Heráclito Fajardo al 3464. Corazón del barrio Fraternidad. En la vereda del club homónimo, algunas sillas rodean una pequeña mesa. Salamín cortado, pan, el termo y mate de algún componente. El que quiera que se sirva. A unos pocos metros, estacionado el ómnibus que llevará a la murga al Ramón Collazo para su presentación en la segunda rueda del Concurso Oficial de carnaval.
Mansa tarde de viernes que predispone para una gran noche de Carnaval. Queso Magro sacudió la categoría en la primera vuelta y viene sonando fuerte por los barrios. Eso no cambia la tranquilidad del grupo. Gastón, el platillero que volvió este año y que es uno de los que está desde Murga Joven, comenta que llegan con 49 tablados y asegura: “Esto es impredecible. Que pase lo que tenga que pasar”.
Ingresando al club, se ve un desorden tolerable para lo que es la previa de una murga el día de Concurso. A la derecha la cantina, donde algunos murguistas piden las últimas latitas de cerveza. Sobre la izquierda, los trajes colgando, niños jugando con instrumentos de percusión y una mesa de pool que sirve para apoyar buzos, riñoneras y todo tipo de objeto.
Los que empezaron a maquillarse más temprano estaban convocados a las 13.00. Uno de los que está casi pronto es Pablo Cereijo, que anda entre “aburrido y medio caliente”, debido a que la murga tiene que actuar a primera hora. Ya en la primera rueda el Queso tuvo que ir el primer día a segunda hora, y en esta rueda de ajuste (con calendario digitado), le toca abrir la etapa.
A eso de las 17.00 el ómnibus matrícula RTU 1135 (para los quinieleros) abre las puertas de su bodega para que Claudia, Diego y el Satélite, los utileros de la murga, empiecen a cargar todo los elementos que el conjunto utiliza en escena.
En el fondo del club, un espacio tipo patio abierto con parrillero incluido, lucen las botas de los componentes una al lado de la otra. Tatiana Kornecki charla y comparte un mate con Luz Viera, una de las encargadas de la puesta en escena, deshojando los últimos minutos previo a la partida rumbo al Templo de Momo.
Una puerta a la derecha da paso al salón del Fraternidad, un recinto que se alquila para fiestas y eventos, y que la murga usa para la extensa sesión de maquillaje. Allí está Carolina Fontana y su staff, integrado por seis chicas más, dando los últimos pincelazos a los rostros de los y las artistas.
Junto a ellos se arma una mesa de truco. Son las 18.20 y la ansiedad entra a jugar su papel. Diego Waisrub, que para la segunda rueda sí subirá al escenario, junta las cédulas que habrá que entregar poco más tarde al momento de concursar.
Algunas parejas y familiares se arriman a saludar. El movimiento empieza a ser un poco mayor. No hay que descuidar ningún detalle, e incluso dejar todo organizado para el cierre del club, del cual la murga tiene la llave durante esta época de Carnaval.
Por ahí pasa Maol Villalba, el bombista del conjunto. Dice que en los tablados el espectáculo rinde “divino, a la gente le encanta”. Con esa expectativa y el deseo de confirmar, la murga se marcha, apenas pasadas las 19.00, con destino al Teatro de Verano del Parque Rodó. Una gran noche recién estaba empezando a suceder.