Para ver Prision to prision sólo habrá tiempo hasta el viernes: hoy a las 19.30 la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de la República exhibirá –por una semana– la instalación uruguaya que viajó a la 16ª Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia. En su momento, antes de que el equipo viajara a Italia, la diaria conversó con parte del equipo, y Diego Morera –uno de sus integrantes, junto con Sergio Aldama, Federico Colom, Jimena Ríos y Mauricio Wood – planteó que, en el contexto académico, era importante que ellos como jóvenes tomaran la palabra y comenzaran a hablar de temas que creían urgentes, a la vez que planteaban una posición con respecto a la dimensión cultural de la arquitectura.

En ese recorrido, se encontraron con que a 2017 el edificio más grande construido en Uruguay era una cárcel, que era una réplica a gran escala de un modelo “genérico de prisión, importado y abstracto”. Pero, paradójicamente, esta nueva cárcel se construyó al lado de la Cárcel de Punta de Rieles, conocida como la “cárcel pueblo”, distinguida por ser un caso único en el país y en el mundo en el que la prisión se concibe como un barrio vivo, a la vez que imita el afuera en el adentro, conformando un inesperado free space (espacio libre) “de negociaciones y proyectos colectivos dentro de un centro de reclusión”. Y así, “conviven forzosamente, de manera casi esquizoide, dos arquitecturas opuestas en su forma de entender el castigo, la vigilancia, la técnica, el espacio y, sobre todo, el poder, la libertad y lo humano”.

Modelos importados

Los curadores explicaban que, a diferencia de la “cárcel pueblo” (que tiene seguridad mínima y que funciona con operadores sociales desarmados), esta nueva prisión tiene un impacto mayor cuando se ve desde la calle, tanto por su tamaño como por su imagen, ya que está íntegramente rodeada por un muro de cinco metros de altura que abarca las 25 hectáreas del predio. Su interior se organiza en diez celdarios, “constituidos por celdas prefabricadas con equipamientos antivandálicos, apiladas como si fuesen cajas”. Por eso, desde el punto de vista del equipo curatorial, se trata de un edificio que promueve una existencia abstracta: “Es la típica cárcel de las series de televisión, donde los movimientos están totalmente controlados y las circulaciones y la apertura de puertas se manejan por videovigilancia. Es un modelo importado, con la participación de arquitectos locales que repitieron este modelo y lo aplicaron al lugar sin ningún cuestionamiento”.

Así, este proyecto no se limitó a analizar el objeto de estudio en sí, “que es lo que hacemos ahora al trabajar con los dos modelos”, sino que también se propuso hablar de otras cosas, como puede ser el comenzar a “ver otras dialécticas que puedan ser llevadas a cualquier otra yuxtaposición e modelos contradictorios”. A fin de cuentas, Prison to Prison, an Intimate Story Between Two Architectures –ese fue su título original– se propone indagar en estas dos realidades, y así habilitar intercambios que las excedan, “de los cuales poder enriquecernos, y así volver a mirar y mirarnos”.