En 2015 Federico Borgia y Guillermo Madeiro presentaron en sociedad Clever, una comedia original que presentaba como personaje secundario a Sebastián (a cargo de Antonio Osta), un fascinante fisicoculturista que rezaba en latín, que había aprendido a tocar el piano de manera autodidacta y que mantenía una relación dolorosamente edípica con su madre. El poderoso magnetismo de su presencia terminó convirtiéndolo en objeto del documental El campeón del mundo, que hoy se estrena oficialmente en salas, y que sigue el recorrido de Antonio Osta, bicampeón mundial uruguayo (campeón mundial amateur en Rusia en 2006 y campeón mundial profesional en Lituania en 2008) que falleció en 2017. Una película sobre el amor filial, pero también respecto de la tragedia que aguarda en las entrañas de quien quiere llegar a los límites de lo humano.
¿En qué momento se dieron cuenta de que Antonio Osta podía ser más que un personaje secundario de Clever?
Guillermo Madeiro (GM): Llegamos a Osta por Clever, lo conocimos ahí. Estábamos buscando a ese personaje para interpretar a Sebastián el Forzudo, y no dábamos con el tipo; sí con las características físicas, pero no con el talento actoral, o con esa cuestión que tiene más que ver con la sensibilidad. Cuando lo descubrimos nos voló la cabeza y empezamos a descubrir que era mucho más interesante la persona que el personaje de ficción que habíamos creado. Creo que ya, desde ahí, nos picó el bichito de “tenemos que hacer algo con este tipo”, que se concretó bastante tiempo después.
Federico Borgia (FB): Era un personaje que tenía muchas capas e historias, y también creo que fue un diferencial cuando vimos dónde vivía, con quién vivía. Para mí, más allá del fisicoculturismo, siempre tuvo un impulso creador. Le gustaba el juego de proponer; disfrutaba mucho cuando proponía, y esa idea era abrazada e incluida.
¿Qué propuso en Clever?
FB: Bueno, para empezar al piano lo trajo él; nunca se había pensado así al personaje. Y se reescribió todo el guion a partir de eso. También muchas frases, eso de rezar en latín...
GM: “Mi madre es como un gran bloque de cemento que tengo encima”, a eso lo tiró en mi casa una vez que estábamos ensayando, y arrancó la escena diciéndolo. Te aparecía todo el tiempo con ese tipo de cosas.
¿Cómo fue empezar a pensarlo en formato documental?
GM: Nosotros no venimos del documental, y era una jugada arriesgada. En ese momento éramos bichitos de ficción; para nosotros era como hacer una ópera prima de vuelta. Y si ves bien, la película tiene una puesta en escena que es bastante de ficción. Cuando nos presentamos al Icau [Dirección del Cine y Audiovisual Nacional] escribimos un guion de ficción basado en su realidad, porque no sabíamos escribir un tratamiento; a ese punto te digo que no éramos del palo del documental.
Las charlas de Antonio Osta con su hijo son sorprendentes no sólo por la profundidad de mucho de lo que se plantea, sino también por la naturalidad con que se dan, aun cuando surgen en el marco de una discusión. ¿Cómo dieron con ese tono y esa naturalidad?
FB: Hubo un quiebre a partir de la separación de Osta con su mujer: en ese momento su hijo Juanjo empezó a estar mucho más en la casa, y se dio mucho más el mano a mano. Ahí fue cuando lo invitamos más formalmente [a participar en el documental] y le copó. En muchas cosas su hijo era parecido a él. Por ejemplo, a los dos les gustaba actuar, y eso allanaba el camino. Los dos eran muy generosos en ser ellos mismos. Por más de que en las escenas no están actuando, con ellos había un pacto, en el sentido de que había cierta construcción; era mejor que no miraran a cámara, ponele. Y también el tiempo hizo que las cosas pasaran. Nosotros no íbamos un ratito, nos quedábamos tres días en Cardona, dormíamos tres noches al lado de su casa y estábamos prácticamente las 24 horas en la vuelta.
¿Los efectos de su muerte tuvieron relación directa con una reescritura o reedición de la película?
GM: No fue tanto en la reedición, porque nosotros todavía estábamos en pleno rodaje cuando sucedió.
FB: De hecho, nos acabábamos de presentar al Fona [Fondo para el Fomento y Desarrollo de la Producción Audiovisual Nacional], había una idea de ir a rodar a México, pretendíamos filmar más tiempo y ya estaba pensada la película como algo de padre e hijo. El corazón era ese, y había una posibilidad de arco en ese traslado de ellos dos al irse a vivir a otro país. En un momento hay una frase que le dice a Juanjo: “Nunca sé cuándo estás hablando en serio y cuándo no”, y a nosotros con él nos pasaba lo mismo; a veces había planes serios de “esto va a ocurrir”, y a las dos semanas ya había otra versión del asunto. El viaje a México era una cosa que no se sabía bien, y con su enfermedad era lo mismo: nunca sabías bien cuál era la gravedad del asunto.
GM: Además de que era un tipo que no se cuidaba del todo.
FB: Con respecto a lo que decías del montaje, el fallecimiento de Antonio fue un golpazo, y no pudimos seguir adelante por un tiempo. Pero intuíamos que la íbamos a terminar y que en el material filmado ya había una película. Entonces, cuando pasó el tiempo que necesitábamos para volver a ver el material, en realidad el montaje no cambió tanto porque había que construir hacia ese final, que era la muerte, pero que también era el viaje. Eso del viaje ya estaba construyéndose y el corazón de la película, que era el vínculo padre e hijo, seguía siendo el mismo. Creo que generó un final precipitado, algo que nos dejó muchas menos opciones de montaje, pero que resignificó y revalorizó algunos momentos que habíamos filmado, como la escena del aeropuerto, que la filmamos simplemente porque era una escena que había que filmar. Claro que nunca imaginás que esa será la última vez que lo filmás, o la última escena en la que él y su hijo iban a estar juntos. El otro día Juanjo, antes de ver la película por primera vez, me decía: “Me quedé pensando en que ustedes filmaron la última vez que me vi con mi padre”. Es increíble empezar a tomar consciencia de eso
Es interesante cómo entre Clever y El campeón del mundo encontraron una especie de switch para que Osta pase de ser un personaje de comedia a uno dramático sólo con cambiar un par de cosas de lugar.
GM: Es que la comedia y el drama se sientan en la misma mesa. Estás muy cerca de una y muy cerca de otra.
FB: Cuando participamos en DocMontevideo con el pitching del proyecto ya tenía toda esa carga de El luchador [Darren Aronofsky, 2008], de lo que brilló y ya dejó de hacerlo. Pero, de alguna manera, la comedia se imponía porque era un padre y un hijo discutiendo, y Antonio diciendo disparates a propósito. Entonces, era algo que se iba para la comedia. En DocMontevideo [donde se preestrenó] la mayoría de la gente sabía que Antonio había fallecido, y aun así había carcajadas durante la función. Y Juanjo, que todavía no había visto la película, y que para nosotros fue un nivel de una carga enorme, porque nunca sabés qué va a pasar con alguien que está tan vinculado emocionalmente, nos agradeció pila y estaba muy contento, y le encantó que la gente se riera.
Recuerdo que cuando vi Clever en el festival de cine de Mannheim gran parte de la crítica europea comentaba que era una comedia sobre la decadencia de la masculinidad como valor definitivo. Tardé un tiempo en darme cuenta de que era así. Es curioso porque, en cambio, El campeón del mundo es una tragedia sobre a dónde te pueden llevar esos valores, reflejados en la hipertrofia
FB: Después de Clever ya nos volvimos conscientes de eso, porque, aunque era obvio, cuando la estábamos haciendo nunca lo pensamos. Yo soy docente de guion y siempre hablamos de pensar cuáles son el tema y la tesis del autor, y de un montón de cosas que son de manual de dramaturgia, pero en nuestro caso nosotros nunca hacemos eso, al menos de forma inicial. Se trataba más bien de construir un mundo y una historia a través de la cual poder pintarlo. Cuando nos dijeron: “Esto es una sátira sobre la masculinidad”, dijimos: “Bueno, sí”. Para empezar, funcionaba, y además era cierto, ya que en el documental la sátira no tiene lugar. Y no es que no se pueda hacer sátira desde el vamos, pero en un documental es muy delicado. Además, nos conocíamos mucho. La intimidad que se daba en el documental era porque ya había una confianza más allá de la habitual. Nosotros llegábamos a la casa y a la hora ya estábamos filmando a Antonio dándose una ducha.
¿Tenerlo tan cerca por momentos no les generó una crisis moral de estar frente a alguien que se está haciendo daño de a poco?
GM: Al principio tuvimos miedo de que la película lo incentivara a querer volver a competir. Pero él se estaba recuperando de un accidente que había tenido en el auto, estaba medio lastimado, y hablando con él, si bien jugaba con eso de “capaz que vuelvo”, cuando se sinceraba decía: “Yo no me puedo deshidratar para competir, es imposible”. No iba por ahí. Lo que sí sentíamos era el conflicto de estar filmando a alguien que no estaba en su mejor momento. Igual yo nunca fui consciente de que el tipo se iba a morir. Era un superhéroe para nosotros.
FB: Lo hablamos con Marcelo, uno de sus mejores amigos, que decía que para él Antonio era indestructible, y de alguna manera entrás en esa idea de lo cambiante y pensás que el tipo está hecho de otra manera, aguanta. Y además no era viejo, tenía 43 años. Él tenía una manera no trágica de decir “ya sé que mi vida no va a ser larga, no voy a vivir hasta los 80 y quizás tampoco hasta los 70”.
GM: Ese mismo año falleció un fisicoculturista que había entrenado con él y que había hecho el casting para Clever, y a mí fue ahí cuando que me cayó la ficha, porque además era joven. A Antonio eso le pegó fuerte, y nos dijo que no fue al velorio porque “era como irme a ver en el cajón”. Me acuerdo de que nos dijo: “Sentís cómo las balas te vuelan cerca”. Eso lo movió, pero cuando más cerca estás de la muerte, menos la ves.
El campeón del mundo, de Federico Borgia y Guillermo Madeiro. Con Antonio y Juanjo Osta. Uruguay, 2019. En Cinemateca, Sala B, Centro Cultural Florencio Sánchez, Centro Cultural Progreso, Cine Visión Fray Bentos, Nuevo Cine Florida y Cine Doré Minas.