“Yo soy católico, y no sé. Habría que estar ahí”. Esta fue una de las tantas respuestas que recibió el periodista Jorge Coco Barreiro cuando recorrió las calles montevideanas en 1986 preguntando si los militares debían ser juzgados por las violaciones a los derechos humanos, o qué implicaba no saber dónde estaban los desaparecidos: cuando aún rechinaba la maquinaria infernal del terrorismo de Estado, el documental El cordón de la vereda, de Esteban Schroeder (1987), se propuso salir a la calle en busca de la memoria personal, la historia colectiva y la deuda no saldada, y documentar la reacción social.

En sintonía con la Marcha del Silencio que se realizará el domingo, mañana a las 18.30 en el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC) tendrá lugar la primera función abierta del proyecto “El cine y la lucha contra la impunidad” (integrado por el Archivo General de la Universidad de la República, la Facultad de Información y Comunicación –FIC– y el colectivo Memorias Magnéticas), con la proyección de El cordón de la vereda.

Según contó a la diaria la historiadora Isabel Wschebor, el primer paso de esta propuesta surgió en un curso que ella dictó en la FIC, en el que se analizó el relato que el cine nacional construyó a partir de la violación de los derechos humanos en dictadura. En este sentido, advierte que, a diferencia de lo que se da en la cinematografía argentina, Migas de pan (2016) fue la primera ficción que se le dedicó en Uruguay. A principios de los 80, el Centro de Medios Audiovisuales –conocido como Cema– fue una productora que realizó documentales como el de Schroeder (y otros de estéticas muy distintas, por ejemplo Tahití, de 1989, o Mamá era punk, de 1988), en el que registró la campaña de la junta de firmas contra la ley de impunidad. “El curso intentaba explorar qué había dicho el cine uruguayo a lo largo de todas estas décadas sobre el tema de la impunidad, y qué cosa de lo que se ha dicho desde los años 80 sigue sobre la mesa”, plantea Wschebor. Dice que hay un número importante de películas que se han referido al tema: “Uno de los trabajos que dimos –que en general no se lo relaciona con el período de la dictadura, y para mí era importante que lo analizáramos en el curso– fue Zanahoria [Enrique Buchichio, 2014], porque justamente se refiere a los periodistas que han sido entrampados con la cuestión de si hay informantes militares que ofrecen datos certeros, o no, sobre posibles hallazgos de desaparecidos. La analizamos mucho porque, a diferencia de lo que sucedió en los 80, el camino recorrido en estas tres décadas muestra que existen muchas complejidades, y el cine las exhibe de manera muy evidente, sobre todo en la filmografía de Virginia Martínez y José Pedro Charlo, que han realizado películas desde comienzos de 1990. En las primeras películas de Martínez, que son de denuncia, e incluso en Las manos en la tierra [2010], donde se muestra toda la búsqueda arqueológica y el fenómeno de denuncias sobre el tema de derechos humanos y la desaparición forzada, que también está encabezado por muchos aspectos que responden a los acuerdos que se hicieron en la transición democrática, como el no hablar, o tergiversar las informaciones o trasladar los restos de un lugar a otro”.

Así, para la investigadora el cine ilustra esta gran complejidad, que no sólo se asocia con la impunidad en dictadura, ya que “también hay una complicidad democrática por generar ciertos silencios que hacen eco en las dificultades que hoy tenemos para abordar el tema. En el caso de la Operación Zanahoria es clarísimo: si las informaciones militares existen y están asociadas a enterramientos que se hicieron en dictadura, y si hubo o no traslados de esos restos, si hubo o no Operación Zanahoria, es un tema que atraviesa toda la política de derechos humanos”.

A partir de este curso se creó un colectivo llamado Memorias Magnéticas (integrado por Ricardo Pereira, Laura Amaya y Noelia Torres), que se movilizó frente a la inquietud de poder organizar actividades que habilitaran la exhibición de estas películas.

El año pasado, en el EAC, se hizo la primera proyección pública de El cordón de la vereda, y luego se organizó el encuentro “Primavera estudiantil”, donde confluyeron tanto esta política de difusión de cine histórico como los trabajos del laboratorio de preservación audiovisual que coordina Wschebor. En esta ocasión, se centraron en los derechos humanos posdictadura y trabajaron con films restaurados de cineastas reconocidos que iniciaron su carrera en los años 60, como Mario Handler, Mario Jacob y Walter Tournier.

En este marco, se presentaron al proyecto de extensión junto con la FIC, y lograron concretar la nueva propuesta. “La idea fue generar exhibiciones públicas de películas que refieran al tema de la violación de los derechos humanos en el pasado reciente uruguayo. Además de esto, en la tarde previa de la proyección trabajaremos con grupos de estudiantes. En este caso será un grupo liceal y el programa Cineduca, vinculando la producción audiovisual con el tema de derechos humanos y la preservación audiovisual. Haremos un taller enfocado en cómo preservar esos formatos –como el magnético– y en la producción audiovisual para que los estudiantes puedan hacer las mismas preguntas que hacía Coco Barreiro en la calle, porque consideramos que estas preguntas siguen vigentes”. De esta manera, se proponen generar un espacio de producción con los estudiantes, para que ellos puedan hacer las mismas interrogantes que Barreiro formulaba en los 80.

La segunda instancia será en el Museo de la Memoria (Mume), el Día de los Mártires Estudiantiles (14 de agosto), donde abordarán “películas vinculadas con la muerte de estudiantes a fines de los 60, sobre las que hay muchos registros de archivos, y muchos trabajos de investigación sobre si los discursos fueron bien o mal utilizados, o tergiversados”. Este encuentro se vinculará con la comunidad, en un intento de rescatar películas del archivo del Mume. Y la última instancia, que sintetizará el proyecto, será el 10 de diciembre en el Espacio de Memoria, Verdad y Justicia de Mercedes.