Un grupo de unas diez personas baila en el espacio que hay entre las mesas y el escenario. Se ven mascaritas y boas de colores enredadas en el cuello, pies descalzos sobre la mezcla de arena y pasto, eucaliptos, anacahuitas y un molino sin aspas unos metros detrás de la escena. La música de Ladrones de Gallinas mueve al público, con matices de cumbia y acordeón, con una canción que habla en tono irónico de las aventuras que se viven al viajar diariamente en los ómnibus del transporte urbano capitalino. Son casi las 23.00 de un domingo de carnaval en un tablado contra la costa y, por suerte, no llovió.
Si hablamos de bondis, el que llevó al colectivo Más Carnaval hasta el parador Surí del balneario Kiyú está tratando de estacionar después de haber bajado a toda la troupe de artistas que van a amenizar esta noche. El clásico llamado por los parlantes “al propietario del auto matrícula xxx” dificulta la maniobra para que el ómnibus se ubique correctamente.
La tripulación del ómnibus funciona como una inyección al ambiente de expectativa que reinaba en el parador. Descienden del transporte con galeras de colores e instrumentos. Se esparcen y se integran, en un ejercicio que tienen adosado como de memoria; una especie de compañía trashumante que con juglares, juegos y carretas recorren las historias de tantos libros y series audiovisuales, recobrando el espíritu del carnaval: el de recorrer, llegar, actuar e irse, con promesas de regresar en la noche de febrero menos pensada.
Más Carnaval es el movimiento resultante del Sucau (Sindicato Único de Carnavaleras y Carnavaleros del Uruguay) que tiene como principal intención acercar esta fiesta a los barrios, y en este caso al interior del país.
Esta noche su pizarrón anuncia a Jorge Portillo, Mudanza, Ladrones de Gallinas, Diego Pérez y su Conga, Lubola Banda y La Gran Siete.
A Kiyú se llega por la ciudad de Libertad, en el kilómetro 52 de la ruta 1, en el departamento de San José. El camino Mauricio es un trayecto de poco más de diez kilómetros asfaltados que te deposita en la costa, cruzando campos, tambos y quintas de citrus, más una escuela rural y un puente.
El parador Surí está en la zona de Kiyú que ha mostrado más crecimiento, y se la conoce como Ordeig; allí se puede ver muchas viviendas nuevas y una placita con juegos; resultante de un boom inmobiliario en la zona, que mejoró el acceso al balneario, que pasó de ser un destino de veraneo para convertirse en una opción para vivir todo el año.
Un tarro de leche al costado de la entrada del parador, macetas con malvones, bicicletas, un quincho de dos pisos con una galería que cobija seis o siete mesas con sillas de madera y de plástico. La cocina del comercio nos ofrece pizza con muzzarella, chorizos picados en una tabla y papafritas. Arriba del mostrador un lote de jarras de cerveza de loza prendidas de un gancho y cerca, un móvil hecho con cañas tacuara que chocan entre sí, un cartel nos avisa que hay churros y hay un Chevette metido de punta bajo la esquina del alero.
“Pasen, vecinos, pasen” es la consigna que se escucha por los parlantes.
Alguien hace los últimos retoques al cablerío cerca del escenario. Un mural rinde homenaje al músico de Paysandú Aníbal Sampayo con un retrato y una guitarra mimetizada en un río de pájaros pintados. Delante, ocho micrófonos en línea en sus jirafas sobre una plataforma de un metro de altura. Detrás está la playa, pasando un un pequeño médano con espinillos, que es motivo de visita de muchos de los participantes del espectáculo artístico.
Un niño come papas fritas sobre su regazo, en un plato hondo de vidrio con un chorro de mayonesa en una orilla; las familias van llegando y se acomodan en bancos de madera largos apostados contra la calle. Un sanducero llegó hasta el lugar en una bicicleta cargada de bolsos y con una colchoneta, con destino de frontera con Brasil y con esta noche de carnaval como parada.
La asistencia al tablado acusa unas 70 personas, la murga La Gran Siete se prepara como espectáculo final en un salón del parador; una mesa de Más Carnaval tiene discos y libros a la venta y mucho vecino, entre curioso y tímido, no se acerca del todo al festejo pero lo mira desde la calle.
El grupo La Mudanza -formado por un padre y sus dos hijas- hace una muy linda versión de “Derecho de nacimiento” de Natalia Lafourcade. En un intervalo entre números musicales, compartimos una muzzarella con el amigo ciclista y otros ocasionales compañeros de charla, entre anécdotas del interior del país y recuerdos de travesías en dos ruedas y con viento en contra.
La animadora del espectáculo habla de las virtudes de un carnaval “más allá del concurso oficial”. Un carnaval “popular, gratuito y solidario” es el lema estampado en tiza en el pizarrón del parador. Con entrevistas a los niños en el escenario, vecinos pispeando, números musicales de una diversidad que se despega de la tradicional marcha a camión.
El domingo es una foto de barrio y carnaval, con un río ancho como mar de fondo pasando el médano, hermano de ese río de los pájaros pintados al que le cantó don Aníbal.