Si bien los gatos no cuentan en sus filas con las casi 400 razas que representan al equipo canino, que existen, existen. Esta gran diferencia entre una especie y otra quizá se explique por su historia y su naturaleza. Uno podría pensar que los gatos y el ser humano iniciaron el contrato me servís/te sirvo mucho después del firmado por los perros, pero la evidencia indica que no es así. Se han encontrado en Chipre restos óseos de gatos junto a los de humanos que datan aproximadamente de 8.000 años de antigüedad. Descienden del gato salvaje africano y no del gato montés, y pruebas tanto moleculares como anatómicas lo arriman más al primo del continente negro. Pero no fueron los egipcios los que incorporaron al gato como parte del quehacer cotidiano. O sí; depende de cómo se lo mire. Las teorías más aceptadas hablan de gatos africanos que se fueron arrimando a la Mesopotamia cuando la agricultura cambió nuestra forma de vivir. En esos tiempos Egipto se parecía a un baldío más que a una civilización, por lo que la domesticación del gato vino por otro lado.
En teoría, desde la Mesopotamia el hombre comenzó a poblar los alrededores del Mediterráneo con el chiche nuevo de los cultivos y de esa manera el gato conoció Europa. En este punto se plantean dos teorías sobre la domesticación en Egipto. Una se abraza a la idea de que el gato llegó a esa zona gracias al comercio marítimo y otra habla de una segunda domesticación, imitando básicamente lo que había sucedido en la Mesopotamia miles de años antes del comienzo del imperio egipcio.
Junto con la agricultura aparecieron los almacenes destinados al acopio de cereales y con ellos, los roedores. Pero hay depredadores naturales que se desplazan por las ratas, como serpientes, comadrejas y hurones, que al inicio vivían en una hermosa anarquía. Ni tonto ni perezoso, también se arrimó el gato africano, no necesariamente a pedir trabajo, sino a buscar comida fácil. A diferencia de otros depredadores, el gato dejaba intactos los cereales, y eso fue vital para su progreso.
Con el tiempo, este bicho comenzó a ganar protagonismo en las creencias, la mitología y la ignorancia del ser humano: dios, animal de buena suerte, bicho de mal agüero, mascota de brujas y otros personajes más son los que el pobre cazador de roedores tuvo que interpretar. En Egipto los gatos eran Maradona: Bast, la diosa de la fertilidad y de la salud, tenía cabeza de gato. Los faraones creían que en su reencarnación influía la presencia de un gato en su nicho, así que al lado de cada momia había un felino momificado.
Para los musulmanes, maltratar a un gato estaba prohibido, ya que el profeta Mahoma tenía buena onda con el minino. Para los nórdicos, un gato era la mismísima diosa Freyja, guardiana del amor, la fertilidad y la belleza. Con el cristianismo la cosa estuvo brava. En la Edad Media el gato era un representante del diablo: un animal nocturno, con ojos finitos de día y redondos de noche, difícil de matar (de allí las famosas siete vidas) y que cuando se aparea mete unos ruidos endemoniados; era lógico que se dudara de su pulcritud espiritual.
Tan seria venía la mano que el gato casi desapareció del planeta (junto con las brujas, lógico). Por ahí se dice que el enemigo de tu enemigo es tu amigo, y en este caso, la máxima aplica perfectamente. El gato estaba en los descuentos hasta que apareció en juego la rata. Las pulgas que esta llevaba consigo fueron las responsables de la peste negra, enfermedad que en el siglo XIV borró de un plumazo a la mitad de la población europea. Sin gatos en la vuelta, la rata estaba de fiesta y por eso, entre otras cosas, sucedió esa pandemia. Alguien, vaya a saber quién, sugirió repatriar a los pocos gatos que quedaban para que hicieran lo que más sabían: cazar ratas. Así, en poco tiempo, el gato básicamente les salvó la vida a millones de personas, sin que sintieran remordimiento por lo sucedido con aquel asunto de Satán.
Hacia el siglo XVII los mininos cruzaron el gran charco y poblaron América. Dos siglos más tarde la ciencia le dio la razón al gato. Pasteur descubrió el mundo de las bacterias y, en consecuencia, la importancia de la limpieza, tanto la hogareña como del entorno. Y qué bicho más limpio que el gato, que se vive “bañando”. De esa forma, el otrora endemoniado animal se fue transformando en el símbolo de la higiene, al punto tal que habitaba tanto casas como almacenes y restaurantes, dando la impresión de “zona libre de enfermedades”. Pero esta historia tendrá más capítulos que iremos revelando.