Si nos dejamos llevar por los medios de comunicación parecería que los perros se pelean más que lo que se quieren. Sin embargo, el comportamiento afiliativo es la base de la conducta gregaria, responsable de mantener la cohesión del grupo. Este tipo de conducta es más común que la agresiva, e incluye el acicalamiento social y los rituales de saludo, así como el juego y el simple hecho de que los integrantes del grupo se mantengan próximos entre ellos, sean individuos de su misma especie o personas; esta conducta constituye una de las razones, quizá la principal, que explica el éxito del perro como animal de compañía.

Entre pares el saludo abarca la visualización, el acercamiento y la inspección del otro. El proceso completo puede durar segundos o minutos y no siempre ocurren todas las secuencias. De acuerdo a las motivaciones y experiencias, existirán perros que sólo se conformen con verse de lejos; otros buscarán el contacto físico, se moverán cautelosamente o demasiado entusiasmados, y la exploración puede ser breve y en confianza o larga y precavida.

Algunos se huelen primero la cara y luego la zona perianal, otros al revés, unos solamente una de las dos zonas, otros saltan o corren y su cometido no es más que recopilar información sobre el sexo, la salud y el estatus jerárquico. Si durante el saludo hay un claro dominador, normalmente se mantiene erguido, con las orejas elevadas y la cola rígida, mientras que el perro subordinado parecerá encogerse. Si no está claro quién domina, ambos se empujarán lateralmente, intentando colocar la zona ventral de su mandíbula en la espalda del otro hasta que se acepten como iguales o se establezcan los rangos.

Cuando son conocidos, el saludo incluye movimientos rápidos, giros sobre sí mismos y saltos uno sobre el otro. Si el encuentro se produce sin la intervención humana, en general el ritual se cumple en tiempo y forma sin inconvenientes. No es el caso si están atados o cuando el saludo se ve interrumpido por los nervios de los propietarios. Algunos ejemplos que atentan contra lo normal:

» Reclamar su atención mediante palabras y tonos de voz que obliguen al animal a estar más atento al dueño que al perro a saludar.

» Levantarlo en brazos, privándolo de conocer al otro, o impedir que adquiera la experiencia del saludo. Con el tiempo verán a los otros perros como una amenaza y del saludo pasarán directamente al gruñido.

» Tirarle la correa, generándole dolor que podrá asociar al encuentro con otro perro; en consecuencia, con el tiempo no verá con buenos ojos que se le acerquen.

Como vemos, en el mundo canino el saludo es algo habitual, aunque en exceso nos resulte molesto. Su manifestación va desde corridas y ladridos, saltos al aire o sobre nosotros, hasta apoyarse en sus patas traseras e intentar contactarnos con las delanteras. Lógicamente esta conducta es fomentada desde que son pequeños. Llegamos a casa, queremos que ese cachorro nos reciba y hasta lo aupamos cuando a duras penas llega a la altura de las rodillas. El problema es que en un año puede pesar 40 kilos y el panorama no será el mismo.

A su vez, la ambigüedad los mata. Llegamos felices y solicitamos una especie de saludo tipo abrazo, le hablamos. Pero cuando volvemos malhumorados, rechazamos el saludo y hasta nos enojamos. El perro lo único que entiende es que deberá seguir así hasta lograr que sea aceptado. Tiene que ver con las vías de comunicación de dos especies distintas que conviven bajo un mismo techo. Entre personas, empujarse y gritarse es una señal clara de evitar el contacto. Pero los perros no se empujan, gritan y, menos que menos ruegan para que otro finalice una conducta. Por lo tanto, este tipo de acciones no hacen más que fomentar el asunto, ya que los empujones pueden ser vistos como juegos y los gritos pueden asustar, generar ansiedad o irritar al animal. Para lograr un saludo equilibrado necesitamos:

Extinción. Lo mejor es ignorar cualquier conducta que queramos que deje de manifestarse. Ignorar a un perro implica no mirarlo, no hablarle y no tocarlo, cosa que muchas veces resulta imposible. Una forma efectiva puede ser cruzando los brazos, dándole la espalda y alejándose. Si nos sigue, dirigirnos a una habitación y cerrar la puerta puede ayudar.

Control. Para que nos haga caso, enseñarle a sentarse y recibir un premio por ello suele ser el camino más fácil. El fin es lograr que frente a cualquier actividad que esté realizando, al llamarlo y ofrecerle alimento, redirijamos su atención.

Alternativas

Las primeras semanas hay que llegar a casa con premios en los bolsillos. Apenas se entra –ya sea en el jardín o bajo techo– podemos tirar algo de alimento en tres o cuatro lugares próximos al perro. Una vez que termine de comerlos, le ordenamos que se siente y lo premiamos. Otra manera es tirarle una pelota para jugar y cuando vuelva, indicarle que se siente y premiarlo. Con el paso de los días el perro comenzará a asociar la llegada con un premio y es muy probable que en vez de saltar, esté más atento al alimento o se siente para recibirlo.

Cuando hayan pasado dos semanas del mismo ejercicio se puede comenzar a sustituir el alimento por caricias como recompensa y luego, cada tanto se puede volver a recurrir al ejercicio inicial, de forma que la conducta se postergue.

Estas recomendaciones no son siempre efectivas, dependerá de cada caso. Recurra al veterinario de todos modos con el fin de diagnosticar que lo que presenta el perro sea sólo un saludo inadecuado, pues algunas veces esto puede evidenciar problemas de comportamiento más complejos.