Muy visible últimamente, sobre todo en varias producciones audiovisuales norteamericanas, tanto en el cine como en las series, en general la intervention sería la reunión/confrontación de una persona que tiene un serio problema de adicción (a sustancias, juego, sexo, etcétera, pero también otros tipos de problemas ligados a la salud mental y psíquica y debidos a comportamientos erróneos) con sus parientes y/o amigos, que la convocan para hacerle entender que tiene ese problema, y de esta manera la empujan a buscar una solución. El curador, el español Juan José Santos (y por supuesto, hay varios artistas españoles acá reunidos), titula de esta manera la muestra que está en el Subte: pese a que se revela un poco huidizo el cómo deberíamos “intervenir”, la exposición es una de las más dinámicas y estimulantes de las que se han visto últimamente en Montevideo. El divertido texto curatorial habla de cómo los integrantes del público “han sido convocados a esta Intervention en este espacio artístico para sanar a nuestro amigo con problemas, el arte”, y sigue enumerando sus dificultades: “Tiene mucho valor, pero no es valiente, cuesta mucho comprarlo pero poco hacerlo, no quiere dar a entender nada y nadie lo entiende, te dice cómo tienes que verlo pero no quiere que veas cómo te lo dice, quiere incorporar el ‘afuera’ pero que ocurra siempre ‘adentro’, quiere convertir en ley ser un sin ley, quiere convertir al espectador en usuario pero para poder usarlo”. Valía la pena la larga cita, creo, porque ya imagino a varios lectores prontos a suscribir estas afirmaciones, aunque algunos de estos defectos bien se podrían leer como virtudes. La muestra es, en todo caso, un llamado a la participación activa del público, aunque de difícil realización (“es hora de volver a las barricadas –de sentido–”, sentencia Santos). Y entonces, sentémonos alrededor del arte y tratemos de discutir con él de su condición: pero bueno, el arte no es un ser hablante, con un aquí y ahora definible, no es Mario que toma demasiado o María que se jugó todo: no hay intercambio real y sus dolencias se transforman rápidamente, son escurridizas. Lo que sí pasa en Intervention es que muchos de los nudos expuestos en las líneas de arriba están aguijoneados de forma redonda por varias de las piezas que congrega el curador. La invitación es entonces, quizá, a que el visitador dialogue, mejor si fervorosamente, con las tantas cuestiones que se ponen en escena.

Para ilustrar brevemente la exhibición trazaré mi línea, analizando sólo algunas piezas que se caracterizan por un subtexto que se desliza por los rincones de la sala –inteligentemente modificada–, conectando así varias de las intervenciones (y que podría, pienso, dada su persistencia, funcionar también como título alternativo): ausencia.

La ausencia más presente –valga el oxímoron– es la de For Copyright Reasons (2010), de Luis San Sebastián. En dos paredes simplemente aparece una gran oración escrita en inglés que dice: “Lo sentimos, pero razones de derechos de autor nos impiden mostrar aquí esta obra”. Vale decir, la obra es una frase que niega la posibilidad de ver una obra (y, sin embargo, estamos viendo una obra), reproduciendo un tipo de aviso que aparece a veces en algún sitio web de museos. Fuera del circuito autorreferencial y paradójico que pone en marcha, y más allá del simple chiste, For Copyright Reasons alumbra un factor más preocupante que la ya preocupante “censura comercial”. Porque aun cuando podemos ver la obra en internet, no estamos viendo una obra: sólo tenemos la ilusión de hacerlo; vemos su foto. Esto es, por un lado, fundamental para estar al día en el saturado mundo del arte, pero, por el otro, es peligrosísimo porque hace saltar el componente material de los trabajos artísticos, distorsionándolos irremediablemente (y produciendo generaciones de otros artistas que se nutren sólo de imágenes digitales, lo que achata, en consecuencia, su propia producción).

Otro texto en la pared (¡cómo pulsa todavía el lenguaje en la plástica!) es 100 obras de arte imposibles (2001), de Dora García: una serie de acciones en general irrealizables por razones físicas, comprimidas entre lo imposible (“soñar los sueños de otro”, “no morir”, “morir viarias veces”) y lo altamente improbable (“encontrar tu propio doble y convivir con él”, “vivir bajo hipnosis”, tener sólo sentimientos fingidos”), ausencia en este caso de la posibilidad de crear debido a las limitaciones de la naturaleza, pero a la vez incentivo subrepticio a la metaforización de la acción, gran “comodín” de lo simbólico.

En la serie de postales compradas en museos de Velo de invisibilidad (2011), de Cristina Garrido, desaparecen los elementos centrales del producto de merchandising –las esculturas, pinturas, monumentos, etcétera–, por medio de una añadidura: vale decir, Garrido borra sumando material. Un velo de pintura que amplía el fondo niega la obra a la vista, que, sin embargo, permanece por las diferencias entre impreso y pintura a través de sus ectoplasmáticos contornos: tensión reveladora entre lo que estaba y no está y entre la reproducción masiva de la foto y la intervención manual del artista para corregir su esencia (falsamente) testimonial.

En la reproducción serial de obras se concentra también Iraida Lombardía en su After Art Theory (2016): esta vez lo que se evapora es el texto de un puñado de páginas de Arte luego de 1900 –libro clave en las teorías artísticas contemporáneas, compilado por los animadores de la revista October–, dejando así sólo un relato visual de la organización de un canon, que, por la abdicación del verbo, toma otros significados y revela el cruel juego de las jerarquías (qué artista va dónde, en qué tamaño, etcétera). Podría seguir; hay más huecos, ausencias, por ejemplo de los vestidos de los performers que Cristina Lucas deja caminar desnudos en diferentes museos o en la borradura de todos los cuadros colgados en una sala del Louvre por Nicolás Rupcich, que nos muestra sólo al público desesperado por fotografiar y filmar obras ya reproducidas millones de veces. Y otras piezas –como las de Luis Camnitzer, Tania Bruguera, Alan Courtis–, que valen la visita. Empero, paso a los espectadores el mandato de construir su recorrido: no pierdan la oportunidad de “intervenir” y salir del Subte con, por lo menos, una prognosis.

Intervention. Curador: Juan José Santos. Centro Municipal de Exposiciones Subte (Plaza Fabini, s/n). Hasta el 16 de mayo.