Según cuenta la leyenda el gato siamés se origina en el primer crucero pet friendly, creado por Noé. Abordo, la multitud de especies animales que compraron el tour comenzaron a aburrirse porque, al pasar el tiempo, la propuesta para los tripulantes no era del todo copada. Parece que un mono comenzó a coquetear con una leona y, tras intimar en un camarote, nació el primer siamés, con “los atributos de un mono y la bravura de un león”. Si bien esta historia no está del todo chequeada, no deja de ser romántica.

Existe una teoría que ubica el origen de la raza en el antiguo Egipto, ya que en dicha civilización, además de pirámides y gente pintada de costado, se registraron muchas pinturas, estatuillas e incluso momias con cierta similitud con el gato en cuestión. De hecho Bast, la diosa egipcia con forma de gato, tiene pinta de siamés, pero, con todo respeto a la diosa, el origen no esta allí.

Los siameses son una de las razas más antiguas que se conocen, tanto que se estima que preceden a los registros escritos, pero para ponerles fecha a las cosas se necesitan archivos, y aparentemente el Tamra Maew (o Los poemas del libro del gato) da cuenta de los primeros pasos de la raza.

Si bien se desconoce cuándo se escribió e ilustró tal manuscrito, se fueron haciendo copias y a partir de 1350 ya se pudieron ver gatos siameses en las réplicas de sus páginas. Allí se especifica el lugar de origen, Siam, y hoy en día se señala a Tailandia como responsable de todo, incluso de bautizar a la raza.

En Siam únicamente la realeza era poseedora del minino, ya que, además de muy bellos, estos animales eran fundamentales para el camino espiritual que abrazaba el budismo. De hecho, el siamés era conocido como gato real, gato sagrado y diamante de la luna (por el característico color azul turquesa de sus ojos). Cuando algún noble moría, se elegía a un gato siamés para que recibiera y albergara su alma. Una vez que tal trámite se efectivizaba, el gato pasaba a vivir en el lujo más excéntrico que se pueda imaginar, puesto que los sacerdotes creían que así, a la hora de despedirse del cuerpo felino y tomarse el tren al más allá, el fallecido conseguiría la iluminación. También se les atribuía la capacidad de alejar espíritus malignos y atraer la buena suerte, por lo que eran una raza venerada en serio.

Los primeros grabados sobre su figura en Occidente fueron realizados alrededor de 1793 por el naturista Peter Simon Pallas, quien tras su paso por Crimea conoció al gato real, que ya no era monopolio de la región de Siam. Sin embargo, pasaron casi 100 años para que el felino llegara personalmente a Europa, más allá de las ilustraciones. Para 1871 el siamés se paseaba por las ferias de belleza felina en Inglaterra, y casi de inmediato cruzó a conquistar América. En 1878 la monarquía de Siam le obsequió un ejemplar a Lucy Hayes, la esposa del entonces presidente estadounidense, Rutherford Birchard Hayes.

En las décadas de 1950 y 1960 el siamés se convirtió en la raza felina más popular en Gran Bretaña, desplazando a la persa. Años después el fanatismo se extendió, y entre la hinchada del siamés y los aficionados a la raza persa hay debates sobre cuál es más apreciado en el mundo. Entre los cánticos de hinchadas felinas, los siameses le recuerdan al equipo persa que el mismísimo Bob Dylan les dedicó unas líneas (“Who carried on his shoulder a Siamese cat”), en la clásica “Like a Rolling Stone”.

Pero no todo es principado y canciones icónicas. Vale decir que el sistema visual del siamés presenta una serie de diferencias con el de los otros gatos. Aparentemente esta raza no tiene visión estereoscópica, esto es, la capacidad de integrar en una sola imagen tridimensional, en relieve y con suficiente profundidad las dos imágenes que les llegan a cada uno de sus ojos. Por si fuera poco, es probable que además pierdan de forma transitoria algo de agudeza visual cuando intentan prestarles atención a objetos que se desplazan rápidamente.

Siamés | Con un peso que va de tres a cinco kilos, estos nenes tienen una expectativa de vida de entre nueve y 12 años. Dentro de sus enfermedades más frecuentes se destaca el estrabismo, la sordera, los desórdenes de conducta, como la alopecia psicogénica (un trastorno compulsivo), y la urolitiasis.