Entre los años 60 y los 80, América Latina conoció a un simpático muchacho que habitaba una serie de cómics baratos y que, en Estados Unidos, ya gozaba de larga fama desde 1941. Archie Andrews, el pelirrojo adorable con cara de gil, protagonizaba una serie de aventuras adolescentes de tono más o menos naíf que brotaban en forma de narrativa gráfica. El personaje se volvió híperpop y las historietas circularon bajo el nombre de Archie o, en algunos casos, Archie y sus amigos, o Las aventuras de Archie.

Su hilo central era el caluroso triángulo de jóvenes que formaban Verónica, la morocha encaradora; Betty, la rubia virginal que encarnaba el american dream; y Archie, el joven entre galán y pavo que iba y venía con una u otra. A las aventuras que vestían la problemática hormonal de los adolescentes dibujados se sumaban Torombolo, Carlos, Moose y esa barra tradicional de la épica estereotípica yanqui. Los personajes fueron creciendo e incluso la banda de rock de la secundaria que aparecía en el cómic, las Pussycats, tuvo su propia serie animada, que aquí se conoció como Josie y las Gatimelódicas, eliminando el erotismo del nombre original.

Luego de principios de los años 80, la revistita en la que Archie visitaba estas latitudes de América Latina fue perdiendo masividad para quedar apenas en el recuerdo de los que entonces eran jóvenes, y sólo creció como un culto bien guardado para las generaciones renovadas de estadounidenses. En Estados Unidos la estética de las historietas fue mutando; los personajes se volvieron sexuados, apareció el primer personaje gay en un cómic, encarnado en Kevin, los dibujos se fueron adaptando a las nuevas formas del deseo construidas por el capitalismo, y Archie envileció y su rictus de banana querible mutó al de galancito entintado. Torombolo se tornó darkie, Verónica se volvió más hot y Betty más inocente, a pesar de sus sinuosas curvas.

Aunque este adaptarse a las nuevas décadas de la tira fue casi en secreto, muchas de las series que luego conocimos en el festival beat y technicolor pos 90 hicieron secretas reverencias al popular recuerdo de los jóvenes que, quizá, habían sido el germen de tanto drama teen: Friends, Los Simpson, The Bing Bang Theory, e incluso de algunas películas que se intentaron y quedaron en la pasión olvidada del celuloide.

Para esta serie de adaptaciones, o más bien para el resurgimiento de los personajes, en abril de 2017 Warner Channel estrenó la primera temporada de Riverdale, una serie que otra vez trae al imaginario adolescente las figuras del primer cómic, ahora con toda la tinta fresca del nuevo milenio coloreando la historia. Tiempo después, Netflix toma la posta y, tras los primeros pasos, la serie logra relativo éxito.

Hace casi dos semanas, la plataforma digital subió la esperada temporada tres.

El noir teen

En la primera temporada, desde el inicio del capítulo que abre la historia tenemos la tónica de las líneas que seguirá la serie: esa forma del drama adolescente recargado que parece estilarse, y que encuentra su punto más álgido en la controvertida 13 razones. Aquí, un compañero de la secundaria aparece asesinado luego de haber naufragado en un bote, junto a su hermana, tratando de huir de su casa. La familia del chico muerto es una de las más influyentes de Riverdale; patricia y tradicionalista.

Al mismo tiempo, Verónica llega a la ciudad de la mano de su madre, una latina enriquecida oriunda del lugar, casada con un latino corrupto que ahora está en la cárcel por alguno de sus tantos negociosos turbios.

Verónica Lodge se incorpora a la secundaria del pueblo y es recibida por la prístina Betty y por Kevin, su candente amigo marica. Mientras tanto, la madre de Verónica agacha la cabeza, busca trabajo y trata de reinsertarse en su ex pueblo, mientras es mirada por todos como la esposa del millonario preso que vuelve con su equino de habla hispana exhausto.

Nuestra protagonista rubia termina su verano y vuelve a clases con el objetivo de declararle su inocente amor a Archie, el amigo y vecino de toda la vida que, tras haber pasado las vacaciones trabajando con su padre en una empresa de construcciones, dejó atrás sus fantasmas de flaco risible y se convirtió en un considerable chongo de espalda ancha, brazos fuertes, abdominales marcados y un pelo tan rojo que bien podría ser una llamarada que completara el infierno de testosterona de nuestra ex caricatura.

Torombolo, o Jughead, como lo conoceremos en esta remake más hardcore y millennial, es un solitario freak que escribe artículos para el periódico de la secundaria y tiene problemas con el orden establecido. Representa al adolescente rebelde de familia disfuncional y complicada, de origen malandrín, que sin embargo porta la franqueza de su bondad idílica y cierto misterio sexy. Y a propósito: si hay algo que abunda en la serie es la sexualización de los personajes, que, evidentemente, ahora deberán servir al adolescente pos 2000 de deseo alborotado al compás de la sociedad de consumo. Tampoco faltarán los tics para llenar las temáticas de actualidad que harán de Riverdale un producto atento a la nueva era: maricas, lesbianas, padres adúlteros, algún esbozo de droga, alcohol y otras pimientas de lo violento para terminar el plato.

Finalmente, nuestro caballero rojo es el hijo modelo de una familia trabajadora. Padres separados, amor por los deportes y un vicio secreto: la música. Así, al inicio la debilidad de nuestro guerrero serán la guitarra, los acordes, el melódico yanqui, para que el espectador se derrita con el Adonis pelirrojo que muestra su punto sensible. Como contracara de la virilidad, totalmente perdido y enamorado, Archie vive un bizarro pero seductor romance con su profesora de música, quien, prendada del rojizo teen potro, no tiene la menor duda en montarlo. Como apunte al respecto podemos decir que no habrá casi ninguna chica que no caiga ante la mirada bobona y los labios carnosos de Archie, y tampoco habrá alumno que se salve de la adorable comeniños que, para evitar toda romantización de la pedofilia, encontrará su “merecido final” en la segunda temporada.

Con este universo armado y con estas tragedias policiales aparece la llave de la narrativa de cada temporada, siguiendo los correspondientes vericuetos para que los chiquitines de Riverdale puedan pelar su capacidad detectivesca a la vez que van poniendo toques de adolescencia recién horneada entre amores, picardías, conflictos personales y demás delicias cursis.

Tercera temporada

La tercera temporada se estrenó a fines del año pasado en Netflix en Estados Unidos, y desde hace algunas semanas está disponible en la plataforma latinoamericana. Ahora, una vez que casi se han resuelto algunos dramas de la segunda parte de la serie, la serie se va delineando y cuenta con un agregado mágico.

Si en las temporadas anteriores el conflicto era bien terrenal –asesinos, tráfico de drogas, pandillas de compadritos rockers, etcétera–, ahora se agregan y entremezclan la presencia de una secta extraña y un juego de roles en el que la muerte asoma en cada tirada de dados. Eso, fusionado con el infaltable “flagelo de las drogas” entre adolescentes, que aparece en Riverdale bajo la forma de una extraña golosina psicotrópica. Allí nuestro rojo caballero atravesará cada uno de los mitemas –unidades simbólico-míticas que en este caso propone el juego “Grifos y gárgolas”– para encontrar al fin su destino de héroe comarcal.

Los cuerpos ahora cobran vital importancia; cualquier accidente o festejo es excusa para que nuestros protagonistas dejen la piel al descubierto y encuentren ese momento justo o impertinente para desbocar el deseo y trincarse de bruces contra el mundo en llamas. Las parejas de personajes estarán cada vez más consolidadas, probablemente en función del favoritismo creado en las redes por los seguidores de la serie. Jughead aparecerá cada vez más unido a una Betty ya alejada de la rubia ñoña y convertida en rebelde, intrépida y atrevida chica sexual. Verónica, unida a Archie (como casi todas las que se van cruzando en la ruta del pelirrojo) y aún con tiempo para algún affaire propio de las confusiones y el extrañamiento. Finalmente, las parejas gays de la serie, chicos y chicas, también encuentran en el amor la redención por su promiscuidad homo.

Esta temporada, en la que no faltan embaucadores, estafadores, ambiciosos, traficantes, religiosas suicidas y asesinos, termina por dibujar la silueta de unos héroes ya más adultos que sus padres. En definitiva, la guerra de la serie ha sido esa: cómo unos niñatos, finalmente, actúan de forma más honesta que el mundo adulto.