La privación del sueño distorsiona toda la dinámica familiar. Eso lo saben bien quienes tienen bebés. Luciana Jinchuk, contadora con un máster en Administración de Empresas, lo sufrió cuando su hija mayor tenía seis meses. “Viví en carne propia lo que se siente no dormir nunca, básicamente, y a partir de ahí descubrí esta profesión, que se llama sleep coach, y es bastante conductual. No soy pediatra ni psicóloga, pero utilizo diversos recursos; lo que hago es ordenar las siestas, los horarios. Hay muchas cosas que no son simplemente aplicar un método”. Certificada en Consultoría de Sueño por el Family Sleep Institute, desde octubre pasado Jinchuk fue requerida por unas 50 familias. La base de su abordaje es ante todo respetar la filosofía de crianza de sus pacientes y elaborar un plan adaptado a cada caso. “No impongo nada; trato de decidir con ellos cuál va a ser la mejor opción”, aclara la mamá de Eva y Félix, que hace tiempo encontró las claves para un buen descanso. Si bien trabaja de manera personalizada –trata desde mellizos hasta hijos únicos (la mayoría de los hermanos comparten cuarto)–, lo usual no es que la llamen para prevenir, sino para atacar un panorama de ojeras perpetuas y malhumor. “Cuando uno está sin dormir es un momento muy particular, en el que está muy sensible; realmente es difícil vislumbrar la salida”, admite. “Entonces, lo que hago es darles contención y acompañarlos en el proceso, para que logren recuperar el descanso, que es tan importante para los niños como para los padres”. Reordenar la situación lleva en promedio unas dos semanas, asegura la experta. “Los pediatras en general te dicen ‘no te preocupes, cuando tenga tres años va a dormir’ y hasta que no lo vive, uno no sabe lo que es despertarse cuatro, cinco o seis veces por noche, nunca poder dormir las ocho horas de corrido”.

La consulta comienza con una charla telefónica y el plan de trabajo es con los padres. “También trabajo con mujeres embarazadas, con recién nacidos; esto vendría a ser la incorporación de hábitos saludables del sueño. Me gusta ir a las casas, charlar, pero no me hace la diferencia conocer a los niños, porque, en definitiva, yo le voy a trasladar a los padres cómo ayudar a sus hijos, no lo voy a hacer directamente”.

Jinchuk destaca que en este país pesa la costumbre de acostar a los niños muy tarde, algo que es prioritario atacar, porque “los niños llegan muy cansados a la noche”, ya que los ritmos biológicos no acompañan. “Los padres pretenden que los niños adopten los que a ellos les queda cómodo. Entonces, si todos nos dormimos a las 21.00, él también. Bueno, capaz que necesita dormirse más temprano. O dicen que se acostumbra a dormir con la luz prendida o con el ruido, cuando los padres, a la hora de dormir ellos, van a apagar la luz, van a cerrar las persianas”.

La consultora nota una reacción desmedida ante la teoría de Duérmete, niño (Eduard Estivill y Sylvia de Béjar, 1995). “Hay un tabú respecto de ese libro. Es un método que bien aplicado funciona muy bien. Lo que plantea es que si uno deja llorar a los niños, ellos aprenden a dormir. Es lo que se conoce como entrenamiento del sueño. No es sugerirles a los padres que los abandonen y los dejen llorar eternamente. Y es mucho más que aplicar un método y listo. Están los horarios, las rutinas, asegurarles las condiciones, que tengan un lugar oscuro, tranquilo. El problema es cómo está escrito, porque trata a los niños como si fueran delincuentes. Lo problemático es el approach, no lo que plantea en sí, que no lo inventó él, y da excelentes resultados. Es muy estructurado, tiene intervalos prefijados, acordados con los padres, hay que esperar un minuto antes de entrar al cuarto, no es dejarlos llorar y que se manejen”. Además, fundamenta Jinchuk, varios estudios científicos confrontan las críticas: “No hay nada que diga que al niño llorar un poco unos días lo vaya a afectar de manera tal que genere un efecto negativo a largo plazo. Creo que siempre es peor un niño que crece con falta de sueño en una familia metida en una situación en la que están todos irritables, en la que puede haber problemas de salud, de comportamiento. Después, el ambiente que se respira en esa casa es muy diferente”.

Otra fuente de disputas suele ser el colecho, pero Jinchuk lo respeta. “Termina siendo un recurso que los padres usan, no siendo lo que ellos eligen. No me gustan lo extremos, es una decisión personal. Pero si el colecho no te está funcionando, capaz que tenés que replanteártelo”.

Con sus intervenciones, Jinchuk apunta a consolidar el sueño. “En definitiva, dormir es un hábito con el que uno, a veces, viene naturalmente, y otras veces tiene que aprenderlo. Les enseñamos a los niños a dormirse solos para que puedan conciliar el sueño tranquilos y en las mismas condiciones en las que se van a levantar. Porque si se duermen en brazos, cuando se despiertan y están solos en sus cunas se desorientan, no entienden cómo llegaron ahí”.