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Luiz Inácio Lula da Silva, el 1 de enero, en el Palacio de Planalto después de la ceremonia de toma de posesión.

Foto: Evaristo Sa, AFP

Un poco de vida nueva

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El comienzo del año marca, como casi siempre, una disminución de la actividad política local, que se puede aprovechar para balances retrospectivos o para valorar los cambios y las nuevas tendencias. Esto último resulta sin duda mucho más estimulante que registrar la abundancia de problemas crónicos. La cuestión del precio del boleto se ha discutido en términos partidizados o a partir de intereses sectoriales, y también como síntoma de una larga crisis que se agrava, pero más vale considerar posibilidades de superar esa crisis.

Para “cerrar un capítulo” en relación con la violencia política del pasado reciente, más vale buscar información sobre detenidos desaparecidos que otorgar ìndemnizaciones estatales a víctimas de grupos guerrilleros, en numerosos casos ya indemnizadas.

Tras un año récord en materia de exportaciones y rentabilidad, con una presión fiscal en descenso para el sector agropecuario, sería hora de buscar soluciones urgentes para la caída del poder de compra de salarios y jubilaciones desde 2020, en vez de proclamar, jugando con las palabras, que comenzó la “recuperación”, pero el Poder Ejecutivo prefiere la segunda alternativa.

En otras áreas, sin embargo, hay autoridades nacionales que intentan plantear perspectivas nuevas, como en el caso de la profesionalización de la función pública o de la regulación del cannabis. Y en el movimiento social hay quienes se movilizan, en condiciones difíciles, para conquistarlas, como sucede con los trabajadores de PedidosYa.

En materia de cambios esperanzadores, no cabe duda de que el más relevante de la semana fue la asunción de Luiz Inácio Lula da Silva como presidente de Brasil. En su tercer mandato, ya comenzó a revertir políticas aplicadas por Jair Bolsonaro, la presencia de Marina Silva en el Ministerio de Ambiente es una señal fuerte en este sentido, y cambiaron los vientos en el terreno de la integración regional, donde Uruguay deberá adecuarse a las nuevas circunstancias.

La ausencia de Bolsonaro en el cambio de mando fue resuelta con un rico simbolismo en lo que tiene que ver con la representación de la diversidad, y la delegación uruguaya también fue diversa, con los expresidentes José Mujica y Julio María Sanguinetti como acompañantes oficiales de Luis Lacalle Pou. Esto fue destacado en nuestro país como un gesto positivo, aunque cabe realizar tres acotaciones. En primer lugar, esto no se estila, y sería un poco extravagante que todos los países hicieran lo mismo. Por otra parte, parece claro que la intención de Lacalle Pou fue llevar a Mujica para aprovechar su vínculo con Lula, y que agregar a Sanguinetti fue una especie de compensación. Por último, los expresidentes uruguayos vivos no son dos sino tres, y sería interesante saber por qué no fue Luis Alberto Lacalle Herrera.

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