Llegando en la frontera de la vida con la muerte, Dios me hizo seña para que parara. Me ía a revisar.
¿Qué llevás ahí?, me preguntó.
Poca cosa, respondí. Arroz, aceite, un paquete de yerba. Comida pa mis gurí.
Dios istaba de lentes escuro, con su barba y su melena blanca como una oveja, y un escarbadiente colgado en el costado dus beiso, que se sacudía me apuntando mientras él hablaba.
Si sabés que en estas fecha no se puede pasar nada... ¡Te faz du loco!, me dijo.
Es para mis gurí, Señor. Para las fiesta.
Dios istaba parado en su trono, y atrás de él, istaban los cuatro ángel llenos de ojos, sólo para controlar los bolso de los pobre. Uno escribía en unas hoja. Tal vez istaría anotando los nombre de los que sí podían entrar en el Paraíso. Había uno bien magrinho, que fumaba arrecostado en la puerta del cielo. Otro tomaba mate. Y el cuarto parecía un carancho con sus garra afiada.
No tenés salvación. Voy tener que quitarte todo.
Yo agaché la cabeza. Impecé rezar. Kaó cabecilé meu Pai Xangó. Saravá seu Arranca Toco. Me protejan Pretos Veios...
¿Qué tas diciendo?, me preguntó Dios.
Yo seguía en mis rezo, los ojo arrodillado, los diente haciendo fuerza.
¿A mí no me contestás? ¿Sabés que tengo poder para salvarte?
Rezando, Señor, respondí.
Reza de pobre no sirve ni pra espantar mosca, dijo, mientras se daba vuelta para que los angelito largaran la carcajada. El magrinho, que seguía arrecostado, repitió “espantar mosca”, y parecía que le hacían cosquillas a Dios.
Por favor, Señor. Me deje pasar sólo esta vez. Es para las fiesta de mi familia. Yo prometo que no paso más.
No te hagas el inocente. ¿Te olvidás que yo sé todo? ¿Que istoy en todas parte? Te pensás que no te veo pasar con los contrabando para los almacén de la Cuchilla... Siempre la mesma cantinela. Si sabés que en estas fecha cerramo la pasada... ¿Querés entrar en el Paraíso? Tiene que ser con una mano atrás y otra adelante.
Mientras miraba el marrón de sus bota, agradecía a los santo que esta vez el surtido era para mí. Porque si tivese sido ayer, que llevaba los encargo para el almacén de la avenida, ahí sí, ya istaría sufriendo en el inferno.
Y no pongas esa cara de cordero degollado, que te saco la bicicleta también. ¡Sinvergüenza!
Es prestada, Señor, le dije, mientras pensaba con qué cara le ía a decir al Humberto que me tenían quitado su bicicleta.
Atrás mío, en el puente, se ía armando la fila de almas que isperaban se salvar. Yo sentía las chinela resbalando en mi sudor. La calor de diciembre derrite hasta la esperanza. Nosotro pasamo al meiodía, cuando el sol está bien despierto y el bitumen se ablanda y las piedra largan vapor, porque asvés, es tanto el mormaso, que ni Dios se anima a salir de su trono. La puerta fica abierta, y uno pedalea fuerte en el puente, para entrar en el Paraíso sin que Dios ni sus capangas vengan quitar las cosa de uno.
¡Dale!, no me hagas perder el tiempo. Desarmá esos paquete y andá poniendo todo en ese canasto.
Yo ya sabía lo que pasaba con ese canasto. ¡Quién no sabe! Si en este pueblo, las lengua son más grande que los ojo. Uno de aquellos ángel despós ía a salir por los almacén, vender nuestras navidad. Dios quita la comida de los pobre para repartir con sus angelito. Una botella de vino y un pan dulce para cada uno.
Apoyé el pedal en el cordón, pero la bicicleta igual se ía de costado, por el peso. Con una mano agarraba el manillar y con la otra ía desatando los paquete. En el canasto, onde ya había damajuana de vino y frasco de perfume, dejé la yerba, los dos kilo de azúcar, la lata de aceite, la papa y la zanahoria que llevaba para la ensalada rusa.
¿Y eso, qué es?, preguntó Dios.
Es el Papá Noel de mis gurí.
A ver... ¡Abrí!
Yo tenía pedido para la cajera que envolviera el juguete en un papel de regalo plateado. Abrí con cuidado el papel, para que no se rompiera, y amostré para Dios el regalo que Papá Noel ía a traer para mis hijo: dos perrito de esos que uno da cuerda y pone en un balde con agua y ellos salen nadando. ¡Un amor!
¡Así que llevabas comida!... Se ve que tus gurí comen plástico.
Los angelito volvieron a se rir. Sonaba alguna bocina de la fila del puente. Me temblaban las pierna y yo apretaba el manillar de la bicicleta.
Poné ese brinquedo en el canasto también... Vas aprender... ¡Bichicome!
Yo no istaba triste, istaba con rabia, pero la rabia del pobre no tiene uña. Puse toda nuestra navidad en el canasto de la cabecera del puente. Las bocina sonaban cada vez más fuerte.
No me enllenen las bola, que estoy cumpliendo mi trabajo, rezongó Dios.
Yo me miré los pie. Las chinela sudada. El bitumen blando salpicado en mis talón.
Intonce, la voz de Dios que salía como un cuchillo de su boca, dijo:
Subite y andate. Dale, seguí... muerto de hambre. Esta vez te salvaste.