La pasada semana un alumno de 15 años de la UTU de Colonia del Sacramento fue herido gravemente con un arma blanca por otro adolescente, en la vereda de ese centro educativo. El adolescente agredido se encuentra estable, recuperándose de la lesión recibida. La Justicia, en principio, determinó la entrega del adolescente agresor a sus mayores responsables.

A partir de ese hecho, un grupo de profesionales de Colonia del Sacramento reflexiona sobre los diferentes tipos violencias que sufren los adolescentes, a partir del trabajo que realizan diariamente con ellos.

Adolescente apuñala, otro/a recibe la puñalada....
Adolescente desaparece, otro/a lo/a hace desaparecer...
Adolescente rapiña, otro/a es rapiñado/a...
Adolescente viola, otra/o es violada/o...

El adolescente desde la mirada adultocéntrica colocado como centro de atención, no desde su potencial, creatividad o rebeldía. El adolescente como centro de atención para la reprobación, para resaltar todas sus carencias, sus miserias y haciéndolo cargo de tener conductas no deseadas para la convivencia en sociedad. Ese adolescente es moneda corriente en charlas de adultos, en instituciones, en noticieros, en redes sociales, en Colonia y en todos los lugares.

Hay un elemento evidente en todo esto y es que habitamos una sociedad en la que las lógicas de vinculación a través de la violencia se reproducen y se sienten (hacen más ruido) mucho más que las lógicas de vinculación a través del amor.

La violencia nos atraviesa a todos y todas. No importa la edad que tengamos, la violencia nos inmoviliza, nos paraliza, nos lastima, pero es nuestra responsabilidad la respuesta que damos ante las situaciones como mundo adulto, el empezar a intervenir, a responder, a ponernos en movimiento.

La pregunta que sigue es: ¿cuál es el origen de toda esa violencia? ¿Por qué nuestros adolescentes tienen conductas violentas?

Como adultos/as, únicamente podremos encontrar una respuesta si somos capaces de mirarnos como parte de estas violencias, por lo tanto, como parte del problema.

Claro, mirar para el costado o desde la vereda de enfrente y responsabilizar a través de la estigmatización, será mucho más fácil que reconocernos como parte del problema, como los violentos. Así, adjudicaremos las conductas de violencia a una determinada forma de vestir, de caminar, de hablar, a un determinado barrio. En definitiva, a una determinada apariencia. Así también, sin darnos cuenta, estaremos reproduciendo esa violencia que a priori queremos erradicar.

Volviendo a la pregunta, la violencia como fenómeno social tiene un origen, no se genera de la nada. Hay determinadas condiciones estructurales que estimulan las lógicas de vinculación a través de la violencia.

Un primer eslabón de esta cadena es la familia. En el Uruguay, hay muchos niños y niñas, demasiados, que crecen en contextos donde la violencia se encuentra profundamente naturalizada y donde el amor se recibe como palabra, pero no en acciones.

El sociólogo Pierre Bourdieu, introduce en su teoría el concepto de habitus para explicar cómo la clase social a la que pertenece la persona, así como su entorno más próximo, condicionará la generación de pensamientos, acciones y percepciones. En palabras de Michel Foucault hablaríamos de la producción de subjetividad, las formas en que pensamos, sabemos y sentimos.

La manera en la que nos vinculamos tiene que ver con esto. Si el entorno en el que nos criamos es un entorno en el que volvemos de la escuela, y no hay nadie para preguntarnos cómo nos fue o si necesitamos ayuda con los deberes; si es un entorno en el que para obtener lo que deseamos tenemos que pelear; si nadie nos enseñó que con mi hermana o hermano nos tenemos que tratar con respeto, con amor, con cuidado; si es un entorno violento y de soledad, es bastante probable (no determinante) que naturalicemos una lógica de vincularnos atravesada por la violencia, y que no seamos capaces de resolver los conflictos o las diferencias por otras vías.

Esto no quiere decir que sea responsabilidad únicamente de las familias, porque es necesario tomar en cuenta el siguiente eslabón de la cadena, que son las instituciones de las que nuestros adolescentes forman parte.

Las instituciones educativas formales y no formales reproducen las mismas lógicas violentas y perversas de maltrato, exclusión, clasificación por lo que se tiene o no se tiene, entre otros.

Vale aclarar que los que trabajamos con adolescentes sabemos que en cada institución hay personas que buscan e intentan salir de estas lógicas, para poder ver realmente a ese adolescente de una manera integral y contribuir con su desarrollo desde la ternura y desde lógicas antagónicas a las violentas.

Teniendo en cuenta los tres niveles: familia, instituciones educativas y sociedad es que le hablamos al mundo adulto que acompaña y contiene a estas adolescencias, y les, y nos preguntamos: ¿Qué nos pasa? ¿Por qué no paramos con tanta violencia? ¿Por qué no nos hacemos cargo? ¿Qué estamos mirando? ¿Intervenimos? ¿Cómo?

Lucia Barrotti, Federico Rodríguez, Jimena Prandi, Natalia Hernández, Tatiana Martiarena, Mariana Pessio, Carolina Félix, Yessica Troche y Ricardo Núñez son docentes en Colonia