El río

En 1958 las desaparecidas imprentas de El Ideal de Colonia del Sacramento publicaban el libro El río, de Mario Bentancor. Esto no constituía una novedad para esa casa editorial, que durante años publicó –incluso de modo gratuito– la obra de numerosos autores colonienses (los memoriosos tal vez puedan acordarse de las cuidadas ediciones de las obras de Larra y de La naturaleza de las cosas, de Lucrecio).

Lo extraño, tal vez, era que ese primer libro de un autor de 27 años tenía ciertas cualidades y calidades que lo convirtieron en un hito dentro de la exigua poesía de Colonia.

Bentancor, nacido en Drabble (hoy Rodó), en el departamento de Soriano, el 19 de enero de 1931, siendo niño se trasladó con sus padres a Colonia. En la solapa del poemario citado se menciona sobre sus primeros años de vida: “Fue lustrador, canillita, changador en el puerto, vendedor de masas, juntapapeles, lechero, y cuanto trabajo le es dable a un niño antes de los trece años; edad en que aprende el oficio de peluquero, su actual medio de vida./ Es en esa dura existencia de la calle, sobrellevada con otros compañeros de infortunio, donde comienza a manifestarse su rebeldía, su acerada disconformidad con las injusticias sociales. Este descontento le crece al paso de los años y se vitaliza en él, abonado con la lectura de los enciclopedistas franceses del siglo XVIII, y el ahondamiento en las obras capitales de los clásicos materialistas encabezados por Carlos Marx./ Estos son los principales elementos configurativos de su psicología. De ellos extrae el poeta la fuerza nutricia de su canto. Necesario es tenerlo en cuenta para la cabal comprensión de su mensaje”.

En 1954, junto con el escritor Emerson Klappenbach y el pintor César Badín, formó la efímera Sociedad Amigos del Arte, alquilando un local para dictar clases de dibujo y realizar tertulias literarias. En la década de 1970, debido a la dictadura, con su esposa e hijos se fue a Argentina y se radicó en Mar del Plata.

El prólogo de El río fue escrito por Alfredo Dante Gravina, lo que constituye otra curiosidad. Gravina (1913–1995) fue un cuentista, novelista y poeta de estilo directo, crudo, naturalista, que utilizó para realizar denuncias sociales, por ejemplo, sobre la vida de los trabajadores rurales. Dentro de una proficua labor literaria, su obra más famosa sin duda es Macadam (1948).

Por la militancia social, Alfredo Gravina –un autor ya de prestigio en la década de 1950– y el joven Mario Bentancor probablemente se conocieron.

En su prólogo Gravina establece una división entre los poetas formalistas y cosmopolitas y los poetas cotidianos y nacionales. Bentancor se afilia a esta última corriente. En ese compromiso con su tiempo y su pueblo, Gravina le aplica a Bentancor la divisa del español Antonio Machado: “Escribir para el pueblo, qué más quisiera yo”.

Pero si se pueden encontrar ecos del cantar popular de Machado, la filiación principal puede establecerse con Líber Falco. También con Pablo Neruda, como queda evidenciado en un epígrafe.

Gracias a este vínculo, el poeta coloniense publicó un texto en el número 17 de la Gaceta de Cultura, en abril de 1957, ya que Gravina era redactor y director, junto con Juan Cunha y otros, de la revista.

Bentancor incorpora en El río temas relacionados con su mundo: la infancia (y los tópicos de la madre y la maestra), los obreros en las canteras, los personajes del pueblo, y la ciudad misma. A través de esos temas próximos, reflexiona sobre la soledad, el amor, la libertad o la muerte, edificando un discurso íntimo de intensidad emotiva: “¿Qué nos une/ a la muerte/ de la última estrella? [...] Hemos llegado tiritando,/ y masticando una galleta triste;/ ignoramos que parecemos/ las hojas del otoño,/ que ya no somos niños” (“Memoria”).

Ese canto a media voz se llena de sonidos épicos en los poemas de crítica social: “Comenzó el obrero/ a comprender las olas,/ a comprender el viento/ hecho de azules lanzas,/ a comprender/ su hambre y su martirio./ Y otras manos fueron,/ ¡qué fraternales manos!/ las que levantaron/ la húmeda arena de los médanos,/ y la veteada piedra/ del fondo de las hoscas canteras” (“José Zinola”).

El poema “Madre” es sintomático de este tránsito desde el discurso intimista a un tono de mayor carga oratoria. Desde el dolor personal se pasa a una reivindicación de la historia humana, a un advenimiento de tiempos más justos. La poesía rescata al ser de sus miserias, es un instrumento de lucha y de cambio. Por eso el empleo de un registro literario que lo acerque a su propio interior, a su mundo íntimo, y que lo ponga en contacto con el habla cotidiana, con los protagonistas anónimos de su realidad inmediata.

El libro El río tuvo poca repercusión en las letras departamentales. Recordamos una única mención hecha por Omar Moreira en la publicación Los departamentos (Nº 14) en 1970.

La lejanía temporal del poemario y la lejanía espacial del poeta hicieron que fuera olvidado. El río como obra primeriza presenta sin duda desperfectos técnicos y lugares comunes. Son evidentes, sin embargo, la fuerza expresiva, la certeza en el reflejo del mundo personal y social del poeta. Con el paso de los años, el mensaje de El río sigue fluyendo, silencioso. Una nueva generación de lectores puede atreverse a escucharlo.

Bentancor llegó a publicar un segundo libro, El navío, aparecido en Mar del Plata en 2008, de escasa difusión en el medio local.

Algunos y otros poemas

Pablo Revetria nació en Cardona en 1967 y se trasladó a Colonia del Sacramento en 1987. Trabajó como quinielero, comerciante, cartero y mecánico. Incursionó en el periodismo en las publicaciones colonienses 1680 (1993-1994) y Colonia de Frente (1997). En 1995 vivió en Buenos Aires, donde hizo crítica de cine en la revista Ojo Eléctrico. En la actualidad se desempeña como operador en la emisora local Claridad FM 90.9.

En 1998, en una imprenta de La Plata, Argentina, publicó el poemario Algunos y otros poemas. El texto tanto se inspira como homenajea a algunos poetas malditos como César Vallejo y el Conde de Lautréamont. Estas referencias también se vinculan con su empleo del humor negro y la ironía. En el poema “Engaño”, por ejemplo, se expresa: “Él/ quiso caer en sus brazos…/ que desilusión…/ era Venus/ la Venus de Milo”. En otros casos aparecen la nostalgia y la amargura al repasar la infancia y los años de la dictadura.

El poeta se halla en una lucha de poder con la escritura, con el propio idioma que es exterior y él tiene que interiorizar. Debe liberar a las palabras de su valor tradicional, denotativo, para otorgarles un nuevo valor en el poema. Porque la poesía, según la opinión de Vicente Huidobro, “es el vocablo virgen de todo prejuicio: el verbo creador y creado, la palabra recién nacida”. El poeta para vivenciar esta pugna debe hacerse poesía: “Hoy me escribo tecla y letra”, dice Revetria en “Poema para mí”, para luego afirmar en otro texto: “Hasta cuándo tendré terror a la hoja/ en blanco y no porque esta/ así se quede, es el dolor y la furia/ de la letra/ que rabiosa/ se me escapa de las manos”. Hay una angustia que se vuelve existencial y trasciende de la escritura a la realidad.

El autor experimenta con desesperación la imposibilidad de atrapar las palabras, de restituirles su virginidad; de –en un plano mayor– volver a presentar toda la realidad cotidiana como “recién nacida”. Por eso sólo puede aferrarse a soluciones estéticas basadas en la duda, en la ironía, en la amargura. Su postura parte de las secuelas de una época falta de esperanzas, censurada por un poder aniquilador de sueños y proyecciones. En el poema “1975” el autor recorre su infancia “sin saber que la muerte/ usaba uniforme/ sesteando/ entre el fanatismo/ y el ruido a heladera”. Estos dos últimos elementos nos dan la clave de la postura estética de Revetria en esa lucha creadora. A través de sus textos aparece el enfrentamiento con el poder y la realidad cotidiana (reflejada en la memoria o el objeto), asumidas mediante un tercer vínculo que los engloba: la escritura.

La escritura es una manera para revelar la verdad. En el texto que cierra el poemario “Continuidad” se expresa: “En un país/ donde el dolor/ se sigue llamando Libertad […] Nosotros/ los otros/ porfiamos en la continuidad/ de las preguntas/ que exigen la verdad”. Esta búsqueda, como el propio acto de la creación, a la larga se transforma en un destino colectivo.

El derrotero en cierto modo solitario e insular de estos poemarios de Bentancor y Revetria no les impide participar en un cauce mayor, ese que hasta hoy viene nutriendo la fragmentaria gesta de la poesía coloniense, sobre todo de aquella que aspira a ser uruguaya y universal.