La compañía Disney parece sufrir un trastorno de compra compulsiva: en los últimos años sacó su billetera varias veces para ampliar sus tentáculos (o sus manitos de ratón, dependiendo de a quién le pregunten) como un gigante del entretenimiento.

Hace pocos meses concretó la adquisición de Fox, que llegó con un impresionante catálogo audiovisual y de yapa una familia amarilla que vive en Springfield y tiene aventuras con invitados famosos. En 2012 había comprado Lucasfilm, y gracias a ello los espectadores pudieron disfrutar (o sufrir, dependiendo de a quién le pregunten) de una cornucopia de películas y series ambientadas en el mundo de Star Wars. Muchos se quejaron de que tanto material le quita importancia a la saga; yo digo que una saga que generó su propia religión necesita desesperadamente que le quiten importancia.

Tres años antes de eso, el gran gasto del año fue Marvel, la meritoria editorial de historietas que recientemente cerró una meritoria serie de films sobre sus meritorios superhéroes. En todos estos casos, la inversión parece estar justificada: Disney atraviesa años en los que domina la taquilla de cabo a rabo.

Por último (yendo hacia atrás), en 2006 se dio la compra de Pixar, aunque, por esas rarezas del mundo de las finanzas, al pagar con acciones, algunos directivos de Pixar se convirtieron en minoritarios dueños de Disney. Por entonces esta compañía de animación era la única que le hacía roncha a Mickey y sus amigos, aunque nunca fueron enemigos, sino aliados.

Con esta compra, muchos auguraron el final de la era de las películas animadas de Walt Disney Studios, que comenzó en 1937 con Blancanieves y los siete enanos. Y si bien es cierto que la animación tradicional dibujada a mano fue quedando relegada, la llegada del talento de Pixar solamente incentivó la creatividad de los locales.

Tanto fue así que en 2013 se estrenó Frozen (Chris Buck, Jennifer Lee); de lejos, una más de la tradicional seguidilla de aventuras protagonizadas por princesas que a cada rato se detienen a cantar y tienen a su lado a algún simpático personaje que se verá muy bien en toda clase de merchandising. Sin embargo, los críticos la alabaron y los niños la abrazaron como cuando abrazan a una mascota recién llegada y sus padres deben actuar para evitar una muerte por asfixia. Frozen se convirtió en la película animada más taquillera de la historia.

Me dejás helado

De la mano del talento vocal de Idina Menzel y Kristen Bell, como las hermanas Elsa y Anna, llegó esta historia levemente inspirada en “La reina de las nieves”, de Hans Christian Andersen, que celebra la autoaceptación, abandona la idea de las mujeres como simples “damiselas en apuros” y hasta presenta a una protagonista que no tiene un solo príncipe a la vista con el que ser feliz y comer perdiz durante los créditos de cierre; todo un avance con respecto al síndrome de Estocolmo de La Bella y la Bestia, tanto en su versión de 1991 como en la de 2017, y si bien es cierto que las grandes compañías están manejadas por el cinismo y cualquier progresismo es tan sólo una respuesta al mercado, uno prefiere que los más pequeños (que suelen ser los más expuestos a sus productos) tengan a una Elsa o una Moana antes que a una simple bella durmiente.

Nieve verde

1.300 millones de dólares después, todo indicaba que tarde o temprano llegaría una secuela. Pero sus creadores, tanto los directores como la dupla detrás de las pegadizas canciones (Robert Lopez y Kristen Anderson-Lopez), se tomaron su tiempo, conscientes de lo difícil que sería repetir la fórmula ganadora.

¿Lo lograron? La respuesta corta es que sí, la respuesta larga es que se trata de una película muy entretenida, pero cuyos principales atractivos son consecuencia directa de lo que había funcionado en la anterior. Frozen 2 llega alto, porque se para sobre los hombros de la anterior. Y se para con firmeza.

Todos los elementos que conquistaron al público seis años atrás llegaron ampliados y en gran parte mejorados, y las voces están ahí, con Josh Gad (Olaf) y Jonathan Groff (Kristoff) repitiendo su papel. En cuanto a las posibilidades de exhibición, a diferencia de lo que ocurría antes, en la actualidad hay un esfuerzo por traer copias subtituladas a nuestra cartelera. Claro que suelen quedar en horarios nocturnos y en pocas salas, pero al menos existe la posibilidad de escuchar directamente a los protagonistas.

A propósito del condimento auditivo, las canciones funcionan y en algún caso recuerdan demasiado a alguna de las originales. Claro que tener a una cantante como Menzel y no pedirle que cuelgue alguna nota en el ángulo es un pecado mortal. Esperemos que cuando cante “Into the Unknown” en los próximos Óscar la presenten de manera correcta (en 2014 John Travolta la anunció como “la talentosa, única e irrepetible Adele Dazeem”).

Mientras los papis luchan por sacarse de los oídos la versión en español del tema (llamada “Mucho más allá”), yo me quedo con el tema “Lost in the Woods”, de Kristoff, todo un homenaje a las power ballads ochenteras, tanto por la música como por la forma en que se presenta en la pantalla.

Hablando de personajes secundarios, el que explota en esta ocasión es el muñeco de nieve Olaf. Este favorito de los niños tenía una participación menor en la anterior, pero aquí se convierte en una metralleta de chistes efectivos. Claro que son tantos, que por momentos recuerda al burro de Shrek.

Clásico feminista

En lo que se refiere a la historia, la búsqueda de la identidad sigue presente, con el condimento del miedo al cambio, al paso del tiempo y a las estaciones. Un viaje mágico y misterioso permitirá descubrir el origen de los poderes de Elsa, al tiempo que dejará una linda enseñanza acerca del revisionismo histórico y el peligro de idealizar a quienes construyeron nuestra(s) patria(s).

El componente feminista, en tanto las jóvenes tienen roles iguales o superiores a los de los hombres, sigue presente, y se nota un minucioso trabajo en la construcción de la personalidad de Kristoff, quien es “aliado” de las hermanas protagonistas en más de una acepción de la palabra.

Tarda un poco en arrancar, porque todos sabemos que tarde o temprano los secretos serán revelados, y algunos de estos secretos son predecibles, pero cuando la trama toma ritmo no hay quién la detenga.

La animación muestra la lógica evolución de estos últimos años y permite que desfilen una cantidad de bichos, vestidos y hasta formas en que Elsa manifiesta sus poderes. En un punto, la monarca casi parece estar haciendo un casting para los X-Men.

Diversión garantizada, mensaje clásico adaptado a los tiempos que corren y canciones para volver a escuchar. Y escuchar. Y escuchar. Y escuchar de nuevo.

Frozen II. Dirigida por Chris Buck y Jennifer Lee. Estados Unidos, 2019. En varias salas.