Luis A Carro (1952) empezó a incursionar en la poesía en la década de 1970, presentando temas cotidianos o amorosos y un lenguaje de marcado sentido musical. En los años siguientes, al sumarse al grupo de trabajo literario “15 de febrero de 1811” viró hacia un registro más innovador y rupturista, sin abandonar los elementos cotidianos y coloquiales. Sus dos primeros poemarios, Instrucciones en caso de alegría (1994) y Perro de balcón (1998), guardan este estilo. Este, según señala el prologuista Leonardo Lesci –profesor, poeta y editor, responsable del sello Hurí–, es tributario de autores como Mario Benedetti y Elder Silva.

Con el paso del tiempo Carro iría dando cabida a otras modalidades expresivas, tentando la poesía histórica y épica en su premiado Diario del sitio de Ur (2018). Ahora da un nuevo giro, construyendo el libro con base en formas breves, que podrían hacer recordar a la poesía oriental, tanto china como japonesa, y un tono que transita por la cuerda de lo cotidiano, la ironía y la filosofía.

El poemario se abre con un epígrafe del poeta palmirense Alfredo Zaldúa, autor que comparte ciertas características estilísticas con Carro. Lo que sigue, esa exégesis literaria del dolor, ofrece un ancho campo a la nostalgia, aspecto ya insinuado en sus dos últimos libros, Caja de postales (2020) y Fin de fiesta (2021). Los poemas se ordenan según el alfabeto, y en la letra “A” ya aparece el primer interrogante sobre el dolor: “La angustia me pregunta/ de qué le sirve/ saber/ cómo/ se llama.”

La palabra, a lo largo de los textos, se mostrará inútil para captar los estados interiores y el diverso escenario del mundo, situación que le despierta al yo lírico humor o melancolía. En la letra “D” surge un paisaje presa del recuerdo, ya irreal: “Ayer este camino llegaba/ frente a un portón tapado/ de hojas secas./ Hoy adelantó una cuadra,/ se oye Beethoven/ mientras alguien amasa.”

La poesía se presenta como un asidero, la sola salvación: “El fugado no tiene idea/ de dónde ir./ Regresa a su primer poema./ Hay otro.” (letra “E”). Es que la hoja que cae del árbol es solo algo imaginario y el viento es puro objeto de la nostalgia. (“A la vuelta del viento viven/ algunos recuerdos míos/ que merecen estar/ a la vuelta del viento.”, letra “K”). Y la música es semejante a este viento: “Oigo canciones difusas/ como abuelas./ Tan lejanas/ que nadie/ me cree.” (letra “Q”); “El canto de sirena/ que soñé,/ me lleva.” (letra “Z”).

El poemario, desde leves momentos, recuerdos y vagas reflexiones, traza un recorrido por el dolor y la pérdida. Según refiere Lesci: “La historia de los dolores que experimentan nuestros cuerpos, como el abecedario, es un cúmulo de sucesivas adaptaciones y transformaciones. Luis Carro se aferra al alfabeto para intentar encontrar el origen de un dolor que se escabulle y se ha convertido en sufrimiento”.

El mérito de un gran poeta es poder lograr una arrobadora intensidad con elementos mínimos. Luis Carro, libro a libro, viene confirmando esta capacidad.

Luis Carro, Abecedario del dolor, Colonia del Sacramento, Hurí Arte y Edición, 2022, 82 páginas.