Que su postura contemplativa y piadosa no te engañe: las mantis son perfectas máquinas asesinas. Cada parte de sus cuerpos es un arma modelada por la evolución. Tienen dos patas delanteras muy desarrolladas, llamadas raptoras, que están provistas de espinas con las que enganchan a las presas, muchas veces mayores que ellas (lo que incluye pequeñas aves y hasta peces, en algunas partes del mundo). Son súper veloces al momento de atacar, pero sigilosas como ninjas en la espera. Son los únicos insectos en los que se ha confirmado la visión estereoscópica, como la de los seres humanos, lo que les permite percibir y calcular la distancia de los objetos. Son maestras del camuflaje, que en el sureste asiático las ha llevado incluso a parecerse a orquídeas para atrapar a sus víctimas, un arte que en Uruguay perfeccionó la especie Brunneria subaptera para disimularse notablemente entre los pastizales y sus diferentes colores. Si esto no fuera suficiente para aterrorizar a sus presas, las mantis son la Linda Blair de los insectos: son los únicos que pueden rotar su cabeza 180 grados, un talento esencial para detectar a sus víctimas sin mover el cuerpo.
En resumen, las mantis son la sustancia de la que están hechas las pesadillas de los demás insectos (y de algunos seres humanos también, a juzgar por películas como The Deadly Mantis, de 1957).
La influencia de la mantis no se reduce al mundo de los insectos o los pequeños vertebrados que suelen convertirse en su desayuno. Presentes en todos los continentes excepto en la Antártida, han fascinado a los seres humanos desde hace miles de años, una característica en común de varias culturas. Su nombre proviene de un término griego que significa “profeta”, pero otras civilizaciones las consideraban directamente dioses o guías de las almas en el más allá, como en el Antiguo Egipto. Inspiraron disciplinas de artes marciales, pinturas, obras de literatura. Su influencia fue tan profunda que incluso hoy, en algunas culturas, matar una mantis es presagio de mala suerte.
En varios países se han popularizado también como mascotas, toda una rareza entre los insectos, a los que no suele atribuirse la misma consideración moral que a los vertebrados ni cuentan con la misma preocupación de conservacionistas y activistas. ¿Cómo es posible, entonces, que se sepa tan poco en nuestro país de un animal tan fascinante y carismático? Esa es exactamente la pregunta que se hicieron tres estudiantes una mañana, hace mucho tiempo, en los pasillos de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República: Mariana Trillo, Lucía Miguel y Felipe Garay. “Nos llamó la atención que no se supiera nada de un grupo tan carismático”, recuerda hoy la bióloga Mariana Trillo.
No es consuelo para nadie, pero no es un problema exclusivo de Uruguay. Hay muy poca información sobre especies de mantis neotropicales, a diferencia de sus contrapartes europeas o asiáticas. Por ejemplo, el ocasional canibalismo sexual de las hembras mantis que contribuyó bastante a su fama internacional (devoran muchas veces al macho durante la cópula, comenzando por su cabeza) no es algo que se haya investigado en la región. A Trillo, que como buena etóloga de vocación estaba interesada en conocer el comportamiento sexual de estas especies en Uruguay y en la región, le sorprendió descubrir que no tenía por dónde empezar; es decir, difícilmente podía ponerse a analizar la sexualidad de las mantis cuando no estaba claro ni siquiera qué especies había en el país.
Por eso mismo, no tuvo otra opción que meterse en el mundo complejo de la taxonomía de las mantis antes de poder plantearse como meta indagar en su comportamiento. Es así que surgió la semilla del primer catálogo de mantis en Uruguay, un “ladrillo” inicial para que otros puedan seguir construyendo conocimiento, como aclara la bióloga.
Una experiencia religiosa
La tarea titánica que derivó de aquella idea incluyó la revisión de todos los registros de mantis en Uruguay, el examen de todos los especímenes recolectados en la Colección de Entomología de la Facultad de Ciencias y una colecta en trabajos de campo realizados en buena parte del país desde 2011 a 2019 (además de los numerosos aportes de entusiastas, aficionados, amigos y colegas que fotografiaron o recogieron mantis en varias partes de Uruguay). El trabajo, parte del doctorado de Trillo en el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba) y financiado parcialmente por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), no fue una misión solitaria. Participaron también investigadores del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, de la sección Entomología de la Facultad de Ciencias, de la Universidad de Cundinamarca de Bogotá (Colombia) y del Laboratorio de Desarrollo Sustentable y Gestión Ambiental del Territorio, de la Facultad de Ciencias.
Y esto fue sólo la parte más sencilla. Hubo que meterse luego en la selva enmarañada de la taxonomía de un insecto que tiene casi 2.500 especies registradas en el mundo y del que hay distintas propuestas de clasificación. No escatimaron en detalles en pro de una mayor certeza. El trabajo fue lo suficientemente meticuloso como para ameritar un análisis detallado de los genitales de varias especies, para una mayor precisión en la identificación.
Parte del estudio se pudo hacer gracias a la concienzuda recolección que hizo el entomólogo Carlos Carbonell, fallecido recientemente a los 101 años (a quien está dedicada la investigación), y que realizó trabajos de campo desde 1932. Buena parte de los especímenes analizados fueron hallados y etiquetados por él.
El catálogo resultante, una primera aproximación al estudio de la diversidad de las mantis en Uruguay, arrojó un total de 19 especies en el país, seis de ellas registradas por primera vez en este trabajo (lo que también permitió identificar una familia y tres géneros desconocidos hasta ahora en Uruguay). De estas 19 especies, hay ocho que tienen registros históricos pero cuya presencia actual no pudo ser confirmada por los investigadores.
La especie más presente en el territorio, según los resultados del trabajo, es la Brunneria subaptera, y la menos presente la Pseudovates iheringi, de la que ya hablaremos. Si te encontrás una mantis larga y delgada en una zona de pastizales (y si tenés buen ojo para distinguirla de una hojita o ramita), es altamente probable que sea la Brunneria, de color verde o sepia dependiendo de la fase de color en que se encuentren las hojas.
Aunque casi todos tenemos presente la imagen de la mantis verde y larga, con sus patas delanteras eternamente en posición de rezo, lo cierto es que las especies presentes en Uruguay muestran una gran diferencia de tamaño, color y forma. Algunas son más parecidas a sus primas las cucarachas que a la imagen clásica de mantis que prevalece en el mundo. Lo de primas es ajustado: tanto las cucarachas como las termitas –ahora juntas en el grupo Blattodea– integran con las mantis el superorden Dictyoptera, aunque estas últimas no gozan de la misma reputación entre los seres humanos. Son los familiares indeseables que viven en las cañerías o se comen los marcos de las puertas.
Una parte de los nuevos hallazgos de mantis en Uruguay hay que agradecerlos en realidad a un animal que no tiene mucho que ver en este asunto: el esquivo solífugo, un arácnido buscadísimo en el país. Hace un tiempo, alguien del grupo de investigadores recibió un mensaje contando que un solífugo había sido visto en Cerro del Toro, en Piriápolis. Como si fuera la búsqueda del Santo Grial de los arácnidos, se organizó una partida de 20 personas que dieron vuelta la mitad de las piedras del Cerro del Toro buscando al solífugo. No apareció ni uno, pero los entusiastas buscadores sí dieron con varias especies de mantis.
Con ustedes...
Tenemos entonces 19 especies registradas hasta el momento en el país, una cifra que puede variar en futuros estudios, como aclara Trillo. ¿Cuáles son las que no sabíamos que se encontraban en nuestro territorio? Algunas de ellas, como buenas mantis, tienen características fascinantes.
La Mantoida beieri es de color marrón, con antenas tan largas como su cuerpo. Al conjunto de habilidades usuales en las mantis le suma un truco adicional cuando nace: el mirmecomorfismo, que se da cuando un insecto adquiere características físicas iguales a las hormigas, generalmente para evitar la depredación.
A la Eumusonia livida se la puede encontrar en vegetación herbácea. Los ejemplares juveniles son verdes, pero al crecer adquieren un color marrón. Los machos vuelan y son muy activos, pero las hembras no tienen alas y suelen encontrarse en la parte baja de la hierba.
La Musoniella argentina, de color marrón pálido, suele encontrarse en vegetación que crece en pisos rocosos. Al igual que sucede con la Mantoida beieri, las ninfas tienen una gran capacidad para imitar las características físicas y el comportamiento de las hormigas.
La Metaphotina brevipennis cambia de colores, pasando de verde a marrón, algo que podría deberse a que acompaña el cambio de su entorno para camuflarse mejor. De aspecto robusto, al nacer también muestra mirmecomorfismo.
Si ves una mantis en un entorno de ciudad, como en tu jardín o cerca de las luces de las calles, entonces hay buenas chances de que sea la Parastagmatoptera theresopolitana, que tiene en Uruguay su punto más austral de distribución.
La Pseudovates iheringi, como ya dijimos, es la menos común de las especies identificadas y también tiene en Uruguay el extremo austral de distribución. Es de color entre verde y amarronado, con pequeñas manchas oscuras.
Los datos de distribución recabados, según los investigadores, sugieren la existencia de dos grupos de especies: uno que habita todo el territorio y otro con distribución restringida, especialmente en el noroeste uruguayo. Con un mayor esfuerzo de colecta, agregan, es muy posible que la diversidad del país se amplíe, sobre todo si uno la compara con el registro de especies en regiones cercanas de Argentina y Brasil.
Conocer para conservar
Es muy pronto aún para establecer el grado de conservación de estas especies o las amenazas que pueden enfrentar. Que dependan tanto de los pastizales naturales es un primer indicador de alerta. Como la misma Trillo dice, al momento de hacer las colectas sabía que en algunos lugares muy intervenidos no iba a encontrar gran variedad de mantis, excluyendo a la Brunneria subaptera. La modificación de ambientes, como en la mayoría de las especies en Uruguay, parece ser su principal desafío a futuro.
En un país donde los invertebrados no son generalmente considerados y a veces ni siquiera tenidos en cuenta en la fauna de Uruguay, las mantis tienen al menos una ventaja, que es ser carismáticas. Aunque el carisma en los animales puede ser un arma de doble filo en materia de conservación, Trillo cree que en este caso es un rasgo positivo, algo demostrado en proyectos regionales de conservación de insectos que tienen a la mantis como símbolo (como el Projeto Mantis en Río de Janeiro, Brasil).
Si los factores enumerados en esta nota no fueran suficientes para querer conservarlas, la bióloga agrega otros elementos. Son generalistas y depredadores tope, lo que significa que están en lo alto de la cadena alimenticia de los artrópodos; como tales, son importantes para conservar todo lo que les sigue en esa cadena. Hay abundantes casos que demuestran que cuando los depredadores tope desaparecen de los ecosistemas, estos sufren un desequilibrio que puede tener consecuencias impensadas. Además, son animales sensibles a los factores climáticos, y si sumamos a eso el dato ya mencionado sobre su asociación con los pastizales naturales en Uruguay (ambientes que se encuentran en situación delicada en nuestro país) tenemos en ellas grandes candidatas para ser buenos indicadores ambientales. En caso de que todo esto falle, a las mantis les queda su último recurso: rogar involuntariamente con sus patas raptoras.
El extraño matriarcado de la Brunneria subaptera
En medio de la etapa de colecta y análisis de especímenes, Mariana Trillo descubrió algo extraño en la más abundante de las especies de mantis en Uruguay, la Brunneria subaptera: sólo había hembras. No hay un solo registro de machos de esta especie en Uruguay, pese a que esto no ocurre en otros países.
La reproducción sin participación del macho ya existe en el reino animal, tal cual se ha visto en algunos crustáceos, insectos, anfibios y reptiles. Se llama partenogénesis y se basa en el desarrollo de células sexuales femeninas no fecundadas. Lo curioso del caso de la Brunneria subaptera, sin embargo, es que se haya registrado este comportamiento sólo en nuestro país.
La bióloga confirmó la partenogénesis en Brunneria subaptera en investigaciones en laboratorio. Tras recolectar hembras muy jóvenes y criarlas hasta que llegaban a la adultez, comprobó que no necesitaban de la cópula para dejar descendencia, pequeños clones que sólo cuentan con la información genética de la madre.
Inicialmente, Trillo sospechó que la responsabilidad podía ser de unas bacterias llamadas “feministas”, por motivos que no hace falta explicar pero que conviene no extrapolar. Este tipo de bacterias, como la Spiroplasma, modifican el aparato reproductor con distintos métodos para asegurar que las poblaciones que infecta sean integradas solamente por hembras, lo que les permite su perpetuación al transmitirse de madres a hijas. Sin embargo, hasta ahora no pudo detectar este tipo de bacterias en los ejemplares analizados, aunque continúa realizando pruebas. La bióloga cree que, al igual que ocurre en otros artrópodos, este fenómeno puede estar produciéndose únicamente en los límites de distribución.
Hasta ahora, la partenogénesis se había registrado en tres especies de mantis. Su trabajo, de confirmarse, permitiría agregar una cuarta especie, la Brunneria subaptera, una aventura que ya es parte de otra historia.
Artículo: “Mantodea (Insecta) of Uruguay: diversity and distribution”.
Publicación: Zootaxa (abril de 2021).
Autores: Mariana Trillo, Antonio Agudelo, José Guerrero, Lucía Miguel, Estrellita Lorier.