A quienes nacimos tras el retorno democrático nos resulta difícil intentar reconstruir los acontecimientos de la dictadura cívico militar (1973-1985) en imágenes a todo color. Hasta las memorias que nos narran quienes vivieron en esa época se presentan en blanco y negro, especialmente aquellas que están relacionadas con eventos más traumáticos, como las torturas, las muertes, la represión, los exilios.

La vuelta de la democracia, en 1985, marcó el retorno al país de miles de personas que debieron exiliarse en los años previos. Otros tantos decidieron continuar sus vidas fuera de fronteras, quizás porque encontraron una nueva oportunidad de rehacer sus vidas tras haber sufrido experiencias límites en su tierra de origen.

En aquellos años feroces también hubo 197 uruguayos que fueron detenidos y desaparecidos en el marco de la Operación Cóndor, que articularon las fuerzas represivas de los países del Cono Sur.

En el departamento de Colonia, la represión dejó un saldo de cuatro personas desaparecidas, cinco muertos en prisión, decenas de presos y centenares –o miles- de exiliados. La población de Juan Lacaze, vinculada con las organizaciones sindicales y de izquierda, supo sufrir el peso del castigo.

En efecto, decenas de estudiantes y trabajadores de esa localidad fueron detenidos en múltiples oportunidades y cientos debieron marcharse del país. Además, varios sabaleros fueron víctimas de operativos represivos realizados en Uruguay y Argentina. Al menos tres militantes murieron de modo dudoso en las cárceles y otros tantos continúan desaparecidos: Carlos Guaz Porley, Valentín Laneri y Walner Ademir Bentancour Garín.

Lacazinos desaparecidos

En las listas oficiales de desaparecidos figura que Laneri fue detenido en 1982 en la capital argentina, y que desde entonces no se supo cuál fue su destino. El periodista Walter Cruz recordaba que en 1979 vio a Laneri en Buenos Aires “por última vez. Vivía en La Boca. Era militante de la Federación ANCAP, del plenario intersindical de Juan Lacaze y del Partido Comunista”.

Bentancour nació en Juan Lacaze en 1954. Hasta 1973 trabajó en la extextil Campomar. Ese año se exilió junto con su familia en Argentina, donde se incorporó al Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). Bentancour fue detenido en un operativo realizado en la localidad de Avellaneda. Según el expediente judicial, el 3 de setiembre de 1976 “un grupo de veinte personas armadas, sin identificación, allanan su domicilio en presencia de familiares”. Los miembros del operativo mostraron “una foto de Walner Ademir Bentancour, quien no se encuentra en el momento” y “permanecen en el domicilio hasta que este regresa (a las 7 am). Le solicitan documentación y lo ingresan en una camioneta”.

El expediente también relata que los autores de la detención “realizan en el domicilio rupturas y boquetes”, y que “escriben en las paredes con alquitrán: Ex-ERP”. Su padre, Altamar Bentancour, su madre, Corina Garín, y sus tres hermanos fueron testigos de esa detención.

En 2008 los padres de Bentancour, radicados en Suecia, presentaron una denuncia para que se investigara el caso de su hijo, e identificaron como uno de los responsables del secuestro al exmilitar José Nino Gavazzo. En marzo del año siguiente, Gavazzo y José Ricardo Arab Fernández fueron procesados como autores de 28 delitos de homicidios muy especialmente agravados, entre ellos, el de Bentancour, con una pena de 25 años de penitenciaría. Los restos de Bentancour Garín continúan sin aparecer.

Carlos Guaz nació en 1954 en Juan Lacaze y también desapareció en Argentina. Los militantes lacazinos Julio Picca (ya fallecido) y Alejandro Buscarons declararon ante Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos que, de acuerdo con la información que ellos habían recibido, el 24 de diciembre de 1975 Guaz concurrió “a la casa de unos amigos, llega con una herida en la cabeza (un rozón) y comenta que había participado en el combate de Monte Chingolo [había sido el 23 de diciembre de 1975]. Guaz fue visto por última vez el 28 de diciembre, cuando concurrió a “un cumpleaños en una casa familiar”.

Guaz formó parte del Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros (MLN-T) y de la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR), que integraron varios grupos guerrilleros del Cono Sur. Pasados casi 50 años de su desaparición, se hace cuesta arriba la tarea de indagar sobre el destino de Guaz, un muchacho cuya vida se esfumó a los 22 años.

Carlos era el menor de cuatro hermanos. Su madre, Olga Porley, ya fallecida, era funcionaria de Antel. William, el mayor de los hermanos, vive en Juan Lacaze. Al ser consultado por la diaria sobre la búsqueda que se ha hecho de su hermano menor, William prefirió no hablar al respecto, “porque ya han pasado muchos años y dimos vuelta la página”. “Vaya a saber dónde está”, soltó.

Adrián Gonelli y su pareja, Marilú Seijas, fueron amigos muy cercanos a Guaz, incluso en Buenos Aires. “El Gordo fue llevado preso desde la pensión donde vivíamos unos cuantos compañeros, en el partido de San Martín”, recuerda Adrián en diálogo con la diaria. Guaz y Bentancour Garín estuvieron detenidos hasta enero de 1975 en la cárcel de Villa Devoto. “Posteriormente pasaron a la clandestinidad y ya fue todo mucho más complicado”, acota Adrián.

Tiempos de militancia

La Agremiación Obrera Textil (AOT) fue el sindicato de los trabajadores de la empresa Campomar y Soulas. La fábrica comenzó a funcionar en 1906, pero ese sindicato recién fue fundado en 1944, y a principios de la década de 1970 se convirtió en un espacio de resistencia ante el recrudecimiento de las prácticas represivas.

A principios de los años 70, la ocupación del espacio laboral por parte de los trabajadores textiles de Juan Lacaze y la posterior desocupación que realizaban policías y militares se volvieron prácticas recurrentes. “En aquella época éramos jóvenes, luchábamos y le dábamos para adelante nomás”, cuenta Adrián, que hoy tiene 71 años. “Aunque no medíamos las consecuencias de lo que nos podía pasar a futuro, no nos arrepentimos de lo que hicimos”, acota.

El Muerto, tal como lo apodó su hermano cuando eran niños, ingresó a trabajar a la fábrica textil en 1967, en la sección Telares. El ingreso a la militancia “exclusivamente gremial” se dio apenas atravesó los portones de la fábrica.

Adrián comenzó a prestar tareas “en el equipo de propaganda” de la AOT, “con otros tantos compañeros, como Walner [Bentancour Garín]”. “Era una militancia diaria y muy fuerte”, recuerda.

En el marco de la huelga general que la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) decretó tras el golpe de Estado del 27 de junio de 1973, Adrián y Walner se encargaron de “salir a pedir algunas monedas para mantener prendida la olla popular”.

Los recuerdos de aquellos días surgen vívidos en el relato de Adrián: “Un día, estando afuera de la Facultad de Medicina, en Montevideo, paramos un auto que resultó ser de un efectivo policial que estaba vestido de particular, y automáticamente comenzamos a correr para escapar. Yo pude escabullirme por las escalinatas de la facultad, pero a Walner lo agarraron. Estuvo detenido unas horas”, dice Adrián, entre risas y una mirada nostálgica.

El 18 de julio de 1973, 53 trabajadores de Campomar y Soulas fueron destituidos por adherir a la huelga convocada por la CNT. Adrián fue uno de ellos. “El despido fue por notoria mala conducta, por lo que no recibimos indemnización alguna”, cuenta.

“En julio nos echaron y en setiembre me fui para Argentina”, rememora Adrián. Con tan solo 21 años, ese joven textil partió rumbo a Argentina “con una mano atrás y otra adelante”, acompañado por un primo y otro compañero.

“Los primeros años en Buenos Aires fueron complicados”, asegura Adrián, y recuerda que muchos uruguayos se radicaron en la localidad de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, donde funcionaban numerosas industrias. “Allí compartimos pensión con otros tantos compañeros”, recuerda.

A los pocos meses de haberse ido, Adrián volvió a Juan Lacaze y se casó con Marilú, su compañera de toda la vida. Viviendo en Argentina, la pareja conformó una familia y tuvieron dos hijos, Sebastián y Natalia, que nacieron en ese país.

El exilio de tantos uruguayos hacia Argentina generó que los contactos con algunos compañeros y amigos se mantuviera del otro lado del Río de la Plata. “Nosotros éramos íntimos amigos con Carlos Guaz”, cuenta Adrián.

“Era un compañero querido por todos”, reflexiona Adrián sobre su amigo. “Era el cocinero de la barra y, a medida que iban llegando comensales, él iba agrandando la olla. Pasaba de un tuco a un estofado o a un guiso, dependiendo de la cantidad de bocas”, evoca Adrián, entre risas y llantos de emoción.

Tras vivir en una pensión con otros uruguayos, Adrián y Marilú se mudaron a una casa cerca de Fernández Moreno, donde Guaz también los iba a visitar, pero ya de manera clandestina, siendo perseguido por los militares argentinos en los primeros meses de dictadura en ese país.

“Un día el Gordo cayó a casa a las 13.00”, aproximadamente, recuerda Marilú. “Yo entraba a las 14.00 a trabajar y estaba haciendo la comida para mi hijo Sebastián, que tenía tres meses, y para Adrián, que llegaba a casa cuando yo me iba”. Marilú cuenta que “el Gordo apareció y no era gordo, era flaco, estaba muy diferente”.

La mujer cierra los ojos y recuerda que “Carlitos llegó de camisa blanca, con rayas rojas y un pantalón de vestir. Le pedí que vaya a comprar algo para agrandar la comida que estaba haciendo así comía con nosotros, y él me decía que no podía salir porque claro, estaba clandestino, y yo no me daba cuenta”.

Adrián agrega que Guaz “se terminó comiendo mi comida y quedándose con mi hijo hasta que yo llegara”. “Esa confianza le teníamos al Gordito, tan bueno que era con todos nosotros”, cuenta emocionada Marilú.

Sobre la desaparición de su amigo, Adrián dice que “nosotros vivíamos trabajando día a día, del trabajo a casa y viceversa”. “Cuando lo detuvieron por primera vez y posteriormente pasó a la clandestinidad, él nos visitaba cada tanto, pero después no nos visitó más, y eso fue lo raro”, comenta.

“A medida que iba pasando el tiempo y nos enterábamos sobre las muertes y los desaparecidos en dictadura, nos dolía mucho pensar en todo eso y en que, quizás, el Gordo era uno de ellos”, lamenta Adrián.