El domingo se estrenó en televisión abierta el documental 78 revoluciones (que podrá verse mañana a las 22.00 por Televisión Nacional de Uruguay –TNU–, el jueves a las 23.00 por TV Ciudad y el domingo a las 0.00, de nuevo por TNU), un proyecto de Raindogs Cine que en 2017 ganó la convocatoria de DocTV Latinoamérica. La obra, codirigida por Marcel Keoroglian y Germán Tejeira, y producida por Julián Goyoaga, sigue durante 52 minutos a Keoroglian en sus intentos por restaurar 18 discos del carnaval de 1949, mientras escribe para la edición 2018 del concurso oficial y nos cuenta su amor por esta expresión popular.

“El disparador fueron los discos”, contó Keoroglian a la diaria. “Cuando el tipo me llama y me los entrega, en ese mismo momento dije: ‘Con esto voy a hacer una película’. Quedé con eso en la cabeza. Me empecé a mover y me asocié con Germán para hacerla, que fue ideal porque es un gran artista y a su vez un gran amigo. Tiene todas las virtudes”.

En la mente de los realizadores estaba la película de la recuperación de los discos, pero todo cambiaría luego de un viaje a República Dominicana a instancias de DocTV. “Ahí cotejás el proyecto con distintos directores de cine de otras partes del mundo”.

“Nosotros partimos con la premisa de que el documental no fuera exclusivamente para el que se crio con la murga en la esquina, sino que lo pueda ver un alemán o un boliviano y se transmitiera lo que se quería transmitir. Creo que eso lo encontramos en el viaje. Teníamos la cuestión de los discos, y mi rol era ir a hablar con los ingenieros que estaban recuperando el material, pero ni a Germán ni a mí nos convencía. Parecía un rol de entrevistador”.

La fortuna quiso que sobre el final del viaje se cruzaran con la directora española Marta Andreu. “Una noche nos distendimos de tanto curso y cosas técnicas y nos tomamos una cervecita, y empezamos a hablar del proyecto. Yo empecé a contar cosas de mi viejo, vivencias personales, y se ve que se me iluminaban los ojos. Y la tipa empezó a decir: ‘Ahora sí estoy viendo la película en tus ojos. Ahí sí me entusiasmo con lo que vas a hacer –más allá de que me guste o no la murga–, porque es la pasión de alguien’. Eso a nosotros nos sirvió pila”.

Así dieron con las tres patas del documental: “Mis historias con la pasión de la murga, el proceso de escribirle a una murga, y los discos”, cuenta Keoroglian.

Primera pata: el letrista de carnaval

Enrique Cachete Espert, presidente de DAECPU (Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay), en el documental aparece encomendándole a Marcel la misión de escribir un popurrí para el sonoro regreso de la murga Los Saltimbanquis. “Si no teníamos eso, se complicaba un poco”, recuerda. Y el ida y vuelta con Espert condimenta lo que se está contando.

“Es un actorazo. Porque él está actuando. Eso es guion, no es que haya pasado así. No fue que yo llevé el popurrí y él me dijo que no le gustaba. Tampoco me dijo ‘buscale la vuelta’. Todo eso lo hicimos nosotros para que tuviera un conflicto que te atrapara. Pero el loco la gastó. Teníamos que repetir escenas con la cámara de un lado y del otro, y lo hizo perfecto”.

Le pidieron que escribiera más, pero el tiempo no alcanza. “Yo vivo agotado con las cosas fijas que hago, entre ir a la tele y a la radio”. Uno pensaría que manejar el humor de actualidad es un buen entrenamiento para un letrista, pero, al menos en su caso, ocurre todo lo contrario. “Eso me caga la vida y me tiene preso. Cuando tengo que escribir algo que tiene que ir más lejos, me aparece la cara de [Raúl] Sendic, o de otro, y no es el chiste que quiero. Me limita, y más al no tener tiempo. Porque si vos tenés tiempo, dejás ir la cabeza”.

Keoroglian define la televisión como una “picadora de carne” en la que “todo tiene que ser rápido y descartable”. “En la murga es al revés: querés que perdure en el tiempo, que dentro de diez años se escuche y digas ‘qué lindo esto’. Lo hacés para la posteridad”.

Segunda pata: el amante del carnaval

El espectáculo que Keoroglian iba a ver de pequeño es muy diferente del de hoy. “Lo siento y lo sufro. Porque vi otra cosa y me gusta esa otra cosa, pero todos trabajamos para que esto sucediera, queriendo o no. Porque a los espectáculos los fuimos haciendo mejores y los fuimos profesionalizando, incorporando la actuación y la puesta en escena. Esto hizo que se pudiera arrimar otro público. Pero después te quejás de que ya no es lo que era”.

Él entiende la contradicción, pero sigue cantando las murgas de su adolescencia y juventud. “Lo que me acuerdo es lo que me partió el pecho. En las murgas de ahora me falta murga; a veces no se la encuentro”. “Creo que tiene que ver con la rasposidad del murguista de antes. Era de otra clase social y eso cambiaba todo. No iban a tener la dicción que tienen ahora, que van al liceo y todo. Pero tenían algo que no tienen ahora, y que a mí es lo que me emociona de la murga”.

También extraña al cuplé y al cupletero, y cree que en lo sonoro está “todo igual”. “La palabra que uso siempre es ‘pasteurizado’. Todo suena bien y está afinado, pero no me parte al medio”.

“En los 80, la peor murga del mundo tenía eso. Desafinando, errándole, en pedo, con los trajes colgando... tenía ese tufo, porque era inherente a los tipos que lo hacían. Y a eso no se puede volver. Hoy no podés tomar ni para laburar ni para ensayar. Alguno que la domina mucho capaz que puede tomarse algo, pero no es mi caso”.

Tercera pata: el arqueólogo del carnaval

La murga de 1949 era tan distinta de la que Keoroglian escuchaba en su juventud como la actual. “Las baterías tocaban en dos cuartos en vez de cuatro, como se toca ahora en la mayoría de los tramos, y eso es una diferencia enorme. Las influencias musicales eran otras. La sonoridad era distinta. Se cantaban todo. Eran mucho más... mucho más murga. Vamos a decir las cosas como son”.

“No tengo escuchados todos los discos, porque todavía se están recuperando y el proceso recién empieza. Lo que llama la atención es tener registro de categorías que ya no existen en el carnaval, como las sociedades nativistas, que eran una atracción mayor que las murgas. Eran grandes grupos folclóricos, disfrazados como de estancia, y hacían cosas folclóricas tradicionales. Después hay troupes, escolas de samba y también dúos cómicos”.

Bonus track: el armenio del carnaval

Hay dos cuestiones que al codirector le gustaría que la gente se llevara luego de ver 78 revoluciones. Una es el legado. “Las cosas que dejamos para los que vienen, algo que se da en cualquier rubro y en cualquier género. Y después hay otra cosa que me gusta y que fue una motivación para hacerlo, porque es el hilo conductor, que tiene que ver con la armenidad”.

“El tipo que grabó los discos era un tal José Goglian, un tendero de la Villa del Cerro. Era un armenio que vino a Uruguay y que hablaba atravesado. Ese tipo fue el que tuvo la lucidez de agarrar un fonógrafo y grabar un tesoro para la música uruguaya, no para la armenia. Eso habla del bagaje cultural del tipo y de esa nación. No es porque sí”.

La conexión continuaría. “El tipo que los rescata para dármelos a mí se llama Mario Nadjarian, otro armenio. De esos que no se olvidan de que lo son, como yo. Y el tipo me llama a mí, otro armenio. Con el primero que iba a ir a hablar era con Coriún Aharonián, pero estaba mal, y después se murió. Ahí hay un hilo conductor cultural interesantísimo. Parecen casualidades, pero para mí no lo son”. El documental también fusiona música armenia con la murga. “Músicos armenios tocaron kamanchá, y hay un duduk, que es otro instrumento”.

“Si vos venís con una cultura milenaria e incorporás lo de acá, no estás perdiendo nada. Creo que eso queda demostrado. Yo no dejé de ser el armenio que soy, y soy más uruguayo que el mate. Una cosa no mata a la otra; se juntan. La cultura y las cosas van por el mismo lado. Eso me parece interesante. Me gusta”.

El murguista

“Salí en Asaltantes con Patente en 2007, volví a salir diez años después con Don Timoteo, y ahora lo voy a hacer con Doña Bastarda en 2019. Pero soy mucho más selectivo y me fijo en los detalles para no sufrir, porque en el carnaval se sufre mucho. Entonces, tenés que seleccionar bien y ser intuitivo de en qué momento tenés que salir y con quién”.

¿Qué lo llevó a convertirse en un bastardo el próximo febrero? “El show que hicieron el carnaval pasado, y que son jóvenes. Eso me va a dar muchísimo. Que me hayan llamado ya es un golazo, porque una cosa es que digan ‘mirá, Marcel, que salía en Contrafarsa’, pero otra es que te digan ‘vení y salí con nosotros’. Voy a aprender mucho más. Y van a escribir ellos, por suerte”.

La recompensa, como siempre, llegará con el público. “Tengo 47 años, hago esto desde los ocho y llego a los tablados y me emociono divinamente. Me enamoro más de mi país, y eso me lo da el carnaval y me lo da esa foto: la del barrio, la de la vecina riéndose en la reposera. Ahí vale la pena toda la lucha y todo lo que uno hace para subirse ahí arriba. Tiene sentido. Entretener al otro, aunque sea un minuto. Una media sonrisa que le saques, ¿sabés cómo vale?”.