de fútbol en tanto tales (¿Pelé o Messi?), desde otros puntos de vista (¿Pelé o Sócrates?) o en ambos sentidos (¿Pelé o Maradona?).

En lo estrictamente futbolístico, el debate gira en torno al imposible señalamiento de quién fue el más grande de todos los tiempos. La comparación entre jugadores de muy distintos períodos no puede tener nada de “objetivo”, y lo que las personas suelen cotejar es lo que sienten que cada jugador representa. Esto nos lleva de nuevo a lo político.

El brasileño Sócrates, enorme futbolista, se destacó aún más por su lucidez y compromiso con causas democráticas. Lideró, junto con otros compañeros suyos en el club Corinthians, una experiencia de autogestión en los años 80 del siglo pasado, que les dio voz y voto a los jugadores en decisiones institucionales, incluyendo la expresión individual o colectiva de posiciones políticas. Todo esto bajo una dictadura militar.

No cabe duda de que Maradona jugaba mejor que Sócrates, pero los gestos y mensajes políticos del brasileño fueron más articulados y consecuentes que los del argentino. Este, por ejemplo, habló a menudo de la necesidad de que los futbolistas se organizaran para defender sus derechos, pero no fue capaz de sostener un esfuerzo en ese sentido.

Sin embargo, Maradona, con todas sus limitaciones y contradicciones, le llegó sin duda a mucha más gente y sus mensajes mantienen un arraigo emotivo mucho mayor en el mundo.

Pelé, por supuesto, estuvo lejísimos de Maradona o de Sócrates en este terreno (y aun de Messi, parco de más pero que apoyó públicamente a Abuelas de Plaza de Mayo). Por el contrario, O Rei puso su enorme fama al servicio de poderes tenebrosos, pero quizá tiene algo de razón el profesor Besnier cuando dice que algunas cosas han empeorado.

Fueron muy pocos los futbolistas que se pronunciaron contra la condena a muerte de su colega iraní Amir Nasr-Azadani, por defender los derechos de las mujeres en su país (es obligatorio decir que entre las excepciones estuvieron los uruguayos Ronald Araújo, Diego Godín y Luis Suárez). No hubo una palabra, una imagen ni un gesto de solidaridad en la final del Mundial de Qatar, ocasión excepcional de llegarle a multitudes. Tampoco lo hubo de los campeones argentinos después de ganar esa final, cuando ya estaban fuera del alcance de cualquier sanción de la FIFA. Como escribió Agustín Lucas: “Si habrá trabajo para hacer…”.

Hasta mañana.