Con el objetivo de crear una big band estable, autogestionada y que tenga una actividad periódica de presentaciones –algo inusual en Uruguay–, el año pasado el director Daniel Camelo y el saxofonista Gonzalo Levin formaron la MVD Big Band. Con una formación de 17 músicos (entre los que se cuentan Martín Ibarburu, Juan Ibarra, Antonino Restuccia e Ignacio Labrada), este lunes llegan por primera vez al Solís para presentar un repertorio centrado en la música de compositores de distintas épocas, como Thad Jones, Bob Mintzer, Charles Mingus y Maria Schneider.

Antes del concierto charlamos con Camelo (radicado en Buenos Aires desde hace años) y Levin sobre los desafíos de crear y mantener una formación de big band, la necesidad de interiorizar la tradición jazzística antes de buscar lo nuevo y cómo se plantearon el objetivo de crear un proyecto a futuro en el que los músicos y los oyentes puedan aprender mientras disfrutan de la música en vivo.

Daniel, en Buenos Aires estás a cargo de varias big bands desde hace años. ¿Cómo ves la creación de una en Uruguay?

Daniel Camelo (DC): –La realidad es que hasta hace un tiempo la idea de una big band en Montevideo rozaba lo imposible. La chance que tuve hace unos años, y que más se le acercaba, fueron los contratos con la Banda Sinfónica, aunque es gente que viene de otra formación. También hace unos años conduje la AUDEM Big Band con [Ruben] Rada, [Hugo] Fattoruso y [Fernando] Cabrera, que estuvo buenísimo, pero también era una mezcla del mundo de las orquestas de jazz y del mundo sinfónico. Siempre consideré que era difícil tocar en una big band, hasta que Gonzalo me llamó en julio del año pasado y me dijo que se podía hacer. En ese momento era bastante lógico para mí que si no lográbamos armarlo desde el riñón de los músicos, iba a ser muy difícil que pudiéramos arrear a ese contingente para tratar de tener una big band. Una diferencia con Buenos Aires es que allá en los últimos años fue volviendo gente del exterior, así que desde hace cinco años la situación es muy distinta. Creo que acá todavía hay mucha gente que no ha vuelto. Al final, siempre estás en la etapa de los dos o tres históricos y los que están en formación, pero necesitás mucha determinación y un laburo muy prolijo para poder generar, sostener, fomentar el proyecto y que aparezcan chicos jóvenes que aprendan desde adentro.

La MVD Big Band es un grupo autogestionado. Me imagino que eso les plantea otro desafío.

Gonzalo Levin (GL): –Imaginate que tocar con un cuarteto en un bar ya es difícil, por el tema de los números. En la big band somos 17 músicos, así que lo complicado se vuelve imposible a menos que haya muchas ganas, de todo el personal, de armar algo especial para generar una motivación extramonetaria. En el grupo hay una motivación musical muy grande, que es lo que nos mueve a nosotros, porque básicamente, si quisiéramos hacer dinero, tendríamos que agarrar para otro lado.

DC: –Aparte, un cuarteto tiene un marco de libertad muy grande, que tiene que ver con lo que sucede espontáneamente entre personas, algo que si querés lo podés comparar con un fútbol 5, en el que tenés una situación más sencilla que si querés jugar con un equipo de 11 jugadores.

Claro, los roles pasan a estar bien marcados.

DC: –Claro, porque si el nueve de área se te lesiona, ¿quién va a entrar? La big band es toda una jugada y una estrategia muy grande que, para ser sinceros, va a terminar de funcionar si logramos penetrar en el sistema educativo, a futuro, para que el nueve pueda enseñarle a otro nueve, y el cinco a otro cinco, y así se genere esta situación similar a la de un equipo de fútbol. En el grupo, Gonzalo manda adentro de la cancha y yo estoy gritando desde afuera.

¿Qué objetivos se plantean a futuro para que la MVD Big Band siga funcionando?

GL: –Tenemos varios. Uno de ellos es generar un grupo de músicos que sea bastante mayor de 17, para que tengamos músicos disponibles si tenemos una fecha; en este momento, si les decimos a los músicos que hay en la vuelta que tenemos que ensayar el lunes, ya sabemos que diez van a decir que no pueden. Nuestra idea es tener dos formaciones de big band: una titular y otra suplente, pero que todos estén tocando al mismo nivel.

¿Cuál consideran que es la importancia de una big band, tanto desde el punto de vista del músico como del espectador?

DC: –Una de las cosas más importantes de una orquesta es generar la experiencia del concierto en vivo. No es lo mismo escuchar un disco que ver a los músicos soplando adelante tuyo; el heavy metal es un poroto en comparación con el volumen del grupo. Es muy dinámico y es algo tremendamente movilizador. Además, hay que tener en cuenta que la big band es una formación histórica fundamental del jazz desde 1920 en adelante, y los más grandes del jazz pasaron por el contexto de la big band. Como músico, creo que hay un camino sonoro importante que es necesario transitar para luego entender, por ejemplo, cuando alguien dice: “Esta frase tenés que hacerla como hacía Johnny Hodges en los 40”.

GL: –Yo viví diez años en España y durante ese tiempo estuve tocando en tres big bands a la vez. Para mí se volvió muy adictivo, y cuando volví para acá, una de las cosas que más extrañaba era tocar en una big band, pero también disfrutarlo como espectador.

Las formaciones de big band han enfrentado diferentes cambios estilísticos desde la década de 1920 hasta la actualidad. ¿Qué repertorio tienen pensado abordar en el concierto del Solís?

DC: –Nosotros tenemos una visión, en la que Gonzalo es más intransigente que yo, que es no meternos en un lugar ya muy caminado. Ahora la big band se encuentra en una etapa que creemos que va a durar unos meses más, que es la conformación de un repertorio con la música de Thad Jones, Maria Schneider, Bob Mintzer y Charles Mingus. Nuestra idea es adquirir ese sonido para que nos ayude a conformar los sonidos de cada sección. Luego queremos pasar a una segunda etapa, en la que podamos incluir la música de uruguayos volcada a la big band. No quizás en la forma más obvia, que es meter unos tambores y ya está, porque la generación que tiene de 30 a 50 años viene escuchando otra cosa. Tiene que ver con otra sonoridad y otro contexto armónico.

GL: –Creo que para llegar a esa segunda etapa es fundamental pasar por la primera, porque si tenés una propuesta moderna, con una integración que conoce e interpretó la música de Thad Jones, después, cuando vas a tocar algo moderno, lo interpretás de una forma diferente. Hay una frase que resume esta idea: “La vanguardia es tradición”.

DC: –Hay una frase similar, que decía Pat Metheny [guitarrista de jazz fusión]: “No puedo ni siquiera concebir que alguien toque en el Pat Metheny Group si no toca perfectamente bebop”. Hay una esencia, una tradición y una herencia que es necesario estudiar y respetar, y tiene que estar en todos los músicos.

¿Cómo ves la escena actual de músicos jóvenes de jazz?

GL: –Ahora hay músicos de veintipocos años que no tienen nada que envidiarles a algunos de los mejores de Barcelona. Creo que están pasando muchas cosas para que todo se empiece a potenciar: está la Utec [Universidad Tecnológica] en Mercedes, y la apertura de escuelas como el Conservatorio Sur. Esto hace que de acá a cinco o diez años la perspectiva sea muy buena. Tampoco es menor el apoyo del Fonam [Fondo Nacional de la Música], con cursos, premios para compositores y el apoyo para conseguir instrumentos.

DC: –Además, veo que hay una búsqueda de un lenguaje personal para que la música sea moderna y honesta. Hacía mucho tiempo que no veía eso. Siempre lo noté en otros estilos musicales, pero no en una veta de música creativa y espontánea relacionada con el jazz, porque no puedo decir que es netamente jazz: es el origen pero va más allá de eso.

También hay más lugares donde tocar, ¿verdad?

GL: –Sí. Hace un tiempo, Tato Bolognini publicó en su Facebook una lista de jam sessions junto a la descripción de lo que se tocaba ahí, y ves que hay instancias todas las noches: tenés el Mingus, el Coruñés, el Hot Club, el Shannon...

Las jam sessions son una excelente instancia para conocer a otros músicos y tocar.

DC: –Claro, pero también hay que tener en cuenta que si no ves la música en vivo, no es lo mismo. El disco deja de ser creación espontánea en la segunda escucha. El momento de ver cómo se está cocinando la música, el olor del lugar y el ruido del bondi que pasaba justo en ese momento permiten complementar la experiencia de ver cómo la música toma vida. El concepto de la jam es muy interesante: me subo sin saber qué voy a tocar ni con quién. La instancia de improvisación en el jazz es fundamental, y que esté funcionando en Montevideo es un lujo.