A las 19.00 del último lunes de enero el sol sigue fuerte y puede iluminar cualquier superficie del lugar, hasta la más fresca y resguardada, como el fondo de la cantina o el piso de parqué del Montevideo Basketball Club.

El viejo predio del barrio Goes todavía conserva una tribuna de cemento al aire libre, y durante este carnaval funciona como casa y local de ensayo de la murga Doña Bastarda.

“Amo la murga. No sé si soy murguera de ley. No sé si estoy a la altura; la verdad, acá hay murgueros zarpados”, pondera una de las integrantes del conjunto, la actriz Emilia Díaz, mientras recorre el club con la cámara prendida para un vivo en Instagram y les muestra a sus seguidores los trajes de la murga, colgados en largos percheros a la espera del estreno en el Teatro de Verano.

Más temprano, en el comienzo de su historia, aguarda paciente en una silla. Un maquillador y una maquilladora trabajan sobre su rostro con un soplete y pequeños pañuelos de encaje por donde pasa pintura de color negro para que las formas de la tela se dibujen sobre sus ojos. Parecen abanicos, o sombreros de Napoléon. Sus párpados, sobre fondo blanco, esta noche serán de color rosa, y sus pómulos llevarán filas de piedras de brillo plateado.

En ese rato de quietud habla con los dos técnicos, lee mensajes de sus seguidores, reflexiona sobre la actuación y la vejez. “Estamos en un mundo donde se pondera mucho la juventud; hay que levantar más a les viejes”, dijo, y había comenzado preguntándose porqué los murguistas se maquillan.

“Este es el mejor utilero del mundo”, continuó cuando se cruzó con Mauro Sánchez, que en ese instante corre con un sombrero en la mano y arenga a sus compañeros con chistes y cánticos. Un rato después, de chancletas, lentes negros y una matera de madera, Camilo Abellá, uno de los directores artísticos de la murga, cuenta risueño que durmió nueve horas seguidas y está “como una seda”.

Silvia de Leonardis come un alfajor de chocolate. Es asistente de la murga y soluciona cualquier problema de vestuario. Sobre una mesa, una caja tan grande como su sostén contiene broches de pelo, otra caja más pequeña guarda muchos tipos de botones, una almohadilla con agujas, hilo amarillo, fucsia, blanco y marrón, pegamento para cartón y papel, un frasco de Poxipol y un rollo de hilo grueso de nailon. En los bordes de la mesa hay diferentes tipos de tijeras y una engrapadora.

Emilia la llena de elogios, y Silvia, a propósito de la charla, hace lo mismo con su hermano, Pablo Pinocho Routín, encargado de la puesta en escena de la murga.

Ya se hizo de noche y queda un rato para que la murga se vaya para el teatro. En esas horas de previa, amigos y parientes ayudan con lo que sea, y también vienen a visitar integrantes de otras murgas.

“Es un día de nervios, ansiedad. Desde agosto que nos estamos reuniendo para formar este espectáculo, y hoy es el día que vamos a mostrar todo lo que buscamos plasmar en todo este tiempo”, dice Nicolás Marrero, que empezó a maquillarse a las 16.00 y cerca de las 21.00 está casi pronto. “Cada vez te cuidás más y querés ir más prolijo”, dice, como uno de los más veteranos del conjunto, sobre el cambio de hábitos con los que tradicionalmente se ha identificado a los murguistas y su bohemia. “Mucho caramelo con miel, por ahí alguna grapa con miel” es parte de su preparación, junto con la puesta en práctica de muchas cábalas, entre ellas, tres saltos con el pie derecho antes de subir al escenario. A diferencia de otros carnavaleros, cuyo día preferido de la fiesta es cuando desfilan por 18 de Julio o van al Teatro de Verano, Nicolás elige “el día después del teatro”, cuando puede sacarse de encima la tensión del debut, en una primera rueda “que siempre es de ajustes y de estar atento a cada detalle del espectáculo”.

La fiesta

Pasadas las 0.00, la murga espera detrás del telón para su primera actuación en el concurso oficial. Están vestidos con trajes de nailon negro, apelotonado como flores silvestres sobre la cabeza, la espalda, los brazos y las piernas de los artistas.

“Voces escapando del barullo, / con su canto reo de ciudad, / resistiendo, aguantando, / volvió la murga otra vez en carnaval”, saludan, y les dedican versos a “nubes de algodón”. También incluyen un fragmento melódico del clásico ochentero “Voyage, voyage” de la cantante francesa Claudie Fritsch-Mentrop, más conocida como Desireless.

La fiesta clandestina se llama su espectáculo de este año, y luego de la presentación, los integrantes de la murga vuelven en la piel de bufones, hombres y mujeres habitantes de un reino con poco tiempo y mucho para festejar. “A gozar / sin que nadie salga a molestar”, cantan. El rey se llama Lewis (interpretado por Imanol Sibes). Se trata de un monarca que tendrá que disculparse muchas veces por promesas o compromisos incumplidos, pero lo hará con ironía y mucho entusiasmo.

Un inofensivo cuadro humorístico sobre “los pelos de Lacalle” tiene la virtud de contrastar con todo lo que vendrá después: bajo la alegoría de los disfraces de una realeza ficticia, la murga avanza con dura crítica hacia la gestión de la coalición de gobierno y recuerda episodios importantes de la realidad social y política de nuestro país. Su fiereza, y la falta de ciertos matices, acercan esta versión de la murga a los espectáculos de Araca la Cana de finales de los 90 y comienzos de los 2000.

Un momento breve y efectivo del transcurso de esta crítica se transforma en un montón de risas en las plateas del teatro. La fórmula es de las más utilizadas de este carnaval, pero aquí funciona de maravillas. En una conferencia de prensa, el rey Lewis, incomodado por las preguntas de la prensa, llama a “su mano derecha”, una ministra de economía de nombre Achucena, interpretada por Emilia Díaz.

La jerarca de ficción se sienta junto al rey Lewis. Ambos parecen uno solo cuando la ministra trata de exorcizar su tensión e incomodidad camuflando sus gestos y su discurso sobre el cuerpo del rey Lewis. Con notables recursos escénicos, la actriz crece y llega hasta las narices de los espectadores, con gestos desmesurados y caricaturescos y con un discurso ambiguo y absurdo demasiado parecido a la realidad y, a la vez, amplificado en su humanidad y circunstancia. El texto por sí solo podría provocar la risa, pero el trabajo físico y gestual de los actores y la puesta en escena permiten que el público llore de risa con una desgracia vista con lupa, a través del arte.

Más igualitaria

El repaso de las noticias de estos años de pandemia también abordará otras temáticas. A través de una canción escrita por Emilia Díaz, la propia actriz, junto a su compañera Camila Sosa, se quedan solas en el escenario para recordar la vigencia de los casos de abuso contra las mujeres en carnaval y expresar el anhelo por cambiar esta realidad:

“El viejo Momo le cambió la vida, cambió la vida, cambió la vida. Se sentía una Colombina, una Colombina, una Colombina. Se creía que su voz valía, que en la fiesta cabían las pibas. El silencio daba garantía, gran banquete de complicidad. Fiesta loca de cuerpos libres, hoy te digo mi verdad. No estaría bancando más la incoherencia que presentás. Si un día te has sentido violentada, no, no calles más tu herida, gritalo. Yo te juro, te aseguro, encontrarás sororidad. Y es sabido, no es cosa tuya la responsabilidad. Pero eso sí, festejamos todes contigo aquí. Fiesta, que fantástica sería esta fiesta, que fantástica sería esta fiesta, esta fiesta construida desde ahí (si la hacemos desde ahí). Una fiesta más igualitaria, (igualitaria, igualitaria), será una fiesta con todas las voces (todas las voces, todas las voces)”.

En esta escena no estaba previsto que los varones de la murga participaran, pero un pequeño tinglado que hacía de fondo circense se rompió, y mientras Emilia y Camila entonaban la canción, parte del grupo salió a oscuras a acomodar la endeble escenografía preparada.

Para la despedida, la murga volvió con trajes de retazos multicolores y cantó un texto escrito “por personas migrantes que hoy viven en Uruguay”. La idea, contaron, surgió luego de profundizar sobre el concepto “voz del pueblo”, y se entusiasmaron con la posibilidad de que la murga fuera un verdadero vehículo “proyector de cuentos que andan escondidos por ahí, de voces que poco se escuchan, de historias que pocos conocen. Tuvimos la fortuna de cruzarnos con personas migrantes de diferentes países del mundo. Les compartimos un poco de nuestro amor por el género murga, nos compartieron sus historias de vida, y así nació nuestra despedida”.

Doña Bastarda terminó su actuación con el público de pie. Las y los murguistas levantaron en alto sus sombreros y cantaron por largo rato más. Detrás del escenario los esperaban algunos amigos y parientes para abrazarlos, y su equipo técnico, entre ellos Pinocho Routin, que sin sacarse la mochila de la espalda prometió volver a actuar en carnaval.

Al otro día, Emilia Díaz nos dijo que amaneció “agradecida y contenta”. Sobre el episodio del tinglado comentó: “Se me cayó el carnaval en la cabeza”.