No es una novedad decir que los tiempos han cambiado y que no resulta igual criar hijos en la actualidad que en la generación de nuestros padres. En pocas palabras: hoy en día no educamos a nuestros hijos de la misma manera en la que fuimos criados. Los roles, los tiempos y la sinergia familiar son particularmente diferentes a los de la generación anterior de cuidadores.

Algo que recuerdo de cuando era niña es que el tiempo transcurría de manera más lenta. En época escolar, mi día se repartía entre momentos de hacer deberes, juego con amigos, responsabilidades de la casa y tiempo de ocio con la familia.

Los fines de semana, usualmente salíamos a pasear y a disfrutar. Tanto en mi dinámica como en la de mis amigos de la infancia, no había muchos cambios; las actividades familiares eran bastante sencillas y no requerían mucha coordinación u organización. Juegos de mesa, ir a alguna plaza, caminar al aire libre, comer manzana acaramelada, algodón de azúcar, maní con chocolate o subirse a una calesita o a un pony.

Hoy en día todo es más rápido y vertiginoso. Las actividades familiares deben planearse con bastante antelación y pueden cambiar a último momento porque las agendas de los padres y madres suelen estar bastante apretadas.

A diferencia de los “tiempos de antes”, en los que la vida familiar era orquestada en una cuestión más de roles en los que papá como proveedor salía a trabajar y mamá como cuidadora criaba a los hijos, los padres y madres ahora tomamos decisiones basadas en nuestra economía y en motivaciones tanto personales como de pareja y familiares.

Esta nueva sinergia tiene sus ventajas pero también su contrariedad en cuanto al tiempo de calidad que pasamos con nuestros hijos. Aunado al gran reto que tenemos por delante de controlar el tiempo que permanecen y permanecemos frente a las pantallas, dificulta construir conexiones y vínculos profundos y tan necesarios.

La oportunidad está en aprovechar los momentos en que estamos con ellos y ellas, no sólo para marcarles pautas, límites, responsabilidades y esas cosas que solemos hacer y decir los padres, sino, y fundamentalmente, para disfrutarlos, mimarlos, reírnos juntos y generar momentos que perdurarán en sus memorias por el resto de sus vidas.

Quiero invitarte a pensar en términos de calidad más que de cantidad. Esto es pasar con ellos el tiempo que tengas disponible, pero asegurándote de estar 100% presente.

Dicho esto, pasemos a conocer las herramientas de Disciplina Positiva para conectar con los hijos.

Tiempo especial

En palabras de Jane Nelsen, “el tiempo especial puede ser una de las herramientas más efectivas para crear conexión y ayudar a los niños a sentir pertenencia e importancia. Quiero enfatizar en que este debería ser un momento especial que se programe con anticipación. No hay nada de malo en pasar tiempo improvisado con sus hijos, y lo recomiendo también, pero el tiempo especial es diferente. Este es un momento específico que planifican juntos y que su hijo esperará con ansias. Planificar un tiempo especial le brinda a su hijo una confirmación adicional de que es una parte importante de su vida”.

Escuchar y preguntar

Es frecuente que los padres, sobre todo cuando estamos ocupados, restemos importancia a lo que nos dicen nuestros hijos. Pero escuchar con atención no es únicamente probarles que estamos para ellos; también representa la maravillosa posibilidad de entrar a sus mentes y corazones. Por tanto, para demostrarles que los estamos escuchando podemos recurrir a preguntas como ¿por qué piensas eso?, ¿qué sentiste cuando viviste esa situación?, ¿te puedo apoyar en algo?

Reconocer

¿Te has dado cuenta de cuánto tiempo invertimos en hacerles saber a nuestros hijos todo lo que hacen mal, en comparación con dejarles saber lo que hacen bien? En Disciplina Positiva decimos que invertimos un 85% versus un 15%, respectivamente. Ahora, piensa en qué pasaría si estos porcentajes fueran más igualitarios o, en el mejor de los casos, invertidos. Para trabajar en cambiarlos debemos asegurarnos de decirles a los niños y adolescentes lo que hacen bien. Esta sola práctica de reconocimiento y visibilidad mejora ampliamente el comportamiento y la conexión.

Decir y abrazar

En un taller de padres hice la siguiente pregunta: “¿Cuándo fue la última vez que miraste a tu hijo a los ojos y le dijiste ‘te amo’?”. Pensé que las respuestas iban a revelar una frecuencia alta. Sin embargo, me sorprendió descubrir que muchos padres pensaban que “ellos ya lo saben”. Ahí fue cuando les comenté que está comprobado científicamente que el contacto físico, los abrazos, besos y caricias con las personas que amamos producen las llamadas “hormonas de la felicidad y el bienestar”. No dejemos de lado la maravillosa oportunidad de segregarlas, y demostrémosles afecto a nuestros hijos más seguido.