La comunicadora Natalia Jinchuk salió de cacería estética y llegó hasta la raíz en el volumen En Flor, “una guía para elegir, cuidar y disfrutar las flores todos los días”, que concretó para editorial Grijalbo en colaboración con el fotógrafo Francisco Supervielle y la diseñadora textil y florista Mercedes Lalanne. Desde el exquisito fragmento inicial, una selección de La inteligencia de las flores, de Maurice Maeterlinck, pasando por el prólogo de Rafaela Lahore (novelista que se dio a conocer con la íntima Debimos ser felices), el libro es atravesado por la constatación de que su atractivo es una estrategia a la que vale la pena ceder.

Un viaje a Estocolmo, en 2018, sumergió a la autora en un entorno en el que los puestos callejeros decoraban la ciudad y los ramos en la mano marcaban los hábitos. Una vez de vuelta, se enfrentó a la realidad: en estas coordenadas culturales los rituales de vida y de muerte han ido perdiendo su alianza casi obligada con estas “embajadoras de la belleza del mundo natural”, como las llama, desde aquel floreciente Novecientos cuando se las traía de Argentina. En el devenir histórico, por efímeras y costosas, también, declinó su omnipresente lucimiento en ojales y sombreros, en carros, ofrendas y festejos. La baja demanda de los últimos años tuvo otras derivaciones, según apunta, amén de la competencia de las flores artificiales: “A finales de la década de los noventa, y luego de años gloriosos para la cosecha local, se comenzó a dar lugar a importaciones provenientes de rincones del mundo con mayor dedicación, tecnología superior y mejores condiciones climáticas; las rosas, por ejemplo, hoy ya son principalmente ecuatorianas, gracias a su eterna primavera”.

Sin embargo, la flor conmueve desde su llamativa quietud y nuevas generaciones se vinculan a ellas como un antídoto cotidiano contra el gris, ya sea con un arreglo exuberante o con una sola, de corte (cultivada especialmente con ese fin) o silvestre, arrancada a la vera de una carretera. Este manual orienta tanto sobre la elección, desde el lugar de compra (feria, puesto, vivero, mercado y hasta florista de redes sociales) como sobre la disponibilidad local, los mejores ejemplares (los pimpollos sin abrir prometen ramos duraderos, apunta), el modo de exhibir estos trofeos vegetales (idealmente los tallos deben tocar el fondo del florero o frasco), y algunos trucos para mantenerlos una vez en casa (como el pique de la cucharadita de azúcar en el agua para darles energía o de agregar hielo, en verano, para refrescarlos). “Un ramo fresco debe durar entre cinco y siete días, y, cuanto más se cuide, más se podrá disfrutar”, fundamenta.

Jinchuk agrega un breve apartado sobre herramientas para trabajar con las flores en el hogar, aun sin ser un experto, incluye algunas verduras que florecen (como el alcaucil y el repollo ornamental), regalando un arreglo distinto, que calza perfecto como centro de mesa, y quiebra una lanza por los denostados claveles, como señala, injustamente teñidos de un carácter fúnebre. Incluye consejos para los que prefieran la recolección en una pradera y recuerda traer follaje para la terminación del bouquet.

Superfluas o vitales

Pero si al comienzo esta especialista en moda y diseño fue tras el regocijo de los sentidos, la gracia visual y en algunos casos, el deleite del perfume, en este trabajo trazó un acercamiento a los comercios pioneros y a la producción, mientras se topó con el peso que tuvieron las costumbres de la colectividad británica a nivel local o la inmigración japonesa en el desarrollo del rubro (aunque los nikkei, sus descendientes, tomen otras opciones laborales). Algunas flores se plantan a campo abierto y otras en invernáculo. Así como enumeró cuarenta especies, del alelí a la zinnia, para facilitar su identificación, entendió que era pertinente ponerle rostro a este sacrificado oficio entrevistando a floricultores y decidió consultar hasta al propio expresidente José Mujica sobre una actividad, como es comprensible, siempre aludida lateralmente en su trayectoria. “Amo la tierra, me encanta”, responde Mujica, que comenzó juntando cartuchos (o calas, como se les dice actualmente) junto a su madre, durante su infancia en Paso de la Arena. “Las flores me dieron de comer, me ayudaron a comer. Para mí no es una cuestión poética. La poesía está en la palabra y la naturaleza, cuando hace cosas hermosas, las hace con una finalidad. El tono de las flores es para atraer a los insectos y, en realidad, es parte del ciclo de la función reproductiva. La naturaleza es tramposa, nos coloca una serie de cuestiones que terminan siendo grandes emociones, porque persigue una finalidad: mantener las especies, obligarnos a la reproducción, etc, etc. Es la magia de la naturaleza, soy un poco admirador de la naturaleza. Como me gusta la tierra, la observo”.