Hay una nube especialmente “trucha”, creada con inteligencia artificial y adosada a un ventanal del edificio de Ciudad Vieja, que capta la atención de Federico Lagomarsino. Él fue el arquitecto seleccionado para retomar en 2023 la vieja costumbre del Centro Cultural de España (CCE) de intervenir su fachada. La excusa fueron los 20 años del CCE; luego del puntapié inicial del catalán Antoni Muntadas con la frase “Atención: la percepción requiere participación”, entre 2003 y 2013 interpelaron desde el frente vidriado artistas de extracción diversa: Regina Silveira, Fernando López Lage, Juan Ángel Urruzola, Juliana Rosales, Ricardo Hofstadter, Santiago Velazco, Juan García de Cubas y finalmente Martín Azambuja, Fran Cunha y Daniel Rial.

Bajo el título Pronóstico, Lagomarsino despliega desde noviembre una serie de abordajes sobre lo que podría suceder con uno de los temas omnipresentes de los uruguayos: el estado del tiempo. Es nuevamente una forma de llamar la atención sobre el edificio, esta vez con una calle Rincón hace poco peatonalizada, lo que extiende de alguna manera la posibilidad de que el paseante juegue con la perspectiva. Con los contrastes de la noche el efecto se refuerza.

Latiguillo diario de conversaciones

Invitado a participar, Lagomarsino cuenta que las bases del llamado “eran de espíritu abierto, con condicionantes que tienen que ver con lo patrimonial”. Esa protección que, para bien o para mal, prácticamente limita la intervención al espacio vidriado, ya que, por ejemplo, no se podría martillar la fachada, colocar un tornillo para colgar algo o sostener una baranda, aunque fueran removibles. “Es el límite de la creatividad”, agrega, y dentro de él se movió.

“Hay dos vidrios que tienen una curvatura, porque esto era una ferretería, Casa Mojana, y tiene una particularidad, la idea de escaparate. Hay una dimensión comunicacional del edificio, para mostrar; pero muchos edificios que eran comercios no tienen esta antesala”, observa. Lo descrito tiene raíces en el 1800, con la Revolución Industrial y el uso del vidrio y del hierro: uno habilitaba la entrada de mayor luminosidad, mientras que el segundo permitía construir en altura. Los primeros palacios de cristal sacaban provecho de esos atributos, luego aplicados con fines comerciales. “En este caso tenían que ver con exponer. Habrán sido herramientas en su momento y hoy son contenidos culturales”, sintetiza.

Lagomarsino viene desarrollando un par de líneas de trabajo y una de ellas apunta al futuro. “Cuando hicimos el envío para la Bienal de Venecia (Próximamente: Visiones desde el territorio mínimo, 2021), eran mesas de conversación que proponían pensar qué iba a pasar sobre determinados temas. Hice una residencia en proyecto CasaMario que también tenía que ver con ficcionar, a partir de algunos datos, en qué se iba a transformar ese espacio artístico-cultural de gestión autónoma”, explica el arquitecto, para quien predecir lo que sucederá es un foco. Lo simbólico o directamente poético se suma a esa búsqueda, “enmarcado en un proyecto de artes”, recalca; “si no, no tendría sentido”. Como tantos pronósticos, no es requisito embocar. “Hay para mí un punto clave en el razonamiento. En un momento me junté con Néstor Santayana, director del Instituto Uruguayo de Meteorología, y me comentaba que hoy, con la tecnología que hay, uno puede predecir de siete a diez días. Además está el panel que, en base a los fenómenos de La Niña o El Niño, hoy permite pensar en algunos asuntos para 2030 o 2050. Pero me dice que cualquier meteorólogo que venga a darte el pronóstico de un año no es confiable”, apunta. Nadie puede lograrlo. Por eso, un pronóstico de cariz poético, como el que hizo, “es igual de absurdo que uno basado en las herramientas que existen actualmente”.

Siguiendo lo que define como “una estrategia poética”, Lagomarsino intentó que este pronóstico “compensara los episodios de sequía de 2023”. De manera que fue tomando las medias de precipitaciones y elevando los milímetros de agua para este año. “En realidad no estaba la información disponible en el momento en que armé algunas cosas”, admite, “pero creo que el verano pasado llovió 125 mm cuando tendría que haber llovido 350 y pico”. Por ese motivo y, con algo de justicia poética, fue armando un calendario dividido por filas según los meses y por columnas, de acuerdo a los días, extrayendo formatos y porcentajes, viendo cómo se expresan usualmente esos parámetros del estado del tiempo.

En eso consiste la intervención en los ventanales de la planta baja del CCE con un nailon transparente impreso en colores que permite ver de adentro y de afuera. “Visualmente los días que tienen más probabilidad de lluvia tienen un color más intenso. Entonces te empieza a dar una especie de mapa de calor. Para mí algo interesante, o una expresión de deseo, era que a nivel del peatón las fechas atrayeran el interés. Y sin pensar que es un proyecto participativo, me consta que varios que pasan buscan el día de su cumpleaños”, cuenta sobre la lectura abierta que ofrece su calendario de lluvias. Le pareció, aparte, que la lógica de la fachada, como límite entre el interior y el exterior, era estructuralmente coherente con un tópico tan común en las conversaciones diarias. Y, por supuesto, está servido el juego de constatar si efectivamente llueve cuando lo señala.

A medida que se suben los pisos, se ve un sistema de nubes creadas, como advertía el comienzo, con IA. “Arranqué sacando fotos de nubes y en un momento me di cuenta de que iban a ser nubes de 2023. Así que me suscribí a una plataforma de inteligencia artificial y empecé a promptear para sacar nubes. Me salieron nubes que a veces no parecen nubes”, admite, como si el carácter vaporoso fuera inasible para la IA. “Si bien no puedo decir que son las nubes de 2024, por lo menos no existían”.

Un meteorólogo, una futurista y un chamán

La tercera pata del proyecto Pronóstico puede verse en una pantalla en el hall, que pone en diálogo y superpone tres acercamientos a lo que vendrá. Estas entrevistas en simultáneo ponen en foco el tema de fondo de la investigación: “Por qué sistemáticamente preguntamos sobre el día siguiente”. Allí aparecen Santayana, Lydia Garrido, directora de la Cátedra Unesco de Anticipación Sociocultural y Resiliencia, y el chamán guatemalteco Zóltar, que reside en Punta del Este. Con los tres conversó para contraponer cosmogonías. Mientras Santayana le explicaba cómo se hacen técnicamente los pronósticos, Zóltar se adjudicaba la capacidad de provocar la lluvia (o no) a través de la llegada al éxtasis chamánico. Dado que los pronósticos son una interpretación de datos, Lagomarsino entiende que conllevan una cuota creativa.

“Yo trabajo mucho a partir de emergentes, como el tema de la crisis hídrica, que nos estaba cambiando la cotidianidad. Me doy cuenta de que en general trabajo a reacción, por reflejo. No necesariamente voy a seguir con el clima. Sí me interesa el tiempo, y el uso que se le da al futuro en el presente. El diálogo con Lydia tiene que ver con eso, sobre por qué los humanos queremos saber sobre el futuro. Queremos saber para controlarlo, para dilatarlo, porque no es funcional a nuestros intereses, y para darle sentido al presente”. En qué medida las proyecciones inciden en el presente, son funcionales a quien las crea y eventualmente cómo se materializa esta idea de profecías autocumplidas. “Por ejemplo, a nivel de ciudad, si vos proyectás una Montevideo más verde o más roja, ¿se desatan mecanismos para que así sea o se genera una reacción opuesta? ¿Qué pasa cuando alguien genera un escenario futuro, en quién se deposita la confianza?”, concluye.