No sabe cuándo comenzó a leer “de forma voraz”. Como las palabras que la visitan al crear sus obras, la literatura invadió la vida de Alejandra Gregorio sin que se diera cuenta. Al desempolvar recuerdos, alguna imagen aparece: la lámpara portátil encendida, un libro entre las manos, sus padres pidiéndole que pausara la lectura porque era hora de dormir. A la mañana siguiente seguiría viajando por América con Los Cazaventura, de Helen Velando, o maravillándose con los relatos sobre piratas de Misterio en el Cabo Polonio, pero con eso no bastaría. La pequeña Gregorio también quería escribir.

Pasó tardes tecleando frente al monitor, guardando cada nuevo fragmento en disquetes, hasta que un día terminó su novela. Orgullosa, la presentó ante amigos y familiares, convencida de que era posible publicarla, aunque su primo le asegurara que nadie lee nada escrito por niñas de ocho años. Después, simplemente la olvidó y dio paso a nuevos sueños, como el de ser actriz, que se gestó en su adolescencia. Lo que empezó como el anhelo de protagonizar una telenovela de Cris Morena fue tomando forma entre taller y taller. Primero en el liceo, luego en la Compañía Teatral Italia Fausta y más tarde en el Instituto de Actuación de Montevideo, Gregorio confirmó que el teatro era lo suyo. Allí, entre escenarios y bambalinas, casi de casualidad, un día escribió nuevamente, ya no una novela sino un sketch.

Desde entonces, no paró. En 2020 y 2021 ganó el premio Juan Carlos Onetti en dramaturgia por Aquellos lugares donde y Acostarse a la orilla de una tajadura, además de publicar Avisen cuándo morir. Este año le tocó estrenar la primera obra que escribió y dirigió: El mundo ya se acabó un montón de veces.

Sobre los mundos que abre a través de la escritura y su relación con ella, la dramaturga conversó con la diaria.

¿Recordás qué sentiste cuando te reencontraste con la escritura?

Sí. Lo recuerdo como una pulsión que sabía que tenía. Siempre fue algo que supe que estaba ahí. Hoy estoy, más que nada, escribiendo. Incluso me han surgido cosas como actriz y las voy poniendo hacia otro lado porque me doy cuenta de que voy por la escritura. Tengo tres obras publicadas, pero fue todo muy sin querer. Ahora miro para atrás y pienso que en mis primeros orígenes, antes de todo, antes de querer ser veterinaria, tenista, actriz, antes estuvo la escritura. No como una cosa de “yo quiero ser escritora”, sino como una pulsión que me salía. Me gustaba mucho crear un mundo.

Decís que todo se fue dando sin querer. ¿Qué se da queriendo?

Ahora me doy cuenta de que si bien se dio sin querer, lo que más quiero es escribir. Incluso haciendo teatro, que me encanta –este año me metí en el proyecto más grande que tuve, que implicó dirigir y estrenar mi primera obra en el teatro Solís, algo inmenso–, la escritura es el lugar de más disfrute y placer que tengo, y lo que más quiero es dedicarme a eso y poder escribir distintas cosas, porque en el teatro que escribo me encuentro transitando ciertos cruces, zonas más difusas que vienen de la mano de la poesía. Cuando me reencuentro con la escritura, lo primero que me pongo a escribir de forma muy compulsiva es poesía.

¿Qué poetas te gustan?

De todo un poco. Cristina Peri Rossi me gusta muchísimo, Idea Vilariño, Juan Gelman, Joan Ros. He estado tocada por distintos poetas que me van atravesando según las épocas.

Alejandra Gregorio.

Alejandra Gregorio.

Foto: Martín Varela Umpiérrez

Hablabas de que transitás cruces. ¿Cuáles?

En un momento me resultaba muy fácil escribir teatro, pero siempre pensando en representar. Era como “vamos a hacer esta escena, la va a actuar tal amiga, tal compañera”. Entonces escribía cosas que sabía que funcionaban a nivel de escena, y eso te limita un poco. Mucha escena de discusión, de personajes que entran y les pasan cosas y discuten. Me daba cuenta de que me resultaba fácil; de hecho, con una escena así di la prueba de admisión a la tecnicatura y entré, pero no podía lograr vincular con eso la poesía que escribía, y me iba por caminos separados. Cuando tenía una cosa más de catarsis, escribía poesía, y teatro escribía como otra forma. En algún momento se me empezaron a cruzar esos dos caminos y empecé a encontrar a los personajes hablando de una forma más poética, la obra se construía como un poema. Eso no quita las escenas de personajes a los que les pasan cosas, pero después tenés un personaje que está hablando solo y que ni idea de cómo se va a representar. Ya no me importa tanto a la hora en que lo escribo cómo y quién lo va a representar, sino que se levanta desde la literatura y la poesía. Recién ahí empecé a encontrar una voz que considero más auténtica.

¿Cómo definirías esa voz?

No sé cómo la definiría porque ni siquiera la tengo definida, tampoco la puedo encasillar en algo. De hecho, muchas veces empiezo a escribir y no me doy cuenta de lo que estoy escribiendo ni de cómo cierra, ni de cómo se levanta, hasta que después veo que tenía un sentido. En El mundo ya se acabó un montón de veces –que es un monólogo que interpreta una actriz y es como un recital teatral, porque va todo el tiempo acompañada de música–, al principio aparecían palabras amontonadas de años y de hechos que me atravesaban y que los inventaba a la vez, con recuerdos que tenía de cosas que me marcaron. Si ves el texto, está todo escrito en verso. No es una prosa más teatral, un monólogo de un personaje, sino que pareciera que son pequeños poemitas. Al principio no me daba cuenta de si realmente funcionaba o cerraba, o simplemente estaba alborotando palabras en una hoja. Después, al verlo terminado, me daba cuenta de que hasta se conectaban los años entre ellos, y se volvía una cosa súper circular. Me doy cuenta después de que lo hago de lo que realmente hice. Pero, volviendo a tu pregunta, no estoy segura de si la logro definir.

Y si otros tuvieran que definirla, ¿qué te gustaría que dijeran?

Me gustaría que, si la gente lo lee, no se quede sólo con que es teatro. Hay un preconcepto de que el teatro es aburrido de leer, está un poco bastardeado desde la literatura. No por todo el mundo, pero mucha gente me ha dicho que le cuesta o le aburre leerlo. Me pasó cuando vendía libros en un stand. Pasaba gente y me decía: “Esta obra la vi, es increíble, te la re recomiendo, pero no me gusta leer teatro”. Ni ahí quieren agarrar el libro. A mí me gustaría que vos puedas agarrar el libro, leer la obra y meterte en un universo como te metés en una novela o en un poema. Quiero que también sea interesante desde la lectura. No estoy escribiendo sólo para representar.

En otras entrevistas hablaste sobre la riqueza que ofrece crear la obra sin pensar en su futura representación. Dijiste que esa posibilidad “abre otros mundos”. ¿Hay algún mundo que quieras abrir, o simplemente dejás que aparezca?

Dejo que aparezca, siempre en base a algún paisaje. A veces tengo algún paisaje en la mente y lo que trato es de traerlo. En Acostarse a la orilla de una tajadura veía la playa, el paisaje y el abandono. Veía muy bien el contraste de un lugar que estuvo lleno de vida, una playa, un paisaje sano, y lo contrario. Trataba de traerlo desde la escritura y que, cuando vos lo leas, ese paisaje te pueda inundar. Y también algo que tiene que ver con los vínculos. Me he metido en los vínculos de hermandad. Hace poco hablaba con Analía Torres y me decía que sin querer, pero repetidamente también, en mis obras casi siempre pasa algo con un hermano, que de formas muy distintas y con muchas variables, vengo rondando en esos dolores. Y es verdad. Ella me hablaba de la pérdida de un hijo, pensando en Acostarse a la orilla de una tajadura, y yo le decía que lo veo más como la pérdida de un hermano. Estoy investigando colocándome a mí desde el rol de hermana y desde el rol de mis hermanos. Creo que también abro universos pensando en eso.

Alejandra Gregorio.

Alejandra Gregorio.

Foto: Martín Zabala

¿Qué encontrás en el vínculo con tus hermanos? ¿Qué tomás de ahí?

Por alguna razón, es un vínculo de amor que me conmueve. No tengo grandes historias que podría terminar plasmando en la obra, no perdí un hermano. Tengo un hermano tres años más grande, con el que me crie y es el testigo de mi vida, porque siempre digo que los hermanos son testigos de la vida de uno. Cuando tenía 20 años tuve otro hermano por parte de padre, que es mi hermanito chiquito. Imaginate, llevarnos 20 años, es como que lo crie, cumplo un rol de hermana muy diferente. Es como una hermana que también es una tía, que por momentos puede ser una madre u otra cosa, pero igual habitando la hermandad. Hay algo con mis dos hermanos varones que me conmueve mucho y de formas muy distintas. Con mi hermano grande tengo un vínculo que siempre fue bien típico de hermanos, no de hermanos que somos muy amigos: está el amor, pero ni ahí decís “te quiero”. Nunca tuve ese vínculo de salir a tomar algo con mi hermano o mezclarnos nuestros amigos, sino como bien de hermanos, de peleas y a la vez de algo bien incondicional. Si nos pasa algo sabés que podés recurrir ahí, a ese lugar de amor constante que no se dice. También es eso, alguien muy conectado con uno, un pedazo de uno. Es lo que investigo con este tema de los gemelos. Pensaba: qué viaje tener una persona igual a vos, con la que compartiste todo, tu nacimiento, estar en la panza de tu madre. Me generaba atracción, por eso los gemelos se ven arrastrados a esta obra.

Más allá de los hermanos, otros vínculos familiares suelen protagonizar tu obra. Abuela y nieta en Aquellos lugares donde, padre e hija en El mundo ya se acabó un montón de veces. ¿Por qué acudís a estas relaciones y no a otras, como las de amistad o pareja?

Porque tienen esa cosa de que no las elegimos. Las amistades las terminás eligiendo y construyendo. Cuando una amistad no funciona más, te vas alejando. Me parece que la amistad fluye y no siempre la familia fluye. En la amistad hay momentos en que te encontrás más cerca de la otra persona, hay momentos en que te distanciás, pero sabés que con la persona te querés muchísimo. En la familia encuentro lugares mucho más trancados, con más carga. Esta cosa de cargar secretos, de cosas que no te dicen cuando sos niño, cosas que pasaron antes. Vínculos con mucho peso. Si bien siempre digo que no escribo de forma muy literal, en el sentido de que no plasmo mi historia sino que le sumo mucha ficción, porque considero que sólo con mi historia no me alcanza, en Aquellos lugares donde quise desenterrar algo de un vínculo con una abuela materna.

Querías desenterrar y escribiste sobre un suelo que se abre en dos, que “se raja”, tanto en Aquellos lugares donde como en Acostarse a la orilla de una tajadura. ¿Qué expresás a través de la naturaleza?

La naturaleza nos va llevando a nosotros en pila de sentidos y a veces no nos damos cuenta. Está muy arraigada a nuestra vida, y me parece que en las obras trato de plasmar eso. Van pasando cosas y también a la naturaleza le van pasando cosas, y hay una comunicación directa con los vínculos. Nos rompemos y viene un viento y rompe todo. Un temporal se lleva todo, y la pérdida de un hijo, un hermano, está ligada a esta caída de un árbol que lo atraviesa. No son cosas separadas, creo que hay algo de unificación. No sé si lo hago muy consciente, trato de poner en palabras ahora porque a veces escribo en estado de trance. Me lleva un sentir. Ahora lo miro, lo he analizado, y también por otras devoluciones que he tenido, y reconozco que es verdad que hay algo de la naturaleza que se lleva puestos a los personajes, o los personajes se llevan puesta a la naturaleza, pero se unen, todo el tiempo van en comunión.