Cuatro amigos y colegas fotógrafos trabajan desde 2015 nucleados como Colectivo Nativo y su primer proyecto, de corte documental, viene gestándose desde entonces. Los une la inquietud de trabajar sobre “la identidad de un pueblo originario desconocido por la historia de Uruguay”, explica Diego Alegre, que junto con Lorena Larriestra, Nicolás Vidal y Federico Estol, pretende abordar a través del arte una suerte de activismo. “Nació del interés de saber si realmente somos tal cual cuenta la historia. Es cierto que acá mucha gente es descendiente de inmigrantes, pero en el interior del país hay personas que te das cuenta claramente de que no llegaron en barco a este territorio, y encontramos un tema que realmente nos apasionaba para buscar respuestas que nosotros mismos nos estábamos planteando”. Tal como trae a colación, en el censo de 2011 casi 5% de la población se autodefinía con ascendencia charrúa: “Estamos hablando de más de 150.000 personas. Entonces, ahí tenía que haber algo”.

Cuando hace siete años se propusieron ahondar en eso, empezaron a organizar un plan de acción, que comenzó por establecer contacto con asociaciones y clanes de descendientes del pueblo charrúa que llevaban adelante diferentes rituales y reuniones. Con los recursos obtenidos en 2020, como ganadores de los Fondos Concursables para la Cultura del Ministerio de Educación y Cultura, hace 15 días comenzaron a digitalizar archivos familiares con los que irán alimentando la plataforma Memoria Charrúa.

Para armar paulatinamente este gran árbol genealógico, las fotografías se digitalizan en la casa de las personas y el original queda con sus dueños, en tanto el equipo se traslada hasta el lugar donde residen para hacer una reproducción e inventario. “En Tacuarembó, el lugar donde hay más investigación realizada desde el punto de vista familiar, del sentir, de las tradiciones, Sepé dejó dos hijas y un hijo, y de ellos hay una serie de descendientes”, cuenta Alegre, acerca del linaje del último cacique. “Eso para nosotros es muy rico, porque estamos recogiendo fotos de abuelos, de bisabuelos... Por ejemplo, en esta última visita obtuvimos archivos –30 fotografías e historias orales– de 1895 hasta 1950, de personas que son descendientes directas, otras menos directas, de charrúas originarios. Y, por otro lado, tenemos la actualidad del ser charrúa, de aquellos que mantienen hoy vivas tradiciones y aspectos de la vida cotidiana”.

Algunas de esas costumbres que fueron registradas por este equipo consisten en presentar durante tres días seguidos a la Luna un recién nacido con el fin de asegurarle salud; el pasaje del bastón de la palabra, cuando se encuentran en una ronda a conversar; la doma charrúa, esto es, una forma no violenta de amansar al animal; simplemente adoptar la postura ancestral de acuclillarse y sostenerse recostado en una pared o saludar a los mayores agachándose y con una inclinación de cabeza.

Juan Julio Rosa Pereira con sus antepasados Gregoria López, Moselia esposa de Tomas López, Ángela López y Eugenia Martínez, en Curtina, Tacuarembó.

Juan Julio Rosa Pereira con sus antepasados Gregoria López, Moselia esposa de Tomas López, Ángela López y Eugenia Martínez, en Curtina, Tacuarembó.

Registro y acopio

Hay diferentes historias, a cuál de todas más interesante, asegura Alegre, sobre el contexto en que fueron tomadas las fotografías que guardan estos familiares. “A través de las décadas siempre hubo un miedo, que creo que surgió a partir de Salsipuedes, porque los nativos de este territorio fueron perseguidos; entonces, hubo un miedo importante a autodeterminarse charrúa. Al mismo tiempo, el proceso de evangelización que se llevó adelante después de 1831 fue bastante potente; se les cambiaron los nombres. Es lo que llamamos etnocidio: matar la cultura desde sus propias raíces. No era sangre, nada más”, subraya este licenciado en Comunicación y estudiante avanzado en Antropología. De manera que cuando, actualmente, estos fotógrafos se encuentran con los lejanos parientes de esos indígenas, al inicio persiste ese resquemor, según relata el consultado. Los primeros minutos fundan el respeto y la confianza para empezar a hablar del tema. Una vez que la empatía ocurre, logran acceder no sólo a material que proviene de negativos sino a testimonios, relatos, incluso retratos a lápiz, de cuando la fotografía no estaba aún demasiado desarrollada.

Algunas imágenes que les cedieron para digitalizar fueron tomadas por fotógrafos que a fines del siglo XVIII recorrían las estancias donde muchas veces terminaron trabajando los sobrevivientes de las matanzas y persecuciones. Allí esos profesionales montaban fondos, a falta de estudio donde tomar las fotos. En estas incursiones el Colectivo Nativo dio con el trabajo de la Unión de Correos y Postales: una compañía que sacaba fotos puerta a puerta y luego las enviaba como una postal. De manera que aquel material era intercambiado entre familiares. “Todavía no nos hemos encontrado con fotografías más antiguas, que supongo que en algún momento aparecerán, con técnicas como fotografías de plata”, indicó Alegre, que cuenta que abundan los pequeños retratos. Es el caso de una foto de una india –suelen encontrar más de mujeres– que fue hallada en un monte de Tacuarembó, cerca de 1870, y que se crió en un casco de estancia, donde fue dependiente. A la vez hay fotos grupales en las que está desde el abuelo hasta el nieto. En cualquier caso, se trata de imágenes posadas.

Con una fisionomía reconocible y peinados característicos, como las trenzas de largas y fuertes cabelleras, en el caso de ellas, estos retratos irán dando visibilidad a rostros y miradas, a hombres y a mujeres ataviados a la manera occidental, que escasean en un imaginario construido a base de dibujos de charrúas aguerridos, munidos de lanzas y boleadoras. “Son imágenes que Uruguay no conocía”, recalca Alegre tras la primera recolección de documentos. En otro tono figuran las fotos de los descendientes de charrúas que participaron como extras en la película La Redota (César Charlone, 2011), personificados como sus ancestros.

Este mes van a continuar con la pesquisa en Montevideo, donde van a convocar a otra digitalización, y luego seguirán en Paysandú, Salto, Trinidad (Flores) y Maldonado, aunque saben que, más allá de los fondos obtenidos hasta ahora, esta es una investigación sin un final preciso, ya que el proyecto crece y con él su potencial didáctico. Para facilitarles el trabajo de organizar las visitas al interior del país, solicitan que se les envíe material a memoriacharrua.uy.