Razones locas, biografía de Eduardo Mateo “y su paso por la música uruguaya” escrita por el colaborador habitual de la diaria Guilherme de Alencar Pinto, ha llegado a su cuarta edición, lo cual no es meramente un dato editorial de ventas, ya que el libro ha vivido un proceso de ampliación y reelaboración que lo ha convertido casi en un work in progress cuyo periplo corre en paralelo con la lenta pero progresiva difusión de la obra de su objeto de estudio. Esta cuarta edición aumenta el texto original en algunas secciones enteras, en el material gráfico y también en algunas correcciones a pie de página que son diferenciadas claramente para no dar -como señala su autor en el prólogo- la falsa impresión de que ya se manejaran en 1994, cuando fue editado por primera vez, conocimientos y visiones que son producto muchas veces de la simple perspectiva temporal.
Durante estos más de 20 años, la figura de Mateo pasó de ser de culto -de estricto consumo entre un grupo de seguidores entre los que se cuenta la flor y nata de la música popular uruguaya contemporánea- a ser un auténtico ícono de la música local, no obstante lo cual sigue siendo una figura más conocida que consumida (algo similar a lo que suele decirse de Borges en Argentina); tan sólo un puñado de sus canciones, y no necesariamente las más representativas (“Príncipe azul”, “Esa tristeza”, “Yulelé”), son parte del repertorio popular montevideano, aun si el nombre de Mateo es hoy en día reverenciado por músicos que van desde el argentino Pedro Aznar hasta el estadounidense Devendra Banhart. Un periplo con algunos paralelismos con el libro que cuenta su historia, que pasó de ser un texto discutidísimo y frecuentemente hostilizado a ser posiblemente la más conocida y respetada biografía sobre un músico uruguayo, tanto local como internacionalmente.
Porque, contrariamente a lo que puede imaginarse hoy a la luz de su cuarta edición, Razones locas fue un libro bastante resistido por la intelectualidad montevideana en el momento de su salida. Los motivos son comprensibles: por una parte, y con la muerte aún reciente de Mateo, el libro discutía la sinceridad con la que muchos lloraban su fallecimiento y se atribuían el carácter de visionarios respecto a su trabajo, cuando sus opiniones sobre la obra de Mateo estando éste en vida distaban de ser positivas. Este aspecto -al menos en algunos casos- está suavizado en esta cuarta edición al incluirse varias notas al pie que reconocen opiniones más favorables desconocidas originalmente, pero sin modificar -por simple honestidad intelectual- los juicios adversos de la primera edición. El libro también fue criticado por revelar aristas poco simpáticas de la vida personal de Mateo, algo para nada frecuente en el pudoroso medio uruguayo y menos aún hace 20 años. Sin embargo, la relectura actual del libro lo muestra como alejadísimo del chusmerío escandaloso, muy respetuoso de las experiencias de terceros, y sólo describiendo los aspectos privados de la vida de Mateo cuando son relevantes para entender sus dificultades de relación con el entorno y de producción musical, sin aventurar juicios morales sobre las costumbres hedonísticas del compositor. Por último, el libro también fue visto con cierta desconfianza por la mera circunstancia de que Alencar es un extranjero, llegado a Uruguay cuando buena parte -y tal vez la más importante- de la trayectoria artística de Mateo ya se había cumplido; esta última observación se vuelve del más pueril nacionalismo al confrontar con el trabajo contenido en Razones locas, por el simple motivo de que, además de ser un texto ineludible para acercarse a la figura de este creador único, es también un libro modélico y de una gran personalidad formal y teórica.
Desde varias direcciones
Una de las particularidades de Razones locas es la cantidad de planos en los que funciona, más allá de su obvio carácter de biografía artística, y la amalgama de recursos formales que lo convierten en un libro con muy pocos símiles no sólo dentro de fronteras, sino en el género de los libros sobre músicos.
El libro cumple, antes que nada, con su carácter biográfico: sigue la vida y obra de Mateo desde su nacimiento hasta su muerte (y su posterior influencia en la cultura uruguaya) mediante los datos recabados por el biógrafo, pero al mismo tiempo se acerca durante extensos fragmentos al modelo de “biografía oral” que se ha hecho muy popular, sobre todo en la literatura anglosajona, en los últimos años, y que consiste en reproducir largos testimonios intercalados de testigos presenciales y partícipes laterales de la vida del objeto de estudio, incluyendo al propio Mateo, presente en las citas a sus reportajes. Este estilo, el de la biografía oral (algunas veces también denominada “coral”), suele ser visto con desconfianza desde las tiendas académicas por reproducir las opiniones de los entrevistados en toda su subjetividad sin cuestionarlas, pero en este caso Alencar suele interceder para señalar contradicciones o datos cuestionables, pero los deja, a su vez, en su expresión original. Esto permite que en cierta forma los entrevistados dialoguen involuntariamente entre sí y, como es el caso de las buenas biografías orales, impregnen el libro con sus estilos discursivos personales, que en el caso de los músicos suelen ser muy distintivos y le aportan sus peculiaridades léxicas al libro; se vuelven personajes distintivos y lo impregnan con la sonoridad, no pocas veces poética, de la jerga de los tuqueros de su generación.
Este carácter híbrido entre biografía convencional y biografía oral es ya algo inusual, pero Razones locas le agrega además una medida cuota de estudio musicológico puro, utilizada para describir algunas originalidades -esencialmente rítmicas- muy personales de Mateo como el toco. Estos estudios son breves, el mayor de ellos es un agregado a esa cuarta edición, en el que se describe en detalle la mezcla y la producción sonora de Mateo solo bien se lame a partir de la escucha de las pistas originales -por separado- grabadas en el estudio Ion en 1971. Este agregado, como los otros fragmentos de transcripciones o detalles técnicos, puede llenar de felicidad a cualquier productor o técnico de grabación seguidor de Mateo, pero pueden resultar áridos -o directamente incomprensibles- para un lego en la teoría musical o la tecnología de estudio. Pero son segmentos claramente identificables (el de Ion está, incluso, impreso sobre un fondo gris), que el lector no especializado puede saltearse sin problemas y sin perder el flujo de la narración biográfica.
A este tercer plano -de menor envergadura e interés más limitado- del libro, Alencar le agrega una cuarta lectura, que es el carácter de Razones locas como libro de tesis sobre la obra de Mateo. Éste es uno de los aspectos que más se han discutido y más osados del libro, ya que las teorías del biógrafo fueron planteadas, además, sin un marco teórico al que referirse por ser, en el momento de la edición original del libro, el único trabajo exhaustivo sobre la obra de Mateo, ya que apenas existían apuntes y artículos que reproducían la visión general que se tenía sobre su obra.
Dentro de las tesis manejadas por Alencar, que son varias y que abarcan desde el universo de influencias de Mateo hasta su articulación musical con sus contemporáneos, dos ideas se destacan y se relacionan con varios de los revuelos que el libro produjo tras su primera edición. La primera de estas tesis es que, contrariamente a lo que sostenía la imaginación popular -que consideraba a Mateo una suerte de idiot savant, de artista outsider cuya originalidad provenía aleatoriamente de su excéntrica forma de vida y pensamiento-, Eduardo Mateo era en realidad un músico muy disciplinado en lo técnico y lo creativo, con una concepción estética tan estudiada como coherente, y que su período divagante (por utilizar el término algo despectivo con que se definían sus conductas más extravagantes) fue mucho menor de lo que solía creerse. La otra tesis, muy relacionada con la anterior, es que adjudicar la genialidad de Mateo a estos aspectos más divagantes o erráticos que lo habían inmortalizado como un “loco lindo” o excéntrico divertido es ignorar que el cenit de estas conductas coincidió con los períodos más inactivos de Mateo en lo creativo y que, más que gracia, le causaron mucho dolor personal tanto al músico como a su entorno. Una conducta que es descripta con pocos eufemismos y en forma crítica y desmitificadora, lo que -como decíamos antes- acentuó algunas de las reacciones adversas que recogió el libro a su salida original, y que en ocasiones produce algunos efectos voluntaria o involuntariamente cómicos como cuando, tras explicar in extenso los fundamentos teóricos y la influencia de la música de Oriente en los notorios cambios en la vocalización del disco Mateo y Trasante en relación con sus trabajos anteriores, Alencar escribe: “Las exploraciones vocales de Mateo impactaron positivamente a unos cuantos, pero conozco gente para la cual las versiones de ‘Amigo lindo del alma’ y ‘Hoy te vi’ evocan a un débil mental, antes que a los cantantes árabes e hindúes”. ¿Una falta de respeto? No, más bien un respeto que abarca también la disidencia de las impresiones adversas, un respeto con la bastante confianza y amor por lo estudiado como para poder exponer opiniones detractoras, confiado en que la música de la que se habla puede defenderse sola.
20 años después
Razones locas volverá a ser presentado el sábado 1º de agosto en Somos Sonido, y uno de los expositores será uno de los mayores admiradores y epígonos del autor de “Nombre de bienes”, nada menos que Jaime Roos, quien escribió el prólogo original en el que lo describió como “el libro que durante años he querido leer”. Su presencia hace pensar en lo que podría ser una quinta lectura residual de lo narrado en el libro, que es la historia de quienes posibilitaron que un Mateo frecuentemente incapaz de hacerse cargo de los costos o la organización de su producción musical, grabara discos -escasos si se tiene en cuenta la magnitud de su obra no registrada, pero enormes si se los considera por la calidad de su contenido- y sostuviera su algo errática carrera musical. Razones locas es un libro sobre Eduardo Mateo, pero también sobre gente como Enrique Abal, Carlos Píriz, Fernando Cabrera o el propio Roos -entre un gran cantidad de nombres-, que hicieron posible, gracias a su admiración y una pasión no siempre agradecida, que la obra de Mateo exista y no sea simplemente una leyenda más o menos adornada por el recuerdo. Algo con lo que, obviamente, Razones locas también colabora, y es -además del libro que muchos, como Roos, queríamos leer-, el libro que Mateo se merecía.