Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
Hoy Lula da Silva llegó a Washington, donde se reunirá con Joe Biden. Los presidentes de Brasil y Estados Unidos tienen mucho de qué hablar. Ambos representan al “progresismo posible” en sus respectivos países y debieron enfrentar a adversarios (Jair Bolsonaro y Donald Trump) con tendencias golpistas, lo que los ha colocado no sólo al frente de sus gobiernos, sino también de la opción por la democracia en repúblicas que viven tiempos inestables.
Además, en noviembre de 2022 el gobierno de Biden les dejó claro a los militares brasileños que no iban a tener el apoyo de Estados Unidos si decidían desconocer el resultado de las elecciones que consagraron presidente a Lula.
Desde entonces quedó concertado un encuentro entre ambos mandatarios, que, para los más optimistas, busca reeditar la sintonía existente entre la anterior administración demócrata de Estados Unidos, que tenía a Biden como vicepresidente, y la de Brasil, donde gobernaban el propio Lula y el Partido de los Trabajadores. En esos tiempos, entre otras cosas, Estados Unidos dio luz verde para que Brasil asumiera visiblemente el liderazgo en diversas coyunturas de América Latina y el Caribe.
Hay, sin embargo, otros asuntos de relaciones internacionales que separan a Lula de Biden. Los norteamericanos deben haber tomado nota de cómo terminó la reunión que tuvieron la semana pasada el presidente brasileño y el canciller alemán. Aunque no acaparó titulares, Olaf Scholz estuvo en Chile, Argentina y Brasil buscando cerrar tratos para la extracción de litio y la obtención de combustibles para su país, gravemente afectado en el área energética por la guerra en Ucrania. Lula y Scholz acordaron revivir el acuerdo Mercosur-Unión Europea antes de que promedie el año, pero al final las sonrisas se licuaron cuando el brasileño afirmó que no enviaría armas para apoyar el esfuerzo bélico de Ucrania y se negó a eximir a Kiev de responsabilidad por el conflicto. A Scholz, que venía a buscar aliados también en ese plano, le debe haber sonado doblemente amarga la posición de Lula, porque recuerda a la línea histórica de su propio partido, inaugurada por el prócer socialdemócrata Willy Brandt, que sostenía que al autoritarismo de la Unión Soviética (Rusia) había que horadarlo con el intercambio, no con la fuerza.
Esa línea histórica ha sido abandonada por muchos progresismos europeos, en gran parte por presión del gobierno de Estados Unidos. La renuencia con la que Alemania se ha plegado al envío de armas pesadas a Ucrania es una muestra de la angustia que genera la opción por la guerra entre los países geográficamente cercanos a Rusia.
Posiblemente los asesores de Biden le hayan informado que es mejor no hablar públicamente de Ucrania con Lula, que viene mostrando interés por impulsar procesos de paz en conjunto con China e India. Biden, en cambio, tiene en la prolongación del conflicto en Ucrania una de las cartas que le permiten conquistar simpatías entre sus rivales políticos domésticos, y lo volvió a dejar claro en la rendición de cuentas (el “estado de la Unión”) que brindó ante su parlamento el lunes. Como en su discurso del año pasado, lo que dijo allí Biden sobre justicia social, distribución del ingreso, reforma impositiva, acceso a la salud, políticas de empleo y acciones para promover la igualdad racial y de género alcanzaría para colocarlo, cómodamente, como principal referente del progresismo mundial. Se lo impide el belicismo de su política exterior, y Lula ya ha visto los costos que están pagando quienes quedaron encerrados en ella, como Scholz.
Hasta mañana.