La revuelta en Chile no sólo significó volver a las calles con fuerza y apoderarse del espacio público, sino que vino a revolver el orden que mantenía los símbolos y sus narrativas. Los muros y edificios, públicos o privados, no quedaron fuera de esta revolución: fueron parte del lienzo que se dibujó desde el 18 de octubre de 2019 y donde se comenzó a cristalizar un cambio en los elementos identitarios de la sociedad chilena. Lo cuenta Paula Correa, periodista chilena y magíster en Antropología.


“¡Los muros son la imprenta del pueblo!”

Los muros del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) son un claro ejemplo del ejercicio de deconstrucción y reconstrucción de nuevos discursos y narrativas de la revuelta ciudadana y popular en Chile. En las paredes de este icónico espacio público del centro de Santiago, ubicado a pocos metros de Plaza Dignidad, se manifestó la expresión callejera, desde rayados y dibujos con consignas políticas hasta elaborados dispositivos de protesta, convirtiendo su fachada en una verdadera pieza de arte.

La mañana del 19 de febrero de 2020, el mismo GAM denunció en sus redes sociales el pintado sin autorización de su fachada y el borrado de lo que calificaron como “una expresión artística callejera que forma parte de la historia de Chile”. Su directora de programación, Pamela López, sostuvo a los medios de comunicación nacionales que “las obras de arte habían sido hechas por la ciudadanía de una manera espontánea, autoconvocada, y que llevaban un registro histórico de lo que había pasado desde el estallido social a la fecha”.

“Creemos que es importante lo que ese contenido ha significado y resignificado para los ciudadanos”, afirmó la directora, y añadió que la acción “claramente planificada” se dio cuando el centro cultural, en conjunto con el Departamento de Arqueología de la Universidad de Chile, realizaba estudios sobre la expresión ciudadana que se manifestaba en los muros del centro de Santiago. Así, el testimonio plasmado en la fachada del GAM no sólo daba cuenta del aporte de la expresión artística, sino que también era una pieza clave de antropología visual.

El GAM no fue el único lugar que sufrió el atentado. El mismo día, el Centro Arte Alameda denunció que su fachada fue intervenida y pintada sin consentimiento. En sus redes sociales, el cine y centro cultural sostuvo que había sido testigo durante meses de la zona de sacrificio en la que se convirtió el barrio y añadió: “No son las consignas ni los rayados lo que nos violenta. Esto es una higiene visual que ejerce una violencia simbólica. Creemos que las expresiones de todxs son importantes, el arte era la luz en esta zona de muerte. ¡Además, reiteramos que estaremos siempre contra la censura!”.

Pero las paredes rojas y los muros silenciados duraron poco tiempo. Esa misma mañana, la ciudadanía y colectivos artísticos se reunieron a las afueras de ambos centros, interviniendo su fachada para restaurarlos. En menos de 24 horas el GAM y el Cine Arte Alameda recuperaron parte de lo perdido, sumando nuevas consignas entre las que se leían frases como “no hay pintura que borre la injusticia” y “podrán borrar nuestras paredes, pero no podrán borrar nuestra memoria”.

En junio y en pleno confinamiento por la crisis sanitaria, el GAM se acogió al plan de limpieza de edificios patrimoniales del gobierno y el municipio de Santiago para cumplir con el deber de mantención que exige el comodato del Ministerio de Bienes Nacionales que les entrega el inmueble. La restauración de algunas de las obras artísticas por parte del GAM, las fotografías de las y los manifestantes y artículos como este tienen la finalidad de no olvidar una de las frases más emblemáticas en el proceso de restauración: “Los muros son la imprenta del pueblo”.

“¡Las calles siempre serán nuestras!”

Hacia el oriente, en la vereda sur de la plaza Dignidad, se levanta la torre Telefónica, reconocido edificio de la multinacional de telecomunicaciones Movistar y su centro de operaciones en el país. Una vez iniciada la revuelta, la torre fue cercada con planchas de hierro para protegerla y, a la vez, impedir su acceso.

Las planchas se convirtieron en verdaderos lienzos urbanos que acumularon grafitis, rayados y consignas de tono callejero, menos artístico que el del GAM o Centro Arte Alameda, pero no menos fiel a la expresión de las demandas sociales y populares. Y justamente, al estar en el centro absoluto en disputa, son un claro espejo de la rabia ante la desigualdad, la lucha por una sociedad mejor y la solidaridad entre las y los manifestantes.

Al recorrerlos podía leerse cada una de las narrativas presentes en sus distintos temas, entre ellas la crítica a la extrema concentración de la riqueza y el abuso por parte de unos pocos, la denuncia a las feroces violaciones a los derechos humanos en los meses de revuelta y en los años previos, el atropello al pueblo mapuche y pueblos originarios, la voz del feminismo increpando al Estado por los casos de violencia político-sexual, la crisis de la legitimidad política e institucional expresada en la demanda por una nueva Constitución, entre otros tantos temas.

 Paneles Telefónica. Noviembre 2019

Paneles Telefónica. Noviembre 2019

Foto: Paula Correa

Paneles Telefónica. Noviembre 2019

Paneles Telefónica. Noviembre 2019

Foto: Paula Correa

También se dibujaban en los muros las nuevas figuras del imaginario chileno: los estudiantes como inicio de una crítica profunda al sistema con sus “no son 30 pesos, son 30 años”, el Negro Matapacos como símbolo del perro mestizo o “quiltro” negro chileno, solidario con los suyos pero fiero ante la opresión, los alienígenas como la fuerza colectiva, el pañuelo verde abortista como símbolo de la lucha feminista antipatriarcal, mientras conceptos como la recuperación de la calle y la lucha por la dignidad se levantaban como nuevas formas de entender la sociedad.

A diferencia de lo que se hizo en los centros culturales, este gran panel urbano callejero se dejó allí, sin remoción ni conservación alguna, con lo que comenzó su natural desgaste ante las lluvias de invierno y el día a día. Hoy, al recorrer la plaza Dignidad quedan sólo los vestigios del tiempo en que se tomaron estas y otras fotos que constituyen un pequeño botón de muestra de esos gritos de la calle.

“¡Los pueblos tienen voz!”

Las formas de construir narrativas en torno a la plaza Dignidad no sólo se expresaron en consignas y rayados, sino en símbolos de cultura, espacio y territorio. La mañana del 6 de diciembre de 2019, el centro neurálgico de la capital amaneció distinto. Tres chemamüll, esculturas de madera o tótems se erguían en plena plaza, dando la espalda al sector alto de la capital y mirando al poniente.

Las piezas fueron instaladas por el colectivo Pillan Mamüll y representaban a los pueblos originarios de este territorio, de norte a sur. Se trataba de un petroglifo, que simbolizaba a un chamán de Tilama, un Domo Mamüll que buscaba identificar la esencia femenina mapuche y un espíritu Selk’nam de Tierra del Fuego.

“Genocidio Colectivo Originario”. Chemamüll en Plaza Dignidad. Foto Colectivo Pillan Mamüll. Publicada en El Pueblo Informa. 06 diciembre 2019.

“Genocidio Colectivo Originario”. Chemamüll en Plaza Dignidad. Foto Colectivo Pillan Mamüll. Publicada en El Pueblo Informa. 06 diciembre 2019.

Desde el colectivo explicaron que la instalación de las piezas de madera iba mucho más allá de una acción de arte, y que pretendía situar a los pueblos originarios en el debate público, cuando ya se hablaba de una nueva Constitución para Chile y sus demandas históricas se habían invisibilizado.

Samuel Yupanqui, integrante del colectivo, afirmó a Pressenza: “¡Los pueblos tienen voz! Ya basta de colonialismo y de que sean otros los que hablen por nosotros, basta de hacer sentir que la violencia está en nuestras manifestaciones. La violencia es estructural”. Desde la propia agencia internacional Claudia Aranda reflexiona: “Decirles tan sólo ‘esculturas’ es quedarse cortos y atrapados en nociones de la cultura occidental invasora. Dentro de una suerte de generalidad son tótems que gritan, que demandan, que evocan, que significan, que representan y trascienden”.

Pero nuevamente se intentó silenciar esta narrativa: al día siguiente un grupo de desconocidos atentó contra los chemamüll prendiéndoles fuego, pero sólo uno de ellos resultó quemado. Sin embargo, el chamán de Tilama pudo ser reparado con éxito. Poco tiempo después, los tres desaparecieron en una suerte de secuestro que gatilló el repudio de antropólogos y otros integrantes de la sociedad civil, pero fueron recuperados y se les reinstaló en gloria y majestad la noche de Navidad.

Más allá del vandalismo opositor, la intervención puso en el debate la voz de los pueblos, instalando lo territorial y lo comunitario. Resultaba esperanzador ver tres fuerzas originarias cohabitando en el mismo espacio de la torre Telefónica, también llamada Distrito Movistar Chile, construcción de 134 metros de altura y 34 pisos con la forma de un teléfono móvil de la década de 1990 que, desde 1996 hasta 1999, fue conocido como “el edificio más grande de Chile”. Una ilusión más de modernidad y progreso.

Sin duda los chemamüll, dando la espalda al símbolo de la telefonía transnacional, hoy son parte del imaginario simbólico y narrativo de la revuelta en Chile.

“¡Hay que saber escuchar la voz!”

El llamado “celular gigante” siguió siendo eje de disputas que continúan hasta el día de hoy. La primera subversión del símbolo tuvo lugar el 19 y el 20 de octubre de 2019, cuando se utilizó su infraestructura como receptor de luz en una proyección que mostró durante ambas noches la palabra “dignidad”.

Le siguieron frases como “¡Estamos Unid@s!” y “¡No estamos en guerra!”, que contrariaban los dichos del presidente Sebastián Piñera quien, al decretar estado de excepción constitucional, afirmó: “Estamos en una guerra contra un enemigo poderoso”. Desde entonces la torre Telefónica ha sido el lienzo monumental de una serie de consignas que no se ha detenido, pese a que el coronavirus obligó a reducir el ritmo del proceso movilizador con las cuarentenas y la crisis sanitaria.

La pandemia no sólo dejó al descubierto la crisis de la salud pública en Chile, sino que también generó graves consecuencias en lo económico y social, develando las falencias del modelo que se expresaron con fuerza en la ausencia de trabajo, en la falta de oportunidades y en una mayor precarización de la vida.

Después de meses con extensas cuarentenas obligatorias y sin recursos, ante el desempleo y la falta de alimento, el 18 de mayo los pobladores de la comuna de El Bosque protestaron con la fuerza que se tenía en la revuelta y fueron brutalmente reprimidos por carabineros y militares, producto del toque de queda.

Esa misma noche en la torre Telefónica se proyectaba la palabra “hambre”, imagen que se viralizó de forma instantánea en las redes sociales.

Dignidad y Hambre. Instagram Delight Lab Oficial.

Dignidad y Hambre. Instagram Delight Lab Oficial.

Allí comenzaron la polémica y los cuestionamientos de las autoridades oficialistas a las proyecciones, pese a que se habían realizado sin reparos por casi ocho meses. Luego, mediante un comunicado público, el colectivo de arte Delight Lab denunció haber sido víctima de una serie de amenazas, amedrentamientos con la exposición de sus datos personales, hackeo de sus cuentas de redes sociales e intentos de censura para bloquear la proyección de la palabra “humanidad”.

El colectivo no sólo proyecta palabras en luz sobre la torre Telefónica, sino en otros espacios públicos en Santiago y otras regiones, pero han seguido usándola de lienzo. Una de las últimas palabras que vimos en julio en esa locación fue “pueblo” con la bajada en Instagram “hay que saber escuchar la voz”.

Así se sigue denunciando el malestar ciudadano que se expresó con fuerza en las calles desde el 18 de octubre de 2019, pero se sigue manifestando en pleno 2020, pese al freno y las limitantes que impuso la crisis sanitaria, económica y social de la covid-19, con las graves consecuencias que ha traído para Chile.

Los muros y edificios, los grafitis y consignas en las calles, las estatuas de madera y las diversas reinvenciones y resignificaciones del espacio público en la revuelta dan cuenta de esas violencias estructurales, pero también de las nuevas formas que adopta nuestra identidad para levantar banderas de las luchas que vienen.

Paula Correa Agurto es periodista y comunicadora social. Magíster en Antropología. Docente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.