En 1961, la editorial Marvel Comics protagonizó la primera gran revolución de la historieta de superhéroes, dos décadas después de su nacimiento y explosión. En medio de la llamada Edad de Plata del noveno arte, luego del bajón de ventas que había significado la Segunda Guerra Mundial, los tipos con trajes coloridos y poderes de otros mundos volvían a ocupar sitiales de privilegio entre los consumidores, siempre niños y preadolescentes.
Mientras DC Comics (la Distinguida Competencia, como se lo conoce desde filas marvelitas) reconvertía a sus personajes de los años 40 con nuevas identidades y mitologías (cambiando mística por ciencia ficción), del otro lado de la calle se gestaba una nueva forma de contar historias.
Al frente de Marvel estaba su editor y guionista estrella, Stan Lee, quien no solamente pensó en héroes y narrativas que interesaran a un público juvenil, sino que la cantidad de títulos que escribía por mes le permitía tener un férreo control de ese universo compartido que formaban, cimentando la importancia de eso que se conoce como continuidad.
Claro que había un truco detrás de tanta productividad y era algo llamado el “método Marvel” de guionar las historietas: Stan escribía un resumen de lo que debía ocurrir en ese número, de una o dos carillas, y se lo entregaba al artista, que planteaba la acción en la veintena de páginas disponibles y dibujaba las viñetas. El cómic dibujado regresaba a Stan, quien escribía los diálogos y completaba el trabajo. Las historias eran, como nunca, responsabilidad de dos personas.
El problema fue que Stan Lee se transformó en la cara visible perfecta de la editorial, con sus comunicados graciosos, sus apariciones mediáticas y generando una suerte de culto a la personalidad. Y, sin querer queriendo, el pícaro Stan se fue quedando con el crédito absoluto de la creación de los personajes de Marvel.
Quizás el más perjudicado por esta situación fue Jack Kirby, cocreador (entre otros) de los Cuatro Fantásticos, los X-Men, Hulk, Iron Man y Thor. El Capitán América también es suyo, pero había sido creado en la Edad de Oro. Mientras su antiguo colaborador gozaba del éxito, Kirby rebotaba entre editoriales, ninguneado por aquellos que disfrutaban el éxito de sus personajes y luchando hasta el día de su muerte (en 1994) por las regalías que consideraba justas.
El fin de semana se conoció el fallecimiento de quien, a criterio de muchos, es el segundo cocreador más relevante de Marvel Comics: el responsable, junto a Stan Lee, del personaje más importante de la editorial (a criterio de prácticamente todos).
Corría 1962 y la compañía la había pegado con los Cuatro Fantásticos. Stan Lee andaba en busca de un nuevo éxito y junto con Kirby craneó las aventuras de un jovencito con poderes arácnidos. Lee “odió” las primeras pruebas de su dibujante y pasó el trabajo a un tal Steve Ditko, quien redondeó la idea de este Hombre Araña y dibujó sus aventuras. Los lectores adoraron a ese joven que por primera vez no era patiño de un superhéroe adulto (lo siento, Robin), sino que luchaba en solitario contra los supervillanos y contra las dificultades de mantener una identidad secreta. El dibujante permaneció hasta 1966, cuando tuvo una de sus tantas pataletas y abandonó ese título.
Ditko tenía una personalidad muy especial. Cuenta la leyenda que el conflicto se produjo por la identidad del Duende Verde, popular archienemigo de Peter Parker. Stan Lee quería que detrás de la máscara se encontrara Norman Osborn, padre del mejor amigo de Peter, mientras que Ditko creía que eso no sería realista y que debía tratarse de un ciudadano cualquiera. Lo cierto es que existían diferencias creativas y que el dinero del merchandising ya estaba llegando hasta la compañía... y no necesariamente a manos de Ditko.
La popularidad del arácnido continuó creciendo con el aporte de otros autores. Hoy en día es uno de los superhéroes más populares del planeta, pero es evidente la importancia de su cocreador, en especial por el universo que imaginó en aquellos primeros 38 números y del que tanto se alimentaron sus sucesores.
Limitarnos a hablar de Spider-Man significa dejar de lado una gran cantidad de personajes que también se convirtieron en parte de la cultura popular o que, al menos, gozan de buen estatus entre los lectores de historietas. La dupla Lee-Ditko también fue responsable de Doctor Strange, el hechicero supremo que protagonizó su propia película en 2016.
En la editorial Charlton, Ditko fue responsable de la creación de Question, el detective que utiliza una máscara color piel. También estuvo detrás de la segunda versión de Blue Beetle, un genio que no tenía superpoderes pero sí ingenios electrónicos para combatir el mal, y (junto a Joe Gill) creó a Captain Atom, un supertipo con poderes nucleares. Charlton fue comprada por DC Comics años más tarde y sus personajes fueron tomados por Alan Moore como inspiración en Watchmen, convirtiéndose en Rorschach, Nite Owl y Doctor Manhattan, respectivamente.
Influenciado por la filosofía del objetivismo desarrollada por Ayn Rand, Ditko siguió trabajando en sus propios cómics hasta sus últimos días, y defendiendo con uñas y dientes (si es que le quedaban) su privacidad. Sin embargo, mantenía correspondencia con una gran cantidad de creadores y fanáticos, siempre y cuando no agotaran su paciencia y él dejara de escribirles. De puño y letra, por supuesto.
La industria del entretenimiento continúa enamorada de Spider-Man y se suceden películas, series anima- das y hasta un musical de Broadway. Y cada vez que se comienza de cero, cada vez que se elige un nuevo actor para hacer de Peter Parker o se hace un nuevo diseño de personajes animados, las historias vuelven a inspirarse en aquellos primeros años del nerd que era picado por una araña radiactiva. Y uno de los dos responsables fue encontrado muerto en su apartamento de Manhattan el 29 de junio, sin haber recibido nunca todo el reconocimiento que se merecía.