Para los arqueólogos y los historiadores, recuperar herramientas, artefactos, conocer la arquitectura de las distintas épocas y todas las cuestiones inherentes al comportamiento humano son fundamentales para interpretar cómo eran las relaciones sociales y el estilo de vida en tiempos pasados.

Un ejemplo son los hallazgos encontrados en Pompeya, ciudad de la Antigua Roma, ubicada al sur de Italia , enterrada en el año 79 tras la erupción del volcán Vesubio y redescubierta recién en 1748.

La información que brinda Pompeya a través de sus ruinas es uno de los mejores testimonios que describen la vida romana, ya que, al haber sido borrada del mapa por las cenizas volcánicas, logró conservarse casi intacta, lo que le confiere un plus respecto del resto, ya que permite aprender con mayor exactitud de la vida de los romanos casi in situ.

Uno de los hallazgos que más han sorprendido es un mosaico que retrata la figura de un perro con la inscripción “Cave canem”, que significa “cuidado con el perro”. Este tipo de letreros, populares hoy en día, contribuye a entender el papel y el significado que tenían las mascotas hace casi 2.000 años.

Ubicado en la Casa del Poeta Trágico o la Casa de la Ilíada, famosa por sus suelos en mosaico y arte que relatan momentos de la mitología griega, se cree que el mosaico cumplía la función de comunicar a los visitantes, que al entrar al lugar eran debidamente informados y cuya permanencia era por propia voluntad. A su vez, también funcionaba como método disuasivo de posibles intentos de robo. Lo que nunca sabremos quizá es si el perro efectivamente estaba allí o simplemente era un método sugestivo de advertencia.

Otros apuntan a una teoría diferente. Al localizarse el mosaico en el piso, suponen que intentaba advertir al visitante de la existencia de perros pequeños, tipo el galgo italiano, muy de cheto en aquel entonces, y la intención era evitar pisarlos. Lo cierto es que el perro graficado no tiene nada de pequeño y tampoco parece muy refinado que digamos.

No fue el único mosaico encontrado que retrata a un perro u otro animal, como tigres, osos y leopardos en distintas situaciones, pero no necesariamente fueron creados para informar a través del arte, sino como método decorativo.

Hasta entonces, el papel de los animales en la sociedad romana era conocido, pero no muy detalladamente. Existían animales exóticos que cada tanto se la daban a algún gladiador, había cabras, ovejas y vacas que se encargaban de abastecer de alimento y vestimenta a la gente, y también oficiaban como maquinaria en las granjas. Las aves, obviamente enjauladas, eran de las “mascotas” más populares en el mundo romano y, por supuesto, había perros y gatos.

Pero en el caso de los perros, conocíamos la función de algunas razas perfeccionadas para el pastoreo y la guardia en zonas rurales y de aquellos entrenados para la guerra, legítimos guerreros de las temidas legiones romanas. Sin embargo, el papel del perro urbano en la sociedad no estaba tan claro, salvo por el de aquellas razas que, ya fuera por excentricidad o belleza, eran compañía de la clase alta romana.

Gracias a los hallazgos en Pompeya, se pudo concluir que desde tiempos antiguos el perro ha sido utilizado como guardia, pero también como mascota. Lo confirma además la cantidad de restos óseos encontrados dentro de los hogares de los habitantes. A su vez, la existencia de lápidas, estatuas, inscripciones con nombres de perros sugieren que este animal mantenía un vínculo estrecho con los pobladores de la época y no sólo cumplían funciones laborales. Tal es así que existen evidencias de los nombres más comunes adjudicados a las mascotas: Asbolo, Tigris, Ferox , Lupa, entre otros, y entre las razas que más abundaban estaban los galgos, perros tipo molosos y también, perros más bien falderos.

Lo cierto es que, 2.000 años después, los avances de la humanidad han sido una constante, salvo en este caso.