Bajo el nombre Landopp –del inglés Land of Opportunities, es decir, “tierra de oportunidades”–, una empresa uruguaya se propone desarrollar alternativas reales a los plásticos fósiles. “Alcanzamos un hito importante: logramos un material con 45% de contenido bio y estamos iniciando nuestra etapa piloto, con capacidad de producir cinco toneladas mensuales (60 al año) de un biopolímero hecho a partir de biomasa de cáñamo”, cuenta Pablo Surazsky, cofundador y CEO del proyecto.
La idea embrionaria comenzó antes de la pandemia, en 2019, junto con otro de sus socios, Pablo Kohan, que es argentino y vive en México, donde se dedica a proyectos de sustentabilidad y medioambiente desde hace tiempo; incluso hay antecedentes familiares en la materia, ya que reciclaban plástico en la provincia de Buenos Aires a mediados de la década de 1980, refiere. Este le contaba las dificultades que tenía para lograr que las empresas terminaran adaptando sus proyectos para una mejor gestión de los recursos y de la energía: “Porque no se veía como una inversión, se veía como un costo”. Aunque Surazsky, como recalca, no pertenece al ámbito de la investigación, sino al de la comunicación y la tecnología, sintió que quedaba un margen para actuar.
“Un día estaba caminando por la playa, la noche anterior había habido una tormenta. La playa estaba horrible, llena de basura y la gran mayoría era plástico, un desastre. Ahí se me unieron un par de temas que ya venía manejando”, relata. “Había leído una nota acerca de un proyecto en Paraguay de usar la cáscara de la yuca para extraer el almidón y hacer bolsas biodegradables. Después sabía que en Uruguay teníamos un auge del cáñamo o, por lo menos, que estaba todavía en un momento más o menos propicio y que había mucho desperdicio del material, porque lo que se estaba usando para producción era la parte de la semilla de la planta, pero ni siquiera se aprovechaba la fibra. Entonces había mucho mucho desperdicio de la planta que quedaba en el campo y eso era súper contaminante, porque al degradarse emite metano y eso genera CO2. Ahí se me cruzaron unos cables, lo hablé con mi socio y le pregunté si era posible usar esa biomasa, extraer la celulosa y trabajar en un bioplástico. En teoría, me dijo que sí y esa fue la génesis; empezamos a investigar, porque ninguno de los dos era exactamente alguien de ciencia, él viene más desde la economía y la ingeniería”, resume sobre los inicios.
Durante aproximadamente un año se dedicaron a consultar a agrónomos vinculados a la producción de cáñamo, a leer papers y ver qué opciones estaban al alcance. Cuando tuvieron un panorama más claro, aplicaron a un fondo de la Agencia Nacional de Desarrollo (ANDE) para la validación de la idea de negocio. “Eso nos envalentonó como para arrancar”, apunta Surazsky. Se contactaron con un laboratorio que estaba trabajando en algunos productos relacionados con el cáñamo, el cannabis y el CBD, emplazado en el Polo Tecnológico de Pando, y empezaron a hacer las primeras fórmulas. “Fue todo un proceso porque la verdad es que acá también nosotros fuimos aprendiendo y recogiendo mucha experiencia. Y en ese momento no teníamos un director de proyecto, nuestro líder, digamos, en toda la parte de investigación, confiábamos más en terceros”, admite.
Para llevar a cabo los primeros prototipos apelaron a la financiación de gente cercana. “Juntamos un dinero que nos servía como para empezar a movernos y ahí sí pudimos tener ya a nuestro director de proyecto, una persona que está part time, pero con una expertise enorme, un investigador uruguayo que está viviendo en Alemania y trabaja en biopolímeros”. Gracias a ese avance significativo pudieron postularse a un fondo de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) junto con el Centro Tecnológico del Plástico en el LATU. “Tuvimos un proyecto muy bien armado y eso nos llevó, justamente, en 12 meses, a tener ya un prototipo de material, a estar haciendo toda la etapa de diseño experimental”, explica, antes de comenzar a probar distintas variantes hasta saber cuál es la óptima para determinado uso: cuál es su resistencia, su biodegradabilidad, si sirve para un material rígido, un material semirrígido, blando, film. “De la planta van a salir tres o cuatro fórmulas concretas. Y a partir de ahí, ya sabemos que sirven para determinados usos que tienen determinadas características mecánicas y con eso vamos a pasar de la escala laboratorio a escala piloto, para empezar a producir aproximadamente unas cinco toneladas de material por mes. La idea es alcanzar las 60 toneladas anuales. Es un monto conservador, pero preferimos seguir despacio, con los pies en la tierra. Esto es una maratón, no es una carrera de 100 metros”, subraya.
Para Surazsky y equipo, es fundamental “trabajar de la mano de la industria del plástico, colaborando mucho con ellos, tratando de que tengamos estas acciones en conjunto para poder usar el material nuestro combinado con el material de origen fósil, digamos. Y aunque sea un 5%, un 10%, que usen en nuestro material; ya eso es un 5% o un 10% mejor para el planeta”.
El capital inicial del proyecto, sumando los 10.000 dólares de cada uno de los inversores ángel, que llegaron a ser cinco, más los fondos de la ANDE y de la ANII, y los 30.000 dólares que ponen los socios, asciende a unos 200.000 dólares. Pero se necesitan más inversores para tener lo que se denomina runway, esto es, la posibilidad de continuar escalando de 18 meses en adelante, para empezar a vender y autosustentarse.
Foto: Landopp, difusión
Lo que Landopp reutiliza es la biomasa, que es el residuo orgánico del cáñamo industrial (por supuesto. no es psicoactivo, no presenta concentraciones de THC), que se está usando para semilla, grano, aceites, harina. En Uruguay, puntualiza Surazsky, “se llegó a tener hasta un poco menos de 1.000 hectáreas de cáñamo y hoy no alcanzan las 300. ¿Por qué elegimos el cáñamo? Porque, cuando empezamos con este proyecto, investigamos y vimos que hay mucho desperdicio de la planta, pero la planta tiene una serie de características espectaculares: retiene más CO2 que cualquier otra en el agro, tiene una capacidad regenerativa del suelo que está buenísima, le aporta nutrientes. Las fibras son más rígidas, son más resistentes, y eso le daba propiedades mecánicas al material, que obviamente iban a ser muy interesantes... Dijimos ‘vamos a empezar con el cáñamo’, pero eso no quita que a mediano o largo plazo estemos trabajando con otros residuos del agro, con la soja, con el maíz, incluso con cáscara de arroz o de café”, adelanta. Lo cierto es que hoy por hoy sus insumos provienen de productores que trabajan con el cáñamo. Por ejemplo, la empresa de alimentos Goland. “Somos partners de Golan y utilizamos lo que ellos descartan de la materia prima, que es la semilla”.
Al mismo tiempo, desde Landopp apuestan a trabajar con la capacidad ociosa de la propia industria del plástico: “Hay mucha máquina que se puede subcontratar y eso a nosotros nos ayuda en la parte económica”, explican. “Nos hemos encontrado con mucha resistencia a innovar en la industria del plástico; por lo general se habla más de reciclaje que de material de residuos, pero también esto da mucha tela para cortar”, dice el emprendedor. “Cuando terminemos toda la parte de I + D que estamos desarrollando, hay una fase final, que es el ciclo de vida. Ahí se compara el producto bio con el producto de origen de hidrocarburos. Entonces, se va a tener una comparación concreta de cómo se degrada, cuánto y cuáles son los nitros y los nanoplásticos que va dejando, pero la realidad es que lo que estamos haciendo es proponer un material que tiene un porcentaje que mejora las condiciones ambientales para los productos plásticos”.
¿Qué se podría fabricar con sus distintas fórmulas de plástico sustentable? Cajones de bebidas, estuches para teléfonos inteligentes y hasta el contenedor o embalaje del packaging. Más adelante podrían estudiar la posibilidad de sustituir la cobertura de ciertas semillas que actualmente se recubren con materiales plásticos para optimizar su resistencia al sembrarlas.
Mientras Uruguay les permita tanto a nivel legal como de estabilidad y escala poder transitar su curva de aprendizaje, la intención es llevar esta experiencia fuera de fronteras, expandirla y hacerla redituable, a más tardar, en 2026.
Imágenes con filtro amarillo
La Asociación Agropecuaria de Dolores lleva a cabo un concurso de fotografías a los cultivos de colza. La llegada de la primavera tiñe de amarillo el campo uruguayo, gracias a la floración de esta planta –también llamada “canola”–, que hace especialmente atractivo el paisaje rural.
Se puede encontrar una mayor cantidad de plantaciones de colza en los departamentos de Colonia, Soriano, Río Negro, Paysandú, Flores, San José y Durazno, sugieren los organizadores, si bien hay múltiples vías para descubrir este cultivo, que tomó relevancia en los últimos 15 años.
La oleaginosa es una materia prima baja en emisiones de carbono, destacan. Su producción apunta principalmente a la obtención de aceite para la elaboración de biodiésel, aunque también puede destinarse a consumo humano. Además, a los productores puede servirles como modo de preparación de su terreno para el cultivo de soja. La producción estimada para este año es de 280.000 hectáreas; es el segundo cultivo de invierno con más área a nivel nacional. En Uruguay la colza está libre de organismos genéticamente modificados, lo que permite llegar a mercados específicos.
Para el concurso no se aceptarán stories, sino que los participantes deberán subir las fotos a sus redes sociales (Instagram, Facebook o X) con el hashtag #RutaDeLaColza y etiquetar a la Asociación Agropecuaria, además de seguir la cuenta oficial y arrobarla. Hay plazo hasta el 3 de octubre para ganarse una estadía para dos personas en un hotel del interior.
Intercambio huertero intermunicipal
El sábado 13 de setiembre, entre las 10.00 y las 15.00, se realizará una nueva edición de la Ruta Huertera, una actividad que reúne a integrantes de distintas huertas comunitarias y educativas, para una jornada de recorrida e intercambio de conocimientos vinculados a experiencias agroecológicas en distintos barrios de los municipios B y G.
La recorrida comenzará en el Patio Mainumby, en Ciudad Vieja, donde funciona una huerta comunitaria abierta. Continuará en la escuela 31 Jacobo Varela, en la Aguada, con una huerta educativa impulsada por docentes, estudiantes y con el apoyo técnico del Municipio B. En el barrio Parque Rodó se visitará la huerta de la Facultad de Ingeniería, y la jornada culminará en el Espacio de Arte Contemporáneo, con un almuerzo compartido.
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