Si los Juegos Olímpicos son una cita global que acapara audiencias multitudinarias con la simplicidad irreal del amateurismo deportivo, la Bienal de Arte de Venecia es una sostenida construcción de paradojas. Elitista y calculadamente abierta, no deja de intentar llenar de sentido el sinsentido que la define. Algo se movió del eje, sin embargo, en este 2024. En cierto modo esta edición, visitable en casi todo el segundo semestre, vuelve, a contrapelo de la contemporaneidad, a lo más arcaico y revulsivo. El pabellón portugués, Greenhouse, resulta una de sus propuestas más comprometidas