En marzo de 1966 llegaba a Londres el trofeo Jules Rimet, máximo galardón que otorgaba la FIFA al seleccionado que se consagraba campeón mundial de fútbol. Meses después el campeonato se celebraría en Gran Bretaña. Tras arribar a las islas, el trofeo pasó a ser exhibido en The Methodist Central Hall (también conocido como Central Hall Westminster), que oficiaba y oficia de centro de conferencias y galería de arte, aparte de contar con una iglesia metodista. Junto al trofeo, también se exhibía una serie de estampillas alegóricas bajo el nombre “Deportes con sellos”, que en aquel momento tenían un valor aproximado de tres millones de libras esterlinas. Por lo tanto, la seguridad del lugar estaba, en teoría, preparada para custodiar ambas exposiciones de manera infalible. O eso se creía.

En la tarde del domingo 20 de marzo se encendieron las alarmas: tras sucesivos recorridos, luego del mediodía un guardia se percató de la desaparición del trofeo. Curiosamente, sólo ese objeto fue robado; habían dejado intacta la colección de sellos del deporte, cuyo valor era considerablemente mayor, lo que daba a entender que el móvil del hurto no había sido económico, sino más bien simbólico.

Tras el alboroto público por lo sucedido, diferentes actores de la confederación de fútbol que organizaba el evento deslindaron responsabilidades. El tema pasó a esferas internacionales. Abrain Tebet, integrante de la Confederación Brasileña de Deportes, llegó a declarar: “¡Incluso los ladrones brasileños aman el fútbol y nunca cometerían este sacrilegio! Nunca hubiera sucedido en Brasil”. Lamentablemente, el final de esta historia se encargará de refutar sus dichos.

A los pocos días un hombre que se hacía llamar Jackson se puso en contacto con Joe Mears, presidente del Chelsea FC y de la asociación de fútbol de ese país, y lo alertó de que a la brevedad iba a recibir un paquete con información sobre el destino del trofeo. Se trataba de un pedido de rescate por 15.000 libras esterlinas.

Aunque Jackson fue rápidamente ubicado y arrestado, se limitó a declarar que no había sido el autor material del hurto, que era un intermediario de un señor apodado “el Polaco”, que le había pagado 500 libras esterlinas por hacer de nexo. Cuando la investigación parecía estancada, a siete días de haberse cometido el robo, Davis Corbett, cuya labor era cargar y descargar las mercancías de las embarcaciones del río Támesis, contactó a las autoridades para informarles que Pickles, un perro blanco y negro de cuatro años, cruza con border collie, había encontrado un paquete envuelto en papel de diario que, para su asombro, era ni más ni menos que el trofeo en cuestión.

Según declaró Corbett a las autoridades, tras terminar el paseo con su mascota por el sur de Londres, estaba a punto de ponerle la correa cuando se dio cuenta de que el animal estaba oliendo algo a un costado del camino. “Miré hacia abajo y vi el paquete. Estaba envuelto en papel de periódico. Lo recogí, era muy pesado. Rompí un extremo, una base. Arranqué el otro extremo y pude reconocer una figura de oro. Todavía no me di cuenta de lo que era. Volví a la base y lo di vuelta. Decía “Brasil, 1962” y de repente se me ocurrió todo”.

Tras dar aviso, se puso en tela de juicio la veracidad del relato y se procedió a investigarlo. Sin embargo, nunca se lo pudo relacionar con el delito y, tras cobrar unas 5.000 libras esterlinas de recompensa, su perro pasó a ser el héroe del otrora Imperio británico. Además de recibir la medalla de plata de la Liga Nacional de la Defensa Canina, fue protagonista de algunas películas, invitado en varios programas televisivos, y también fue nombrado perro del año.

Como corolario, tras la obtención del campeonato por el seleccionado local, el perro participó en el banquete especial que recibieron los protagonistas deportivos por el logro obtenido. Cuando la delegación se dirigió al balcón que daba a la calle y donde miles de fanáticos festejaban el triunfo, fue el propio Bobby Moore (capitán y leyenda del fútbol inglés) quien alzó al perro como quien levanta un trofeo y lo expuso frente a la multitud.

Lamentablemente, Pickles murió en 1967 de manera trágica, cuando su correa se atoró en la rama de un árbol mientras perseguía a un gato, lo que lo estranguló al instante. Enterrado en el fondo de la casa de su tenedor, su collar fue donado al Museo Nacional de Fútbol, en la ciudad de Mánchester, y en setiembre de 2018 una placa en su honor fue colocada en Beulah Hill, área del sudeste de Londres donde fue encontrado el trofeo Jules Rimet.

En 1983 la copa que Pickles había recobrado fue robada de la sede de la Confederación Brasileña de Fútbol, luego de que le fuera otorgada de manera permanente al seleccionado por haber sido proclamado campeón del mundo en tres ocasiones.