“Yo soy yo y mi circunstancia”, reza la popular frase de Ortega y Gasset, que puede aplicarse a Luiz Inacio Lula da Silva, quien asumió el domingo como presidente de Brasil por tercera vez. Al estrenarse en el cargo en 2003, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) encabezó una ola de gobiernos progresistas en la región, la alternativa a una década de políticas neoliberales y reformas privatizadoras. Aquella vez el plano externo impulsó el crecimiento, pero ahora los problemas en el mundo son varios: polarización y disputas comerciales, guerra entre Rusia y Ucrania y el fin del ciclo de precios altos de los commodities. Estos y otros factores llevan a esperar un nuevo Lula según los analistas, que también entienden que Uruguay debería acompasarse y reconsiderar su relacionamiento con Brasil.

Desde la visión local, lo que quedó del acto de asunción del domingo en Brasilia fue la foto entre Lula, el presidente Luis Lacalle Pou y los exmandatarios José Mujica y Julio María Sanguinetti. Distintas autoridades del gobierno destacaron este hecho y lo plantearon como “motivo de orgullo”. Pero si la mirada se extiende al día lunes, ya Uruguay no aparece en los focos: en el Palacio de Itamaraty, la sede de la cancillería brasileña, Lula tuvo reuniones con 13 representantes de gobiernos extranjeros, entre ellos cinco presidentes sudamericanos.

El encuentro con Lacalle Pou promete concretarse en las próximas semanas, ya que hubo una invitación del gobierno para que Lula visite Uruguay antes o después de su paso por Buenos Aires el 23 de enero, donde asistirá a la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

Precisamente, la relación más cercana con Argentina y la mira puesta en los proyectos de integración regional –más allá del Mercosur– serán una marca de Lula, señaló Nastasia Barceló, docente de Estudios Internacionales en la Universidad de la República (Udelar). Según planteó, los pronunciamientos recientes del gobierno de Brasil “están mucho más centrados” en la Celac o la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), que en el bloque que comparte con Uruguay, Argentina y Paraguay.

Lo anterior debe ligarse a la sintonía de Lula con otros mandatarios del continente, como el chileno Gabriel Boric o el colombiano Gustavo Petro. A eso se suma una relación personal y una fuerte alianza política con Alberto Fernández, lo que recompone las relaciones entre Brasil y Argentina luego de fuertes diferencias durante la etapa de Jair Bolsonaro. Así Lula busca erigirse como un nuevo articulador dentro del continente, retomando, según Barceló, la figura de “hombre de diálogo” que cosechó en sus períodos previos como presidente.

Para Nicolás Pose, docente de Economía Política Internacional en la Udelar, en el plano exterior “el gobierno de Lula va a tener más margen” para accionar, a diferencia de la política interna, donde estará atado a la negociación con los partidos de centro y los lobbies empresariales. Es que Brasil viene de quedar “aislado” de “los escenarios internacionales” por las políticas de Bolsonaro y “la vara está muy baja”, entonces el escenario internacional puede ser un lugar “donde se pueden cosechar avances rápidos” para el líder del PT, indicó.

Los industriales

Entre los objetivos posibles de Lula en la agenda internacional está lograr la concreción del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea (UE), que se firmó en 2019 pero resta la ratificación final y la aprobación de los parlamentos de los países involucrados. Bolsonaro y su intransigencia con las políticas ambientales es una traba que Lula puede resolver, ya que en lo comercial los europeos son “un socio aceptable para la industria brasileña, a diferencia de las economías asiáticas como China”, expresó Pose.

El lobby industrial en Brasil siempre es fuerte, y dentro del gobierno de Lula, según apuntó Barceló, volvió a “ganar espacio” la Confederación de Industria Nacional –liderada por la poderosa Federación de Industrias del Estado de Sao Paulo, la FIESP–, en detrimento de actores del “agronegocio” que habían ocupado cargos en la etapa de Bolsonaro. Estos grupos empresariales “son contrarios a la flexibilización del Mercosur” y marcarán la pauta de la posición brasileña, analizó.

En esa línea, Barceló complementó: “Es el retorno de un proyecto que si bien tendrá señales de apertura comercial también tendrá un proyecto industrial de país. Lula ha resaltado que quiere revertir el proceso de desindustrialización que comenzó hace décadas y se profundizó desde 2015”.

Para Pose, “con Lula van a parar los esfuerzos por liberalizar la economía del ministro Paulo Guedes”, la cabeza económica de Bolsonaro y un aliado de Uruguay en el objetivo de flexibilizar el Mercosur. De hecho, mientras que Guedes tenía un superministerio, ahora la estructura volvió a dividirse en varias carteras y, por ejemplo, el vicepresidente Gerardo Alckmin –ex rival político de Lula– lidera el Ministerio de Industria y Comercio.

Recalculando

Con este estado de situación, los analistas vislumbran un panorama donde Uruguay quedará cada vez más en solitario con su idea de la flexibilización. “El gobierno apostaba por lograr un aval implícito de Brasil para negociar con terceros [como China] y no lo obtuvo. Pese a la posición favorable de Guedes, se impuso la visión de la cancillería [brasileña]. Si con Bolsonaro en el gobierno la iniciativa de flexibilización de Lacalle Pou no se pudo concretar, las chances con Lula son más bajas aún”, señaló Pose. “La bandera del gobierno de Lula va a ser siempre la negociación en bloque”, aseguró Barceló.

Entonces, coincidieron en la necesidad de repensar el relacionamiento con los socios del Mercosur. “Si la estrategia no funcionó en un contexto más benévolo, menos ahora. El gobierno deberá recalibrar cómo puede avanzar con su agenda. No creo que cambien los objetivos de Uruguay, sí los modos”, indicó Pose.

Para Barceló, la posición uruguaya de “cortarse solo” en busca de un tratado comercial con China “debe ser objeto de crítica”. “Fue una lectura equivocada de lo que sucedía en la región. Bolsonaro nunca iba a priorizar el interés regional o de Uruguay”, añadió.

Una opción para Uruguay, que Pose valoró como posible y sobre la que Barceló fue más escéptica, pasa por buscar coincidencias con el bloque en pos de una negociación con China ya no de un TLC sino de acuerdos sectoriales sobre aranceles, que permitan a los productos locales llegar a precios más bajos al gigante asiático. Este camino fue manejado como una opción en una nota del semanario Búsqueda de diciembre, que consignaba que habría sintonía de Uruguay y Argentina en caso de que Lula avalara una negociación de ese tipo.

“Con Lula tenemos un interlocutor válido, y en mi opinión el gobierno uruguayo debería aprovechar este momento para buscar un sinceramiento sobre el funcionamiento del Mercosur en base al diálogo. Hay una posibilidad para reorientar la política exterior, que hasta ahora ha sido muy errática”, concluyó Barceló.