El escritor Mario Levrero, nacido como Jorge Varlotta (1940-2004), ocupa un espacio singular en el panorama de la literatura uruguaya, siendo considerado un “raro”. Su narrativa, que se mueve por variados registros que van del realismo a lo onírico, puede apreciarse en obras tan emblemáticas como su Trilogía involuntaria (La ciudad, París y El lugar) o La novela luminosa.

El autor, asimismo, está vinculado a la ciudad de Colonia del Sacramento. Allí vivió durante la década de 1990 y tuvo un taller literario al que asistieron escritoras como Beatriz Dávila y Sonia Calcagno. Su obra, además, desde la perspectiva de los estudios biográficos ha sido estudiada por los profesores Helena Corbellini y Leonardo Lesci, desde el CERP del Suroeste y otros espacios. Finalmente, en 2019, el escritor holandés Jerome Vonk, radicado en la ciudad, publicó la novela ¡Maldito Levrero!, en la que desde la ficción traza un diálogo paródico con el autor de La máquina de pensar en Gladys.

Esta relación entre Levrero y Colonia ahora es retomada por el artista plástico Diego Bianki desde el espacio de las artes plásticas. La muestra cuenta con la novedad de proponer una perspectiva inclusiva, habilitando varios lenguajes paralelos a lo visual.

Las obras, en base a materiales encontrados, como cajas de fósforos, y remontando una propuesta de collage vanguardista que inaugura Kurt Schwitters, parece recrear recorridos de viaje o mapas de ciudades. Estos elementos, el viaje y la ciudad, signan buena parte de la narrativa de Levrero.

Este empleo de materiales marginales, junto a una construcción abierta, que debe recorrerse con la mirada e incluso el tacto, invitando al acto de pasear o vagabundear, en que incluso el propio espectador es cómplice, al poder mover las piezas, compone el principal aspecto lúdico de la exposición, que dialoga de modo directo con la obra de Levrero. Bianki, según declaró a la diaria, hizo un abordaje múltiple a la obra del escritor, siendo la idea del viaje uno de sus aspectos.

Levrenónimos iluminados, de Diego Bianki.

Levrenónimos iluminados, de Diego Bianki.

Foto: Difusión

¿Por qué tu interés en Levrero?

Hace unos años, diseñé, ilustré y edité un libro de cuentos ilustrados llamado Cuentos cansados. Una serie de cuentos que el escritor escribió para su hijo y que aparecían en el libro El portero y el otro. El texto me lo hizo llegar generosamente mi amiga la escritora Helena Corbellini (estudiosa de la obra de Levrero) con un acertado comentario: me dijo “Diego, dejo este texto en tus manos que intuyo puede quedar muy bien ilustrado por ti”. Así se dio mi primer acercamiento a la obra de este escritor, sólo que antes de ponerme a dibujar sobre los cuentos, precisé empaparme mucho más de su impronta y me sumergí en varias de sus obras. Las que más me impactaron fueron La novela luminosa y El discurso vacío.

A raíz de la publicación del libro en cuestión, surgió la invitación del Centro Cultural de España para participar en una muestra en homenaje al escritor. Me solicitaron todos los originales que hice para esa obra. En esa muestra me encontré con Matías Núñez, conocedor y estudioso de la obra de Levrero. En ese ámbito hablamos de realizar juntos un proyecto que nos involucrara con la obra del escritor. Así, ahora surge la exposición Levrerónimos iluminados.

¿Pensás que existe algún vínculo entre Levrero y Colonia?

Sé que vivió varios años en Colonia del Sacramento; de hecho, aquí lo conocí allá por los años 90, gracias a otro gran escritor, Elvio Gandolfo. Tuve apenas un contacto con él. Recuerdo que lo acompañamos, “chismosa” en mano, a hacer las compras al almacén.

En ese entonces todavía, según creo, no tenía el lugar que hoy se le da a su obra.

¿Cómo aparece esta muestra?

Como te decía, fue el encuentro con Matías lo que me motivó a pensar en este proyecto. Yo quería proyectar una serie de cuadros que se inspiraran en los textos del escritor. Él comenzó a bucear en la obra y me propuso darles visibilidad a una serie de textos dispersos en diversas publicaciones, algunos publicados en Uruguay y otros en Argentina, con la particularidad de que ninguno estaba firmado con su verdadero nombre, sino bajo heterónimos.

¿Por qué elegiste emplear materiales encontrados, como cajas de fósforos?

Hace tiempo que trabajo la idea de resignificar materiales encontrados o de uso cotidiano como una caja de fósforos. En este caso, la elección tiene que ver con la metáfora que propone la exposición, que propone la participación del espectador, activando otra relación entre él y la obra, obras con las cuales hay que involucrarse no sólo desde el sentido de la vista. Otro tópico importante para asegurar la elección de estas cajitas tiene que ver con algo que hacía rato venía pensando en proponerme: pensar una muestra de artes visuales que contemple la accesibilidad, con perspectiva inclusiva para permitir el acceso a personas con discapacidad.

Entonces las cajas de fósforo (que ya no contienen fósforos) pueden estar vacías o contener algunas sorpresas que estimulan no sólo el sentido de la vista, sino los cinco sentidos. Una búsqueda del espectro sensorial completo. Cuando le conté a un amigo muy allegado que me ayudó al comienzo con el asesoramiento sobre poblaciones minoritarias, me comentó que la obra de Levrero está muy articulada con lo sensorial. Me gustó el comentario y la sincronía con lo que yo me estaba proponiendo.

También hay que destacar que la muestra es interactiva, la gente debe involucrarse y mover las piezas de los cuadros (más de 1.200 piezas imantadas), jugando con ellas y descubriendo su propia sensorialidad. Cada visitante tiene la oportunidad de hacer mutar los cuadros, de transformarlos. Eso articula, además de lo sensorial, una noción autoral que apunta a lo colectivo y un desafío a descubrir e involucrarse con la otredad.

En los recorridos que se manejan en los cuadros aparece la idea del viaje, elemento importante en la narrativa de Levrero. ¿Cómo manejaste este aspecto?

En verdad, no soy un especialista en la obra del escritor, admiro su manera de escribir y la gestualidad autobiográfica con que lo hacía. Quizás ahí esté el recorrido que se une a mi recorrido y el de los cuadros mutantes, que seguirán su curso siempre que encuentren espectadores que quieran involucrarse con ese viaje.