Entre los múltiples proyectos para potenciar a autores nacionales que ha llevado adelante el Instituto Nacional de Artes Escénicas (INAE), este año logró que el Complejo Teatral de Buenos Aires –que comprende instituciones como el teatro San Martín y el Sarmiento, entre otros– le dedique a Uruguay su foco internacional: a partir de junio la cartelera porteña presentará El bramido de Düsseldorf, de Sergio Blanco; Incendios, de Aderbal Freire Filho; Multitudes, de Tamara Cubas; Rabiosa melancolía, de Marianella Morena, y una obra de Gabriel Calderón que se estrenará en setiembre: If, festejan la mentira.

En paralelo, el INAE coordinó un intercambio con el Festival Internacional de Dramaturgia, dirigido por el argentino Matías Umpiérrez, en el que versionarán El gato de Schrödinger, de Santiago Sanguinetti. Este festival que comenzará el sábado –y que se extiende hasta el 17 de junio– es conocido por su atractiva propuesta de invitar a autores extranjeros para que sean dirigidos por argentinos. Así nacieron obras que marcaron la cartelera rioplatense, como Mi hijo sólo camina un poco más lento, una puesta que cruzó a un joven dramaturgo croata (Ivor Martinic), al director Guillermo Cacace y a 11 actores en escena, en la que se llevaron al extremo las emociones de los intérpretes y el público, y se consolidó una intensa y sensible experiencia teatral, que provocó una inusual sucesión de risa, angustia, emoción y estremecimiento; y Hamlet está muerto. Sin fuerza de gravedad, escrita por el austríaco Ewald Palmetshofer y dirigida por Lisandro Rodríguez, en la que se retomaron algunas de las premisas fundamentales de la esencia hamletiana para reelaborarlas a partir del relato del velorio de un nuevo Hamlet. Entre las uruguayas que han sido versionadas en las ediciones de 2014 y 2016 se encuentran Medea del Olimar, de Mariana Percovich, y No daré hijos, daré versos, de Marianella Morena.

En su momento, Cacace y Rodríguez reconocieron a la diaria la importancia de este encuentro que revela destacadísimas obras de la dramaturgia internacional: en el caso de Cacace, cuando le llegó la obra su primera reacción fue de rechazo, pero cuando leyó el texto lo sorprendió tanto el mundo que se desplegaba como el hecho de que se tratara de un Anton Chéjov actual, “con marcas contemporáneas muy claras, porque se puede decir que tiene un aire chejoviano, pero hay un libre fluir de la conciencia en los personajes, que por momentos no tienen filtros”. Por su lado, Rodríguez admitía que a él, en general, le costaba comprender y entrar en sintonía con obras a partir de un texto, hasta que logró apropiarse de una obra que hablaba de las consecuencias del capitalismo en la sociedad, de la economía, del trabajo, de la inclusión y “de la exclusión de un sistema que arrasa, y de nosotros dentro de esa lógica, a la que no le queremos –o no le podemos– poner freno. Esto dialoga con la situación política actual en Latinoamérica”, planteó hace dos años. Esto confirma el lugar que comienza a ocupar este festival tanto en Buenos Aires como en Montevideo, ya que las puestas de Cacace y Rodríguez viajaron a Uruguay al poco tiempo.

Esta tercera edición se propone indagar acerca de las múltiples formas en que se desarrolla la narrativa escénica, y para eso fueron seleccionados creadores de países como Finlandia, Alemania, Perú, Líbano, Francia, Croacia, Brasil, India y Uruguay. El gato de Schrödinger será dirigida por Pablo Seijo e interpretada por un sexteto de actores: Horacio Acosta, Facundo Aquinos, Pablo Cura, Juan Isola, Guido Losantos y Emanuel Parga. La pieza es una coproducción entre el festival, el INAE y la sala Timbre 4, donde se mantendrá en cartel una vez concluido el encuentro. Así, este elenco argentino volverá a llevar a escena una puesta que sucede en el vestuario de un estadio durante un partido de fútbol, donde descansan dos animadores con trajes de gato –las mascotas oficiales del equipo– mientras esperan el entretiempo, hasta que, en un momento, el que interrumpe su charla es un jugador que abandonó la cancha de motu proprio. Y tras él llega, desencajado, el director técnico. Con un humor certero y constante, esta obra discurre entre distintas propuestas estético-ideológicas, con una trama delirante: el futbolista justifica su renuncia a partir de la física cuántica y la paradoja del gato de Schrödinger aplicada a la vida cotidiana. Así, en el vestuario se enfrentan varios mundos: zombis, la barra brava de Temperley (que en esta versión suplantó a Boston River), el anarquismo, Niels Bohr, Max Planck y clones insospechados. La única esperanza es que en otro universo –como propone Schrödinger– algo mejor esté sucediendo con cada uno de ellos.

La política desde la práctica

En cuanto a la concepción de este tipo de instancia, Umpiérrez explicó: “Hay muchos gobiernos que piensan que negando la historia se puede ir más fácilmente hacia adelante, cuando en realidad la historia es lo que construye la identidad, las bases de un país, de una idea de nación, de comunidad o de cooperativa. Por eso el festival siempre se va a sostener como un espacio de resistencia. Nuestro encuentro con lo político es desde el hacer, demostrando cuál es nuestro punto de vista sobre el mundo”.

De hecho, el año pasado el director le planteó a la diaria que, más allá de lo artístico, lo que lo moviliza es el espacio de gestión: “Me gusta pensar al artista como un mediador de su arte, de temáticas que dialogan con lo social y lo político, pero que también acompaña a otros para que puedan hacer su camino más fácil”. En esta tercera edición, también se propuso que los teatros independientes participaran en la coproducción de las obras y que no se limitaran a la exhibición, convencido de que se trata de “espacios reales de gestión, con absoluta sustentabilidad [...]. Más allá de los movimientos políticos, los teatros independientes siguen teniendo sus carteleras intactas y ante cualquier crisis siguen resistiendo”.