Después de conmemorarse otro 8 de marzo, que reflejó la existencia de movimientos feministas ya consolidados en el departamento de Colonia, sirve asomarse a experiencias previas. En el novecientos un grupo de mujeres se atrevieron a publicar una revista literaria, planteando allí incipientes ideales feministas.

La revista se llamó Prosa y Poesía, y su directora fue Clotilde Badín, quién pertenecía a una familia de periodistas, que editaban el periódico El Departamento. Fue secundada en el proyecto por numerosas colaboradoras, algunas de ellas maestras, como Teresa Gracioso, Elena C Paunero, Carmen Betelu, Sofía Gracioso, Carmen María Pou, Cecilia Alonso, Catalina Harsich, Rosa E Paz, Dolores e Inés Machiavello y Modesta Espantoso. Estas mujeres pertenecían a las clases medias y altas de las ciudades del departamento.

Aparecida en Colonia del Sacramento durante 1903, interrumpida por los trastornos civiles de 1904, y continuada luego de 1905 a 1907, la revista publicó textos de Ernestina Méndez Reissig, Julio Herrera y Reissig y Guzmán Papini y Zas, entre otros, revelando de esta manera una estética romántica y modernista. Escritores de Colonia, Montevideo y Buenos Aires se cruzaron en sus páginas.

Más allá del tono literario, lo que distingue a la revista es la emergencia de un discurso feminista, entendiendo de modo flexible este concepto. Los aspectos que este discurso aborda, sobre todo, son el ingreso de la mujer en los espacios públicos y su formación intelectual y moral por la educación. Sin embargo, también se aceptan los roles tradicionales de madre/esposa/hija y se idealiza la belleza femenina.

La revista, por la época y por el ambiente pueblerino, intenta conciliar estas imágenes contradictorias. Estas rupturas y continuidades ignoramos si se presentan por estrategia o por un real convencimiento en su convivencia. Lo importante es que están allí, elaboradas por voces de mujeres, ofreciendo una alternativa, una propia visión del mundo, ante la sociedad patriarcal del novecientos.

La mujer educada

En el número 4 de la revista, de mayo de 1903, se incluye un artículo acerca de las “Poetisas y prosistas uruguayas”. Allí se plantea el nuevo rol de la mujer educada en la sociedad uruguaya.

“El intelectualismo se va encarnando en ella, con efluvios dorados, el acendrado amor al estudio –verdadera piedra de toque en todas las necesidades de la vida–, se va haciendo cada vez más palpable, en nuestras aulas universitarias, obtiene la mujer oriental, la más honrosa clasificación y adquiriendo de año en año el Lauro del Triunfo y de la gloria, en el compendioso mundo de las letras, va recopilando fama”, indica la publicación.

Es de esta manera que “las esclarecidas vates” Ernestina Méndez Reissig, María E Vaz Ferreira y María H Sabia y Oribe, entre muchas más, ahondan en el arte “que inmortalizó la memoria del gran Virgilio, y del eminente Víctor Hugo.”

Ya en la segunda época de la revista, en 1905, se reiteran estas ideas, animando a que las mujeres uruguayas aprecien la literatura y la labor intelectual. En el número 33 se expresa: “¡Cuánto nos halagaría que las de nuestro sexo nos ofrecieran la satisfacción de verlas cobrar más dedicación a la Literatura, que ensayaran su intelecto en el mundo de las letras, que no las detuviera esa idiosincrasia que encausa toda evolución eficiente; porque fuerza es confesarlo, la mujer uruguaya, no es de las que da más testimonio de su amor a la Literatura; se detiene injustificablemente en dejar conocer sus ideas, no da expansión por medio de la palabra escrita, a lo que su corazón siente”.

Si bien se reconoce la existencia de muchas escritoras, todavía el dominio de la escritura por parte de las mujeres aparece como tímido y reticente. Las redactoras de Prosa y Poesía, por eso, insistirán constantemente en la formación de este discurso femenino. No obstante y en contraposición con esta exigencia intelectual, en otros artículos se predica una instrucción más hogareña y tradicional. Rosa E Paz, desde el número 5, sostiene que la “tarea de educar a la mujer corresponde a la madre”, porque “nadie mejor que ella conoce y puede formar el corazón de sus hijos”.

La madre, vigilando sus horas de estudio y recreo, sus maneras en el hogar y en público, su trato con hermanos y amigas, modelará una hija virtuosa que posteriormente se verá convertida en esas matronas “que cual las mujeres espartanas, Juana de Arco, Agustina de Aragón y otras mil han sacrificado su vida en holocausto de su patria”.

Por eso es necesaria la educación de la mujer, “pues ella es un factor importante para el progreso de los pueblos y porque es ella la compañera del hombre en todos los momentos: como hija amante es la alegría del hogar; como hermana comparte los pesares del hermano y presta a éste su fe cuando vacila; como esposa es el oasis que sirve de refugio al hombre que fatigado atraviesa el árido desierto de la sociedad, donde sólo se cosechan desengaños, y como madre ¡oh! como madre lo es todo, abnegación constante, sacrificio heroico, amor sublime.” Por el tenor de esta y otras notas, la revista parece sugerir que la formación moral de la mujer corresponde en exclusiva a la madre y el hogar, mientras que la formación intelectual se debe a la escuela.

Así en un artículo titulado “Sobre feminismo”, del número 7, y firmado por “Violeta”, intentan conciliar ambas educaciones. En el texto se acusa a los hombres de que brindan a las mujeres una instrucción superficial. “La culpa no es nuestra, ni mucho menos: hemos aprendido lo que nos enseñaron. Los que tenían el deber de velar por nosotras, son los verdaderos culpables. Salimos del colegio con escasas nociones de lectura; escribimos casi siempre sin ortografía; sumamos malamente…”.

La música, la pintura y el bordado, según la cronista, se aprenden también sin una base técnica. “Lo que conocemos a la perfección –no me refiero a la generalidad– es el arte de vestirnos, empolvarnos, ver si tal o cual color sentará mejor a nuestro rostro; si esta cinta o gasa nos hará parecer más voluptuosas a fin de agradar a las personas amigas y, principalmente, a nuestros pretendientes. En una palabra, nos preocupamos más de nuestro físico que de nuestra instrucción”. Por último, se interroga acerca de cuál es la misión de la mujer, contestándose al respecto: “La mujer es hija, esposa y madre, en estos tres estados tiene grandes deberes que cumplir”; reclamándose para eso: “Eduquémosnos con la solidez con que se educa el hombre, y no seamos inferiores a él.”

En el artículo, si bien se valora el papel tradicional de la mujer, este no se presenta como contrapuesto a una educación intelectual esmerada. Al revés, una exigente educación formal sirve para afianzar y optimizar el rol hogareño. Insistimos, este discurso que desde la óptica presente puede percibirse como paradójico, quizás obedecía a una sutil estrategia de las escritoras, donde, al reivindicar el papel de hija/esposa/madre, podían evadir las sospechas masculinas y proponer sin mayores alarmas el nuevo rol intelectual femenino.

En lo religioso, sin embargo, aparece una posición conservadora. En el número 98 de 1906, durante la polémica por el retiro de las imágenes religiosas de los hospitales públicos, promovida por el batllismo, la revista atacó la resolución del gobierno.

Al respecto cabe referir que al comenzar el siglo XX, las mujeres eran las principales concurrentes a la iglesia. En uno de los artículos se insta a que las damas católicas de Colonia se organicen. “Nuestras damas católicas que sin duda alguna se han sentido también hondamente heridas en sus sentimientos piadosos por la resolución de la Comisión del Hospital de Caridad, han iniciado ya, su movimiento de desagravio a Cristo Crucificado. En adelante, esa imagen venerada que por la intransigencia de nuestros tiempos, ha sido expulsada de los establecimientos de caridad, ellas la irán a ostentar con orgullo legítimo, con grande satisfacción, sin recelos, prometiéndole escudarle en su pecho aunque fuera a costa del sacrificio de la vida, si la impiedad pretendiera de allí también arrancarla…”.

Aunque la reacción pueda verse desde una mirada actual como reaccionaria, también puede destacarse su tono combativo. ¿Podríamos estar asistiendo a un feminismo de base religiosa y antiestatal? Posiciones que nos trae la historia, no menos legítimas o ambivalentes que las actuales.

La “florida” belleza femenina

Las jóvenes de la clase alta y media de Colonia del Sacramento concurrían a las plazas 25 de Agosto y 18 de Julio (actual Manuel Lobo), al muelle viejo o a las reuniones en el Centro Unión Cosmopolita. Por supuesto que casi siempre custodiadas por madres, tías o hermanas. En situaciones como esta es que se construye la imagen social de la mujer, resaltando su belleza, coquetería y elegancia.

En la nota “Nuestras plazas” de mayo de 1903, número 5, se compara a las jóvenes que viven en las proximidades de las plazas con flores. “Se destaca también la florida placita ‘18 de Julio’; diremos florida, porque a su alrededor moran verdaderas deidades […] Una de dorada cabellera […] atraerá vuestra visual; una donairosa y arrogante morocha hablará a vuestra alma en un lenguaje delicioso, con el fuego de sus ojos perspicaces”. La mujer, en la crónica, se ofrece como un objeto refinado y sensual para agradar a las miradas masculinas.

Las siluetas de damas colonienses repiten estas imágenes. Por ejemplo la publicada en el número 1: “Su conjunto bellísimo, sus modales distinguidos de mujer ilustrada, sus valiosos adornos del alma, inspirarían al poeta a pulsar cuerdas de su lira para arrojarle a sus pies una estrofa deliciosísima de arpegios dulcísimos […]”. Acerca de Panchita Berretta, en el mismo ejemplar, se afirma: “En sus ojos color de cielo, soñadores como los de las vírgenes del Ossian retratan toda la magnificencia de su alma purísima. Su belleza asimilable a esas flores exóticas hacen atraer las miradas de aquellos amantes a lo bueno, y alabanzas se alzan prepotentes a enaltecer justicieramente su conjunto delicioso”.

En junio de 1903 la revista organizó un concurso de belleza, resultando triunfadora la ya nombrada Francisca Berretta con 102 votos. Por esta victoria, en el número 14, se publicó su foto junto a la poesía modernista “Canto triunfal” de Francisco C Betelu.

Entre sus estrofas figuran versos como los siguientes: “La reina victoriosa, lleva del sol un beso,/ […] / ¡El oro del cabello, semeja un embeleso/ Traído por los hombros del Mago del Amor!/ Sobre su curva frente de pálido alabastro,/ Portal de los sueños de un cerebral edén,/ Irradian resplandores con luces que algún astro/ sintióse seducido y se engarzó en su sien!”.

Asociando a la mujer a la música y al matrimonio, se expresa: “Sobre el blanco teclado su mano arranca acordes” y “Una nupcial corona sobre su blanca frente,/ será hecha con espuma, brindada por los mares,/ ¡Qué Venus en sus hombros traerá desde el Oriente!”

La imagen de la belleza femenina, a la vez corporal y espiritual, se entrelaza con los roles de hija/esposa/madre, mostrándose a la mujer como seductora y virtuosa, de acuerdo a los cánones masculinos. Estos vaivenes entre la belleza física y la formación intelectual, entre la educación hogareña y la escolar, entre lo tradicional y lo nuevo, marcan la aparición de este atípico feminismo coloniense del novecientos.