I

Viene Rodrigo Lima a mi casa. Rodrigo es un escritor joven, tiene 20 años y todavía luchamos para que publique su primera novela, Temporal, que es una especie de bomba atómica rocker y amorosa metida en 60 o 70 páginas. Hablamos de una editorial u otra. “Ya fue”, me dice él. “No fue nada. Si no sale con Fulano, hablamos con Mengano”. Y así, parte de la tarde se va saliendo por el balcón y nos encontramos tocando la guitarra y cantando canciones de acá y allá. Entonces me distraigo y dejo que mi amigo cante solo. Dice que va a cantar una canción que le gusta mucho. Cierro los ojos y me tiro al piso fresco, elefantesco y marino. Rodrigo me sorprende con una canción hermosa, de vísceras y versos dolorosos; por un momento, sorprendido, me pregunto si la habrá escrito él, pero no, no llega a tanto su audaz forma de cantar y tocar la viola. Entonces me explica que se trata de “Tu falta de querer”, de Mon Laferte. Ya pasada la tarde, veo el video de la canción en Youtube, por recomendación de mi amigo, y quedo atrapado por la voz de esa monstrua de cuerdas y poesía.

En el video predomina el color rojo y, con un ritmo de tresillos al estilo del rock lento de los años 60 y 70 (tengamos por referencia la espantosa “Only you” para más facilidad), aparece la dueña de la voz. Mon Laferte es una hermosa criatura musical, una mujer capaz de cantar la tragedia griega de los desamores, el sinsentido del irse, el dolor sucio del que se queda. Entonces la veo lookeada al estilo Natalia Lafourcade. La banda propone un marco musical muy potente, que nunca le saca la pulsión rockera hard a una canción que, con la estética de los trajes de todos, bien podría ser de salón, para familias de los 40. El tema, con la gente y la interpretación, va en un crescendo que muestra la cara de Mon Laferte de cerca; el canto le ha roto la afinación apenas, la intensidad le quebró la voz, el llanto le corre el maquillaje, y su forma de encarar la canción termina siendo dramática y perfecta. El público canta el verso final mientras ella hace mutis, y su cara es seria, rigurosa, enlutada.

II

La performance que hace Mon Laferte me hace pensar en otra cosa que me dijo mi amigo Rodrigo antes de irse: “Lo que me da bronca de las cantautoras nuevas que han aparecido acá es que no se la juegan”. Claro, en referencia a Mon Laferte y su versión en vivo del tema, pero también a otra serie de cantautoras latinoamericanas de la misma edad que vemos en una serie de videos en los que proponen una intensidad narrativa en las canciones que, realmente, parece que fueran todas mexicanas. Pero no. Son de todos lados.

Busco entre las coetáneas uruguayas y veo que desde hace un tiempo ha surgido una camada de cantautoras –y cantautores– a las que podríamos denominar de esa forma que todavía no entiendo, una entidad que parece ser usada como elogio y que viene de lo “independiente”, lo “indie”. Me pongo a escuchar a varias cantautoras indie, a varias bandas. No, definitivamente no encuentro la intensidad brutal que encontré en las otras cantautoras que escuché antes y que también se inscriben en el lugar de lo indie, y ya repito la palabra con cierto descreimiento.

¿Es que en este país se perdió la forma de lo intenso en las canciones? ¿La tuvimos antes? Sí, claro que la tuvimos, con mucha gente; tuvimos épicas de la canción popular tremendas, tuvimos elegíacas formas del canto, alegres rapsodas; tenemos, por suerte, aún, dominadores del arte de la letra de la canción, del esgrima de la composición. ¿Entonces? De repente, me encuentro con una cantidad de música de bajas calorías.

III

Si algo trajo como beneficio esta moda de lo indie, es la casi perfección a nivel, sobre todo, vocal. Todas y todos cantan perfecto, la enorme mayoría domina un instrumento. Pero me pongo a bucear y me doy cuenta de que soy alguien con hambre de canelones con estofado en medio de un festival de comida gourmet vegetariana. Quizá estoy errado, estoy buscando en un sector que no es el mío, pero resulta que son tantos y tantas que de pronto, claro, estoy rodeado y las canciones no me engordan, y la literatura, la novelística de las canciones, tampoco. No encuentro más que tibieza en esta nueva ola de cantautoras que andan en bicicleta, como las hemos llamado con una serie de musicxs, por denominarlos de algún modo.

Se trata de una versión lavada de un tema de Jaime, Rada, Cabrera. Una versión para celíacos de una canción que fue pura bestialidad. Ahora, pasarla por el capricho indie se convierte en sacarle acordes, tocar menos notas, cantar finito, sonreír mucho, poner dulzura donde debería haber un campo de guerra.

La furia infinita de los 80 y los 90, y las nuevas batallas que daban al principio las bandas del 2000, devienen, cerca de la segunda década del siglo, en el concepto de cantautor o cantautora indie, de banda indie, de sacarle la historia al trovar, de ser un juglar que va de reino en reino sin contar nada. Y no importa demasiado el género: hay tango, hay rock, hay reggae, hay murga, hay canciones de autor; hay algo que no nos va a hacer daño. Olvidémonos de la canción como una daga. Esta canción es saludable, no es triste ni alegre, no es agresiva ni nada. La pueden manejar los niños, no hará daño.

IV

Será que la música popular uruguaya está dominada por la estética de lo políticamente correcto, y las pasiones son castigadas como en la mitología griega, y el exceso y la radicalidad no existen para estos discos que vienen y han de venir hasta quién sabe cuándo.

Escucho una entrevista a una de las cantautoras. Hace ocho años comenzó a estudiar música y ya va por el segundo o tercer disco editado, y juro que los números no me cierran. ¿Cómo alguien que hace un rato no sabía de una corchea hoy es multiinstrumentista y compositor/a y saca discos? Y bueno, es por lo menos digno de mi admiración. Claro.

Hace un par de días, justo, entrevisté a Raúl Zurita, poeta chileno al que espero no necesitar presentar. Más allá de la enorme experiencia que me regaló una persona en 15 minutos –sí, 15, como un demiurgo que da vuelta cabezas, como lo que es y ya contaré–, el poeta me decía que no hay posibilidad del arte sin lo radical, sin la ruptura, y justo pienso eso en relación con esta serie de música light en la que me metí y de la que ya voy saliendo. No saciaron mi hambre. Eso sí, tampoco salí con el corazón roto. Y eso es una pena.