Camilo Abrines es nieto de un carpintero e hijo de un yesero y pintor, de manera que conoce y respeta los oficios. Dice que considera el suyo, el de luthier, como una suerte de “joyero de la madera”, ya que se trata de lograr su mejor expresión en el desarrollo de un instrumento musical. “La hacemos rendir lo máximo posible. Le sacamos lo mejor que podemos, tanto física y acústicamente como estéticamente, y bueno, después eso se traduce en instrumentos y en el sonido”, apunta. Aunque comparta herramientas con la carpintería, la luthería sigue metodologías propias, ya sea la escuela de Cremona o la escuela de guitarra clásica, cuyo exponente máximo fue Antonio Torres. “Estamos hablando de un montón de generaciones que hacemos los instrumentos igual que hace 500 años y, con respecto a la guitarra clásica, si bien se ha mecanizado mucho en el siglo XX, es muy parecido a lo que hacía Torres en 1890. Torres era carpintero y alternaba entre la carpintería y la construcción de guitarras. Estamos emparentados, pero no es lo mismo”, distingue este constructor y restaurador de instrumentos de madera frotada y pulsada.

“Un taller de luthería es un espacio al que acuden músicos, hombres y mujeres que sustentan en su interpretación musical el movimiento y la vida de los instrumentos, pero también es un lugar donde se comparten sus puntos de vista sobre la vida musical/cultural de este país. Son el violín, la viola, la guitarra, el bajo, el contrabajo, los ukeleles, y un sinfín de etcéteras, los vehículos para quien llega buscando solución al problema que tiene su instrumento; es donde comparten también sus historias, lo relacionado a sus pares en el mundo musical, las miradas más de cerca, más vivas, con las particularidades de la realidad de cada músico”. De esa forma quedan sintetizadas las historias que reúne la serie documental Encuentros en el taller.

Un equipo integrado por el realizador Diego Camats, la productora ejecutiva Gabriela Jiménez, Caetano Galione y Felipe Novas en cámaras, el dibujante Guarazú y el propio Abrines en conducción completó tres capítulos que, al principio, pensaron que iban a ser cápsulas de unos cinco minutos, pero que finalmente llegaron a una extensión de entre 20 y 22 minutos cada uno, con el apoyo de los Fondos Regionales del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) 2023 y con el aporte de los músicos que brindaron su tiempo y experiencia en el taller que funciona en Punta Negra.

Cada capítulo muestra tres variantes en las que un instrumento necesita de la atención de este especialista. En el primero se comparte la experiencia de un músico al consultar al luthier por un instrumento nuevo: desde qué tener en cuenta antes de la compra hasta qué maderas utilizar, los modelos que existen y las escuelas que el luthier sigue y que definen su estilo como artesano.

En el segundo capítulo un instrumento en la plenitud de su vida vuelve al taller: cuáles son los daños posibles que se dan por el uso, qué cuidados hay que tener para conservarlo sano y cómo diferenciar entre daños por uso, mal uso y desuso.

En el tercer y último capítulo vuelve un instrumento con gran recorrido, que se sostiene con el cuidado amoroso del músico. El luthier lo recibe y lo revisa de una manera minuciosa, encontrando detalles para conversar.

El viernes pasado el capítulo dos fue presentado en la Asociación Uruguaya de Músicos (Audem) como parte de una estrategia de difusión que da prioridad al intercambio presencial. Por eso hay un cronograma para continuar conociendo esta producción audiovisual, de la que formaron parte, además, como músicos invitados, Rodrigo Guridi, Ignacio Garandan, Guillermo Correa y Gustavo Reyna (especialista en música antigua). Las próximas fechas de exhibición, con entrada libre, son el sábado 20 de abril a las 20.00 en Cine de la Hojarasca, en el salón comunal de Punta Negra, Maldonado; el viernes 26 de abril a las 19.00 en la Fundación Manolo Lima, en la ciudad de Maldonado, y el viernes 3 de mayo a las 18.00 en el espacio cultural AEBU, en Piriápolis (Wilson Ferreira Aldunate y J Álvarez).

Una construcción colectiva

Si le preguntan por el germen de este proyecto, Abrines se remite a la época de la pandemia, cuando a falta de instancias cara a cara, con un grupo de alumnos llevaron adelante “un pequeño documental” al que llamaron Del árbol al instrumento: “No podíamos hacer mucho taller y la movilidad estaba complicada. Aparte, enseño el oficio desde 2012 en Maldonado, trabajo de manera sistemática en un proyecto de recuperación del oficio de la luthería mediante la formación”. En síntesis, aquel trabajo explicaba cómo son los procesos, cómo se genera un instrumento desde el inicio, qué implica el acopio de madera.

Desde ese momento surgió un interés, entre músicos y amigos, de hacer algo más grande. Para lograrlo, capitalizaron los registros audiovisuales algo caseros que venían haciendo, y los presentaron a los fondos del MEC. La intención era trascender el “registro antropológico documental” que los hacía felices, para llegar a un producto más profesional, que se comunicara con el público en general. Abrines cuenta que con la productora Apulmón.uy tomaron como inspiración la propuesta argentina Encuentro en el estudio (Canal Encuentro), que también tuvo una versión local en TV Ciudad: “Somos hinchas de ese tipo de programas y esto no pretende ser una copia ni mucho menos; sí nos sirvió de inspiración para transmitir desde nuestra disciplina, desde nuestro arte, encuentros en el taller de luthería que tenemos acá en Punta Negra”.

Filmaron el año pasado y este año terminaron de editar lo que ahora empieza a salir a la luz.

Foto del artículo 'Serie documental se mete en un taller de luthería y dialoga con músicos y artesanos'

Foto: Difusión

Los tiempos de la naturaleza

Si bien no tiene las posibilidades narrativas de una película, el luthier recalca que cada entrega ahonda en varios temas que son de interés y, al mismo tiempo, disfrutables, como la buena música.

Para empezar, señala que en Uruguay no es fácil el acceso a maderas idóneas: “Hay un mercado internacional desarrollado para eso, hay tiendas en varias partes del mundo, principalmente en Europa y Estados Unidos. Entonces, algunas las tenemos que importar o comprar por internet. Hasta hace un tiempo era relativamente sencillo comprar madera en Argentina, porque corta unos volúmenes gigantescos, pero con todo el descalabro económico que tiene, ahora no. Hay que estar atento, y también reciclamos madera de construcción antigua, por ejemplo, puertas y ventanas viejas. Nos sirve para brazos de guitarra o incluso para los cuerpos, y las maderas están impecables como hace 100 años. Siempre hay un trabajo, pero también accedemos a maderas así, y del árbol, específicamente, es porque, dado mi rol como formador en la Escuela Departamental de Música de Maldonado, enseño la técnica de construcción de instrumentos de las escuelas europeas, también haciendo salidas de campo”, relata. Así es que periódicamente se dirigen al Arboretum Lussich, donde vieron que había árboles caídos por los temporales que podían servir, sobre todo, para hacer guitarras o buena parte de ellas.

Abrines recuerda que Antonio Lussich creó el acervo forestal sembrando ejemplares de los cinco continentes: “Ese es uno de los valores que tiene este lugar; el tipo trajo semillas, trajo árboles, trajo tierra, trajo minerales. Por supuesto que en esa época le decían que estaba loco: gastó una fortuna, realmente, el hombre. Hoy hay piezas de más de 100 años y algunos se caen, lamentablemente, porque cumplieron su ciclo de vida y nosotros ahí estamos”, resume.

En el Lussich cuentan con un espacio de acopio de las maderas, ya que es fundamental que pasen por una primera etapa de estacionamiento, es decir, dejarlas bajo techo en una construcción específica que permite que entre aire sin que les dé el sol. “Después de determinado tiempo –cinco años como mínimo–, la sacamos de ahí y empezamos otro proceso en el taller, que es el de generar los juegos. Estamos recién ahora sacando los primeros juegos, porque esto requiere tiempo y estacionado”, cuenta sobre el paciente proceso de espera del material. “No es un tema de purismo. Es tratar de acompañar el ciclo de la naturaleza, en realidad, porque si bien hay maderas a las que incluso hacen crecer de manera acelerada, con hormonas, las maderas estacionadas de manera natural y cortadas cuando hay que cortarlas son mucho más estables, son maderas de mucho mejor calidad desde el punto de vista físico y acústico”.

Aunque los tiempos y las tecnologías han cambiado, consigna, y una guitarra de fábrica puede costar entre 200 y 300 dólares, “para esas maderas cortan el árbol, las segmentan, las meten en unas estufas especiales, la deshidratan y en dos días ya empiezan a hacer guitarras”, detalla. “Nosotros brindamos más garantías”.

Historia de una vocación

Entre clases de guitarra clásica y la fascinación por el ensamblaje de maderas, Abrines comenzó a formarse como luthier a los 19 años, en la UTU, con el maestro Rodríguez Seijas. Tres años más tarde migró a México y se incorporó al taller de laudería de la Universidad Veracruzana; allí estuvo hasta 2002 y después fue a Italia, a la ciudad de Cremona, porque buscaba trabajar con los maestros de sus maestros mexicanos. En el Viejo Mundo se especializó en la construcción de instrumentos de cuerda frotada, del violín, principalmente. Regresó a México y, tras ejercer profesionalmente, volvió a Uruguay a finales de 2007 con un proyecto de generar orquestas sinfónicas en el país, que venía desde el Sodre y después pasó a la Universidad de la República, donde se llamó Grupo Sonantes, bajo la dirección de maestro Jorge Risi.

Los instrumentos lo llevaron a Asunción, Paraguay, y además estuvo al frente de “un montón de talleres por todo el país”, en aquel momento sobre todo teóricos, hasta que recaló en 2012 en Maldonado al ganar el concurso para la recuperación del oficio de la luthería. “Estamos trabajando acá de manera sistemática, tanto en Maldonado ciudad, en la formación, como acá en Punta Negra, trabajando. De mi aporte acá puedo decir que hace 12 años no existía la luthería en Maldonado, en la región este no había ningún luthier. Después empecé a formar, vino algún colega de Montevideo, que vive relativamente cerca, y actualmente de la gente que formé hay cuatro talleres funcionando, uno en San Carlos, otro en Playa Hermosa, otro en Maldonado. Tenemos un pequeño universo de talleres profesionales y actualmente cada alumno está haciendo su propio instrumento”, cuenta.

Las sinfónicas dinamizan, explica Abrines, pero luego de un impulso grande hace más de diez años, actualmente nota cierta lentitud en el desarrollo del área. “En la medida en que haya más desarrollo musical, más trabajo va a dar”.