Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Ayer se inauguró el cuarto centro de la Universidad de la República (Udelar) en un establecimiento de reclusión, esta vez en la Unidad 3 del Instituto Nacional de Rehabilitación, (INR) aún conocida como Penal de Libertad. La noticia sería menor en un país con mejores cárceles; en Uruguay es como un pequeño y esperanzador milagro.

El año pasado fueron 166 las personas privadas de libertad que cursaron en estos centros. Representan un porcentaje muy pequeño del total, que es hoy más de 15.000, pero hay un aumento considerable en relación con las 95 inscripciones de 2020, y se espera que la tendencia al incremento continúe.

Ni falta hace señalar que hay muchas e importantes dificultades para el desarrollo de la iniciativa, que abarcan desde las carencias edilicias y tecnológicas hasta condiciones de reclusión que poco ayudan a estimular y sostener un clima propicio, pasando por resistencias y escepticismos en las estructuras institucionales, tanto dentro del Ministerio del Interior como en la propia Udelar. La tarea es titánica.

De las más de 15.000 personas privadas actualmente de libertad, sólo un tercio está involucrado en algún tipo de actividad educativa. En la Unidad 3 la proporción es mucho menor, apenas 176 en 1.132 (poco más de 15%), y de esas 176 son 22 las que encaran la educación universitaria. Los datos, mencionados por el director del INR, Luis Mendoza, son la medida de lo que falta, pero también de lo que se ha logrado a partir de condiciones muy adversas, después de un largo período en el que no había un marco de acuerdo institucional y la realización de cursos universitarios dependía de voluntades aisladas, como destacó el rector de la Udelar, Rodrigo Arim.

Lo más importante es que, sin bajar los brazos, haya gente empeñada en lograr que la reclusión no sea un período de estancamientos y retrocesos en la vida de quienes cometieron delitos, y pueda abrir en cambio perspectivas nuevas. El valor que tiene esta actitud no debería pasar inadvertido.

Son demasiadas las personas que se quieren desentender del drama de las cárceles en nuestro país, como si privar a alguien de su libertad determinara su desaparición y esto fuera positivo. Hay quienes manifiestan que no les interesa ni les preocupa la violación de los derechos humanos en los centros de reclusión, a los que conciben como lugares de depósito o de castigo para delincuentes irrecuperables. Pero incluso desde esa triste posición se debería tener en cuenta que las cárceles miserables, hacinadas y violentas no contribuyen al aumento de la seguridad pública. Las personas privadas de libertad terminan recuperándola, y que la reclusión empeore a miles de compatriotas, lejos de resolver los problemas de convivencia social, los multiplica.

En este contexto, el avance lento pero significativo de este programa es una gran noticia. Cuidarlo, potenciarlo, perfeccionarlo y extenderlo es muy relevante.

El título principal de la primera portada de la diaria fue “Primeras letras de la libertad”, en referencia a cursos de alfabetización en la cárcel de Santiago Vázquez. Más de 18 años después, sigue vigente la consigna de José Martí: ser cultos para ser libres.

Hasta el lunes.