“No es linda la sensación”, dice Omar Autino a la diaria. “Capaz que esto llega ahora, se tiró al fuego y ni bolilla le das, pero en aquel momento era completamente distinto”.
Omar, neohelvético, tenía 21 años cuando la lista llegó a su casa. En ese entonces ya estaba definido políticamente por el Frente Amplio (FA) pero no militaba aún; era ciclista y “si estás metido en el deporte no hay tiempo”, dice. Trabajaba ocho horas en el comercio de repuestos de autos de su padre, iba a entrenar y volvía a las 23.00. Su padre, dueño del comercio, Claudio Autino, era socialista y “de toda la vida” según su hijo, pero no se mostraba como tal y tampoco militaba. Eso no frenó que el grupo de personas encargadas de hacer la lista negra lo incluyera en ella.
Lo que movió las aguas
El 28 de noviembre de 1971 se realizaron las últimas elecciones nacionales antes de que, el 27 de junio de 1973, el presidente Juan María Bordaberry disolviera las cámaras con el apoyo de las Fuerzas Armadas, dando así inicio al período dictatorial en Uruguay. Esas fueron las primeras elecciones en las que participó el Frente Amplio, con Liber Seregni como candidato; el partido recién formado sacó 18,28% de los votos escrutados.
Tres meses después de las elecciones, un grupo de personas despachó, en la aledaña Colonia Valdense, unos 300 o 400 sobres con destino a Nueva Helvecia. Los sobres contenían una lista negra que llamaba a conocer a quiénes “están con la patria y quiénes no”. Allí había aproximadamente 180 nombres de personas que, según los autores anónimos de la lista, habían votado al Frente Amplio en los últimos comicios. Entre estos 180 nombres había comerciantes, docentes, médicos, profesionales, pastores religiosos, empleados bancarios.
El encabezado de la lista sentenciaba que “el tratamiento a dispensar a unos y a otros no puede ser el mismo”, y que “quienes traicionan la patria y la democracia merecen ser sancionados moral y económicamente”. “Éramos poco menos criminales o más que criminales”, dice Omar. Los días que siguieron al envío de la lista fueron “bravos” para el comercio, relata Omar: “no entraba nadie”.
Otro Omar, Omar Moreira, docente, escritor y personalidad destacada de Colonia, ya fallecido, también figuró en la lista negra. Moreira escribió al respecto en la publicación coloniense La Voz de la Arena en 2005: “Si alguien era de izquierda exponía a toda su familia”, contaba, y ponía como ejemplo que alguien hoy conocido por ser médico, “excelente profesional y persona, no pudo ser abanderado de la escuela porque sus padres eran simpatizantes del Frente Amplio”.
“En ese momento no era fácil salir a gritar ‘yo soy de izquierda’, recuerda Autino. Por esos años Nueva Helvecia era “un pueblo muy de tendencias hacia la derecha”. El único indicio de que el padre de Omar era socialista era que recibía un diario del Partido Socialista, pero eso sólo lo sabía la familia y quien lo entregaba.
Gustavo Delfino, docente de historia jubilado, explicó a la diaria que con ese contexto político, “lógicamente” la creación del FA el 5 de febrero de 1971, “movió y asustó muchísimo” a la derecha. Había gente que tradicionalmente votaba al Partido Colorado o al Partido Nacional que empezó a seguir a la entonces nueva coalición de izquierda. “Acá el porcentaje de personas de izquierda era mínimo, y era como una cosa muy rara y extraña, una minoría”, dice Gustavo.
José Manuel Arenas, edil de Colonia por el FA, dijo a la diaria, que el hecho de que la lista se hubiera hecho en democracia es “mucho peor”, porque era la reacción “pura” de gente “totalmente reaccionaria y conservadora” que estaba en contra de una fuerza política que recién se había creado. “Era gente que cuestionaba a ciudadanos que estaban ejerciendo su derecho democrático de participar libremente en la vida cívica”, explica.
Algunos que otros errores
En una publicación solicitada al diario Helvecia, la prensa local del momento y la actual, el FA manifestó que para confeccionar la lista los autores habían “procedido no solo por fanatismo político, sino por otras motivaciones tan oscuras como aquellas: intereses y celos profesionales, intereses comerciales, viejos rencores [..]”. Muchas de las personas incluidas en la lista no eran de izquierda.
“Si el propósito era señalar frenteamplistas, englobaron no obstante a quienes notoriamente no lo eran y aún a jóvenes que ni siquiera son votantes, dejando de lado a muchos que están dispuestos a agregar su nombre por sentirse honrados por ello”, expresa la publicación.
José Manuel expresó que la lista “estaba mal armada” desde el punto de vista político pero no desde el punto de vista del objetivo real que tenía, porque querían perjudicar a todos los que incorporaron aunque no fueran del FA. “Había fines comerciales”, dice.
Una de las personas que no era de izquierda en el momento pero que fue agregada a la lista fue Rodolfo Raddy Leizagoyen, periodista, docente, escritor y figura destacada de la ciudad. “He visto con enorme tristeza mi nombre en una lista de comunistas de la zona. [..] No discrepo con la idea de hacer pública la tendencia política de varios ciudadanos, pero es inconcebible que se haga con tal ligereza, ensuciando a personas gratuitamente”, decía la publicación solicitada de Raddy en el diario Helvecia.
Ahora, 50 años más tarde de esa publicación y en su casa, Raddy dice a la diaria que en ese momento él no era de izquierda “para nada”. Era seguidor de Jorge Pacheco Areco y simpatizaba con la Juventud Uruguaya de Pie, y cuando vio su nombre ahí “no entendía nada”. En la publicación en el diario Helvecia decía que ese hecho le hacía “pensar mal” de la gente que él creía que pensaban igual. “Cómo eran capaces de una actitud así, y sin ningún fundamento, fue una cosa muy fea”, dice Raddy. “Era vergonzante lo que hicieron en la lista, y nadie dio la cara por eso”.
Nunca se supo quién hizo la lista. Raddy explica que entre los responsables había gente que “realmente” tenía ideología de derecha a las que les “preocupaba” el avance de la izquierda, querían “marcar” a la gente y así crear una “distancia y abismo” para que fueran “separados de la sociedad”. Pero también, al igual que dijo José Manuel, había gente con “intereses comerciales” que nada tenían que ver con la ideología, y que esa lista “les vino bien”.
Raddy explica que hay casos donde de cuatro negocios del mismo rubro, aparecen los nombres de tres dueños y no del cuarto, y que eso puede dar pistas de quién fue alguno de los autores.
En algunos nombres se incluía la profesión o negocio que tenían: “Claudio Autino, Taller Mecánico”. Gustavo Delfino explica que los que no tenían la profesión es porque eran empleados, y que los que sí tenían, era para que las personas no les compraran en sus negocios, que los “molestaran”.
Las voces que se alzan
La lista negra llamaba a “los recuperables o arrepentidos” a “que demuestren con su conducta su desvinculación definitiva al frente comunista”. Es así que mucha gente utilizó el diario Helvecia para hacer desmentidos sobre su vinculación.
“Al principio el acatamiento que tuvo la gente fue a favor de lista negra”, dice Omar Autino. “Pisotear y seguir” era la idea. Sin embargo, a medida que empezaron a salir las publicaciones solicitadas en el diario Helvecia en las que las personas desmentían ser de izquierda, se dio como un “boomerang” para los que hicieron la lista, y empezaron a ser “un poco repudiados por cierta parte de la población”, relata Omar.
En la familia de Gustavo, que era “conservadora y herrerista” -como casi todas las familias de entonces, dice- la lista “no se tomó bien”: “Mirá si vas a dejar de ir a la farmacia Mendaña o dejar de comprar repuestos en lo de los Autino, aunque tuvieran la ideología”.
Las publicaciones solicitadas por las personas en el diario Helvecia tenían pedidos de rectificación en las que se querían deslindar de esa ideología que le imponían, pero también expresaban que a pesar del error de haber puesto sus nombres en la lista sin ser de izquierda, no estaban de acuerdo con la divulgación de esta.
Una de estas personas, que se definía como “anti comunista”, escribía que aunque era “evidente” que Uruguay estaba “sufriendo” momentos de “crisis moral” por los movimientos “sediciosos” del momento que buscaban “socavar” las bases de la “pacífica” convivencia, existían, además de ellos, quienes creían que podían “defender” a la democracia “tratando de destruir al que no piensa como ellos”, y que no veía la diferencia entre “unos y otros”.
José Manuel dice que publicaciones como esta son “de destacar” y “detalles a valorar” porque a pesar de que no eran votantes del FA rechazaban la publicación de la lista, y decían “esto no está bien”.
Como decía la publicación que hizo el FA en el diario, hubo gente que reclamaba querer aparecer en la lista. Una de las publicaciones solicitadas dice “como no figuro en la lista negra conocida en Nueva Helvecia, no obstante mi pública adhesión al Frente Amplio, por su intermedio reclamo a los anónimos autores de la misma, mi derecho y orgullo de figurar junto a humildes obreros y dignos profesionales que comparten mi manera de pensar”.
Raddy dice que mirado con los ojos de hoy, para esas personas era “una distinción” estar en la lista negra, porque que un grupo de 7 u 8 “fachos”, te incluyeran en la lista negra como “enemigos” de ellos era “un honor”, entonces hubo gente “ofendida” porque no los habían incluido. Sin embargo, “podía hacer eso gente que tenía cierto nivel económico, cierta independencia laboral, porque hubo mucha gente que le costó mucho estar en la lista negra y fue grave estarlo”, expresa.
En la publicación solicitada de Raddy decía que esperaba que los responsables rectificaran públicamente el error de haber puesto su nombre, “o que de lo contrario manifiesten las razones en que se basan para pensar así”. Sentenciaba que hasta que eso sucediera, se “vería obligado a una total revisión” de su pensamiento, ya que no se podía sentir identificado con los que le habían causado ese “dolor”.
Nunca hubo rectificación. “Nadie se hizo responsable de esto, nunca”, dice ahora. “Fue de las cosas que me empezó a cambiar la cabeza, y hacerme ver que estaba totalmente equivocado. Era muy despolitizado e ignorante en general”.
Omar dice que hubo un arrepentimiento por parte de los autores de la lista. Y también había cabos sueltos en cuanto a la identidad de estos autores. Padres que mandaban a sus hijos a comprar a negocios que estaban en la lista pero que nunca habían ido antes de la lista. “Son cabitos que entrás a atar”, expresa Omar.
Dictadura
Gustavo, Omar y Raddy creen que esta lista fue utilizada en dictadura por las Fuerzas Conjuntas. Gustavo dice que “probablemente” los nombres que estaban en la lista fueron investigados. “Se sabe que la dictadura la usó”, dice Omar.
En 1976, Raddy era docente en UTU y habían empezado las destituciones en la educación. En ese entonces, todos los empleados públicos tenían que presentar el certificado de fe democrática, que consistía en una distinción entre los ciudadanos, que eran divididos en tres categorías (A, B y C) según el “grado de peligrosidad”. “Si te daban la categoría A no había problema ninguno, trabajabas, nadie te molestaba”, explica. “Si te daban la categoría B quedabas bajo vigilancia y sospecha, y si te daban la C te echaban, no había tutía”. Los criterios para dar determinada categoría eran los antecedentes de las personas: antecedentes personales y políticos.
La gestión de la fe democrática se hacía en la comisaría, que elevaba el pedido a la jefatura de policía. “Cuando yo pedí la fe democrática me dieron la categoría B”, cuenta Raddy. “Los que tenían categoría B estaban bajo vigilancia permanente, no podía ascender, estaban congelados en su carrera, y estaba en el aire porque en cualquier momento te podían echar”.
El director de la UTU de Nueva Helvecia, en la que Leyzagoyen trabajaba, era amigo del jefe de Policía de ese entonces. Lo llamó por teléfono y le planteó la situación de Raddy. Le dijo que era “un funcionario de confianza” y que con la categoría B le “cortaba la carrera” porque no iba a poder acceder a ascensos. El jefe de Policía le respondió: “Mirá, él tiene derecho a preguntar cuál es el motivo de que le hayan dado esa categoría y después ve”. Raddy pidió una audiencia a la Jefatura de Policía de Colonia, le dieron día y hora.
Llegó el día. Lo tuvieron esperando un rato largo, y cuando lo hicieron pasar, había cuatro hombres vestidos de civil, uno sentado, otro parado y un escritorio grande. Cuando consultó sobre el motivo por el que fue calificado en categoría B, acudieron a una carpeta con su nombre. La abren y adentro figuraba que Rodolfo Leizagoyen había estado en la lista negra de Nueva Helvecia. - Pero, ¿ese es el único antecedente? -preguntó Raddy. - Sí, eso es lo único que tenemos.- dijo el hombre-. Si usted hizo en algún momento alguna declaración públicamente puede presentarla como prueba.
Efectivamente, Raddy había hecho una declaración pública en el diario Helvecia en 1972. “Le mandé ese recorte a través de la comisaría de acá”, cuenta. “A los diez o doce días me llamaron de la comisaría para que, bajo firma, devolviera la categoría B y me dieran la A”.
Recordar el pasado
“Lo que asombra es la existencia misma de una ‘lista negra’ surgida acá, que siempre se proclamó como centro de tolerancia y convivencia”, seguía la publicación solicitada por el FA en 1972.
Nueva Helvecia tiene antecedentes de otra lista negra que se hizo con fines parecidos. Era una lista que marcaba a personas que supuestamente simpatizaban con el nazismo. “En el pueblo se decía ‘no compre en comercios nazi’ y nombraban a la gente y el comercio”, explica José Manuel. “Algunos tendrían su vinculación y otros que no”.
Manifiesta que “siempre llama a la reflexión” que vecinos de Nueva Helvecia, “gente probablemente conocida por todos” hayan sido “capaces” de hacer “semejante acto criminal y cobarde de dibujar eso de esa manera”. De todas formas considera que los nombres de los autores no es lo que más importa, y lo que sí importa es reflexionar sobre lo que “a veces hay que trabajar en la gente” y en los “valores de tolerancia que se deben tener y la diversidad”, expresa.
El edil frenteamplista afirma que en la sociedad hay “una tendencia a esconder las etapas más oscuras de su pasado”, pero que es “muy importante” que toda la comunidad de Nueva Helvecia sepa que en un momento “triste” de la historia, un grupo de ciudadanos promovieron la persecución a ciertos ciudadanos por pensar diferente. “Durante muchos años no se habló de ese tema, y ahora si bien se habla un poco más, estamos convencidos de que hay una gran parte de la población local que desconoce la situación”, expresa.
“La población en general siente un poco la vergüenza de que esto haya pasado”, dice Raddy. “No es negar que haya pasado, pero no les gusta mucho hablar, que pase lo más inadvertido posible, porque no es grato”, agrega.
José Manuel cree que es importante que este hecho forme parte de la historia reciente e incluso que sea incluida en programas de estudio y enseñanzas locales. “Es un hecho histórico lamentable pero un hecho histórico en fin”.
Raddy dice que Nueva Helvecia hoy no tiene nada que ver con lo que era en los años 70, y la prueba está de que en 2005 se puso una calle céntrica con el nombre de Nibia Sabalsagaray, docente secuestrada y asesinada en dictadura, así como la colocación de una placa en homenaje a Julio Escudero, detenido desaparecido. “No fue problema de ningún tipo”, dice Raddy. Mencionó, además, el caso de Omar Moreira, quien también figuraba en la lista. “Lo vivían metiendo al calabozo” en los años 71 y 72 “por ser de izquierda”, y mucha gente lo tenía como un “enemigo” porque les “pudría la mente a los jóvenes”, pero terminó siendo “uno de los vecinos más destacados y más queridos en la ciudad”.
Para Omar Autino, la lista negra se murió, pero no se olvida. “No sé si queda alguien vivo de los que se supone que la hicieron, pero después de que retornó la democracia tampoco tenías ganas de ir a romperle el vidrio de la casa o a gritarle o decirle algo. Ya está”, finaliza.