Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

El mundo se derrumba sobre Romina Celeste. Quedó al descubierto su participación en el armado de una denuncia falsa contra Yamandú Orsi. Renunció al Partido Nacional, que decidió luego expulsarla formalmente e inhabilitar a la agrupación que encabezaba. El consultorio jurídico penal de asistencia a las víctimas de la Universidad de la República resolvió dejar de representarla. Fue detenida por la Policía, que allanó su casa y requisó su celular para pericias. Fiscalía abrió una investigación en su contra por calumnias contra el fiscal Rodrigo Morosoli. Orsi presentó una denuncia por simulación de delito y difamación. El estruendo es espectacular, pero no debería distraernos.

Es preciso esforzarnos por no disminuir ni exagerar el papel de la hoy exmilitante nacionalista, a la vez víctima y victimaria en una trama intrincada que tiene, obviamente, otros protagonistas ocultos, a salvo por ahora mientras ella se hunde. Y digamos, de paso, que podría haberse hundido antes, si Orsi la hubiera denunciado cuando ella comenzó a difamarlo. Quizá el precandidato no quiso en aquel momento, por prudencia o por piedad, activar un procedimiento para que fuera presa, cuando aún había gente que le creía o no estaba segura de que mintiera.

En todo caso, ahora la suerte está echada. Romina Celeste cometió delitos y les causó daños graves a varias personas; hay hechos en su historia personal que la explican, pero no la justifican, y con seguridad le espera un período difícil, que en el mejor de los casos será una oportunidad para rehacer su vida, apartada del vértigo en el que estaba inmersa desde hace demasiado tiempo.

Esos delitos, sin embargo, no son todos los que se cometieron en este caso y quizá tampoco los peores. Es inverosímil que ella o Paula Díaz, la mujer trans que presentó la denuncia falsa, dispusieran del dinero y los contactos necesarios para amplificarla en redes sociales. No eran ellas las interesadas en que este escándalo fuera utilizado para desacreditar la investigación sobre Gustavo Penadés, para arremeter una vez más contra Fiscalía o para embestir contra la ley sobre violencia de género, reiterando mentiras sobre su contenido y sus efectos procesales.

Digamos una vez más, y tantas como sea necesario, que esa norma no elimina la presunción de inocencia, ni determina que la palabra de las mujeres valga más que la de los varones, ni deja impunes las denuncias falsas, y que su aprobación fue un avance, importante, pero aún insuficiente, para prevenir femicidios, abusos y violencias vicarias.

Digamos también que una denuncia cuya veracidad no se puede verificar no es necesariamente una denuncia falsa y que la eventual difamación requiere una investigación aparte, como queda claro en el caso de Orsi. Carece de sentido jurídico que la tipificación de cada delito vaya acompañada por las penas que les corresponden a quienes lo denuncien con malicia.

Romina Celeste y Paula Díaz están en manos del sistema judicial, al que intentaron engañar, pero no para que el sistema tome represalias, para que paguen por culpas ajenas, o para que sean utilizadas en una ofensiva reaccionaria. Ojalá que no.

Hasta mañana.