Parecería que las cirugías estéticas en mascotas –más que nada en perros– fueran producto de la frivolidad humana dibujada en un animal doméstico. Sin embargo, algunas intervenciones quirúrgicas acompañan a determinadas razas desde que los humanos comenzaron a seleccionar ciertas características para funciones específicas. Esta costumbre fue estrenada con los perros que desempeñaban tareas de caza, a los que se les cortaba la cola para evitar que sufrieran lesiones “laborales”; o las orejas a aquellos de gran porte que cazaban animales peligrosos que, en la lucha, podían tomar ventaja si lograban tomar al perro por sus pabellones auriculares.

Con el paso de los años los canes dejaron de ser usados según los propósitos para los que fueron diseñados y, por lo tanto, no es necesario operarlos. No obstante, una práctica como el corte de cola sigue siendo común en los países donde aún no está prohibido. Hoy en día este procedimiento se usa como forma de expresión de un aspecto distintivo o estándar de cada raza y con el objetivo de mejorar su apariencia, generalmente, para participar en concursos caninos que admiten perros operados o bien por el mero capricho del responsable del animal.

Pero esa práctica muchas veces interfiere en la transmisión de información fehaciente entre individuos, además de predisponer a enfermedades auditivas. Por ejemplo, cuando un perro quiere comunicarle a otro que no está interesado en un conflicto, aquellos que fueron operados son incapaces de dirigir sus orejas hacia abajo y atrás; por ende, el posible agresor puede entender que acepta el enfrentamiento.

Cuando los perros que tienen sus orejas intactas las elevan, esta acción puede traducirse como interés por algo en concreto o, si se acompaña de gruñidos o exposición de dientes, como un posible ataque. Dirigidas hacia atrás, se asocian a estados de duda, miedo o actitud sumisa frente a otro individuo. Lo mismo corre para el caso de la cola. De hecho, algunos estudios indican que los perros con la cola amputada ladran con mayor frecuencia e intensidad que los perros con la cola normal.

Existen países que prohíben tajantemente las intervenciones en mascotas que persiguen un fin estético, mientras que otros aún lo consideran algo opcional. En Uruguay se presentó un proyecto de ley en 2015 con ese cometido, pero todavía permanece en su carpeta.

Algunos estudios alertan que la tendencia mundial de operarlos comienza a tomar fuerza, igual que las prácticas de vestir o incluso teñir de determinados colores al animal. En la actualidad, las posibilidades se han ampliado: los procedimientos van desde implantes testiculares, levantamiento de párpados o elevación del mentón hasta la extracción de los dientes para que no muerdan y de las uñas para que no rayen los muebles. Si bien algunas de ellas cuentan con adeptos, existen colegas especializados en la materia que optan por no llevar a cabo esa clase de procedimientos. Las razones varían dependiendo de la intervención que se pretenda hacer. Para los perros que ladran de forma exacerbada, por ejemplo, existe un procedimiento quirúrgico llamado desvocalización canina, que consiste en eliminar tejido de las cuerdas vocales para reducir el volumen de los ladridos. Según la mayoría de los colegas, dicha práctica puede eliminar parcialmente los ladridos, pero inevitablemente evolucionará hacia problemas comportamentales como miedo, ansiedad o estrés. Para estos casos, tratar el problema que genera el ladrido excesivo (aburrimiento, ansiedad, falta de actividades) llevará a un pronóstico mejor que atacar su sonido. Lo mismo sucede en el caso de aquellos perros a los que se les quita los caninos, en caso de ser agresivos, o con la extirpación de uñas a esos gatos que no se llevan bien con el sillón.

Otras cirugías atentan contra el cometido de determinada raza. Algunos responsables de los san bernardo optan por practicar cirugías cuya intención es eliminar el babeo excesivo que es característico de la raza. Mas allá de que resulte o no, significa una intervención que no ayuda a mejorar la salud del animal (lo que debería ser el cometido fundamental de una operación de este tipo), sino la situación de la persona que lo tiene a cargo.

Dato curioso: cerca de medio millón de responsables de mascotas en el mundo han accedido a que les implanten testículos de silicona a sus perros y gatos luego de que estos fueron esterilizados. Según una empresa estadounidense que comercializa ese producto, “los implantes les permiten a los animales conservar su aspecto natural y su autoestima, y al tenedor, sentirse mejor después de haber esterilizado a su animal”. En fin.